En este mismo diario, Eva Amaral era preguntada si coincidía con Jorge Martí, cantante de La Habitación Roja, en la opinión de que tocar ante un público sentado y separado por razones de higiene y seguridad es algo así como follar sin llegar a orgasmo. La zaragozana, sin llegar a escandalizarse, echaba balones fuera y decía que en estos tiempos también podíamos sacar partido a estas oportunidades para lograr que los conciertos tuvieran un plus de intimidad y emotividad. Y oigan, los dos tienen razón. Siguiendo con el símil sexual, cuando encuentras plan después de un largo periodo de inactividad, por mucho que quieras ponerte a empujar a un ritmo endiablado echando la gota gorda, tampoco te parece mal abrazarte a tu pareja ocasional, magrearte aunque sea vestido y con la ropa interior húmeda y tirante porque, dadas las circunstancias, lo importante es volver a sentir, amar y ser amado. Que te hagan caso, vamos.

Estamos en esta nueva normalidad, conformándonos con festivales como Les Arts Lite y sus criticados tejemanejes a la hora de repartir arbitrariamente a la audiencia en dos turnos, mañana y tarde, para respetar las normas de aforo

Y en esas estamos en esta nueva normalidad, conformándonos con festivales como Les Arts Lite y sus criticados tejemanejes a la hora de repartir arbitrariamente a la audiencia en dos turnos, mañana y tarde, para respetar las normas de aforo, pero sin haberlo aclarado desde un principio, provocando numerosos disgustos, abandonos y cambalaches de entradas. Así que allí nos tenían: cuatrocientas personas decentes, solidarias, responsables y colaboradoras, recién desayunadas, embadurnadas de crema solar y mascarilla en el hocico, acudiendo a la llamada de la música en directo a la hora a la que, habitualmente, los adoradores del rock con querencia gambitera solemos acostarnos. Levantarse tan pronto o más que entre semana para acudir a un festival. Lo nunca visto.

Inició el primer pase la banda valenciana Badlands, con su rock polvoriento de raíces apalachianas, country y bluegrass y una animada actitud que se agradeció mucho para quitarle las legañas al personal. La potente y estilosa voz de May Ibáñez, más que digna para ser las once de la mañana, y sus elegantes compinches, pertrechados con violín, banjo, teclados y electricidad, demostraron que su elección para sustituir a La La Love You fue más que acertada. Una alegría, la verdad. Sus armonías campestres encajaban perfectamente bajo el sol de la Marina, dejando en el ambiente el sabor de aquellas ferias agrícolas de los condados del sur norteamericano frecuentadas en sus comienzos por Elvis, Cash y otras luminarias similares.

La Habitación Roja siempre cumple, y ya no tanto por obligación profesional como por responsabilidad generacional. Con el mismo entusiasmo del primer día, pero con la sabiduría de llevar veinticinco años en la carretera, los de L’Eliana eligieron un repertorio adecuado a las circunstancias, que se va renovando poco a poco para mostrar su transparente proceso vital y creativo. Ofrecieron canciones nuevas, como ese pelotazo jungiano que es “Patria” y la delicadamente pop “Yo me pregunto” junto a efectivos clásicos recientes como “Líneas en el cielo”, “Ayer” o “Indestructibles”. Su actuación, repleta de emoción y cariño, terminó con una declaración de amor por la música titulada “Las canciones”, que yo afronté con la cabeza metida en la mochila buscando una mascarilla de repuesto, porque la que llevaba había quedado empapada de lágrimas y mocos durante una interpretación de “La segunda oportunidad” que fue directamente al hipotálamo.

Inició el primer pase la banda valenciana Badlands, con su rock polvoriento de raíces apalachianas, country y bluegrass y una animada actitud que se agradeció mucho para quitarle las legañas al personal

Sólo he visto dos veces en directo a Amaral y las dos han sido en formato de pareja acústica. La primera, en la plaza de toros de Benidorm, como teloneros de Bob Dylan en 2004. Allí aprendí a respetarlos. Juan Aguirre tenía una mano lesionada y únicamente pudo tocar la armónica. Eva cantó y tocó la guitarra subida a un taburete demasiado alto. Y, pese a todo, creo que fueron lo mejor de una velada en la que no reconocí ni un tema del nobel de literatura. Dieciséis años más tarde, el sábado por la mañana, aprendí a quererlos. Por su complicidad al interpretar sus melancólicas composiciones de amor, desamor, espera y soledad con la misma imagen que dan en la tele, en la radio, en las entrevistas. De estrellas maduras, cercanas, humildes, agradecidas y muy profesionales. Desde que Aguirre prueba sonido musitando “The one I love” de R.E.M. la cosa queda vista para sentencia. Y luego va Eva y abre la boca y entonces los dos defienden sus canciones desnudas y pasionales a cuchillo, para desangrar a los escépticos como yo, confirmando que sí se puede tener intimidad con 400 personas a plena luz del día, alcanzado momentos mágicos como en “Sin ti no soy nada”, a la que añadieron un fragmento de “The ecstasy of gold” de Ennio Morricone. Antes, despacharon sentidas versiones de “Hacia lo salvaje”, “El universo sobre mí”, “Moriría por vos”, “Revolución” y otras tantas composiciones que fueron coreadas por su fiel público.

Y volviendo al símil sexual de mi admirado compositor elianero y esa adicción al orgasmo de la que hablaban los Buzzcocks en la que hemos vivido durante lustros de festivales, les confieso que, con este panorama, polucionar no polucionas, pero al menos te vas a casa con un calorcillo en las bragas o, en mi caso, una buena erección. Y eso, a ciertas edades y en determinadas circunstancias, créanme que ya es una alegría.