La historia de Donald Ray Pollock es leyenda, leyenda verdadera. Tras dejar el instituto, se convirtió en empleado de la misma fábrica de papel de Chillicothe, Ohio, donde trabajaba su padre. Allí hizo de peón y camionero durante 32 años. Después, giro brusco, o no tanto para quienes le conocían de verdad: a los 50 se convirtió en un estudiante más de Filología Inglesa en la Universidad Estatal de Ohio. O, bueno, no uno cualquiera, porque seguía estudiando cuando la gran editorial Doubleday publicó su libro de relatos Knockemstiff.

Me sorprendió saber, leyendo los créditos, que era usted el narrador de la adaptación al cine de «El diablo a todas horas». ¿Aceptó rapidamente el encargo?

Lo primero que hice fue decirle a Campos, el director, que podía conseguir a alguien mejor. Pero después pensé: ¿y si esto es lo más cerca que voy a estar de salir en una película? Era lo más probable. Y decidí intentarlo al menos.

¿Se involucró en otros aspectos de la producción?

Eché algunos vistazos al guion mientras Antonio y su hermano, Paulo, trabajaban en él, pero tampoco les di muchos consejos. No sé cómo se hacen las películas. Si le soy sincero, ese guion era el primero que leía.

¿Qué opina de la obra acabada? En mi opinión, captura su voz, no solo literalmente.

Yo creo que han hecho un trabajo fantástico. Por supuesto, no hay manera posible de encajar en dos horas todo lo que aparece en el libro, y se tuvieron que dejar fuera muchas cosas, pero supieron capturar la esencia y la atmósfera general de la historia.

Cuando piensa ahora en su antihéroe Arvin Russell, el reverendo Preston Teagardin o los asesinos Carl y Sandy Henderson, ¿siguen teniendo los rostros que usted les dio en su cabeza? ¿O los de los actores?

Los rostros de los actores han acabado, en su mayoría, con todas las ideas previas que tenía sobre el aspecto de los personajes. En mi opinión, eso dice mucho sobre la labor de todo el reparto.

Su segundo libro, «El banquete celestial», llegará también al cine.

De momento, una compañía se ha hecho con los derechos, pero no sé hasta qué punto está avanzado el proyecto, si se ha empezado a producir. Es un libro aún más denso, con más personajes, también más humor. Lo veo menos como una película que como, quizá, una miniserie.

Volvamos sobre sus inicios, que fueron legendariamente tardíos. Esperó a los 53 para publicar su primer libro. No es habitual y quizá debería serlo más. Al fin y al cabo, poco sabemos cuando tenemos veintipocos. ¿Le inspiró el caso de algún otro escritor?

El único que sabía que había empezado tarde: William Gay. Había sido pintor de brocha gorda y manitas, y publicó su primera novela, El hogar eterno, cuando tenía alrededor de 50 años. Recuerdo haber leído un artículo sobre él mientras descansaba en la sala de personal de la fábrica de papel. Me pregunté si yo sería capaz de hacer algo así.

¿Qué otros héroes literarios, no necesariamente debutantes tardíos, fueron una inspiración en sus comienzos?

Durante años, dudé sobre si podría ser escritor, pero siempre estuve fascinado por ellos, igual que mucha gente se siente intrigada por los atletas y las estrellas de cine. Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, John Cheever, William Faulkner, James Baldwin, Denis Johnson, Barry Hannah, Evelyn Waugh… La lista sigue y sigue. Me fascinaban no solo sus libros, sus vidas también. Tengo más de 400 biografías de autores.

¿Esperaba que Knockemstiff y, después, El diablo a todas horas obtuvieran una respuesta tan cálida?

-No, en absoluto. Siempre he intentado tener bajas expectativas. Estaba en la escuela de posgrado cuando acabé Knockemstiff, y mi esperanza era que lo editara alguna pequeña editorial y que así pudiera conseguir trabajo como profesor en alguna pequeña facultad. Después lo compró Doubleday, algo que fue todo un golpe de suerte; había empezado a darme cuenta de que era un profesor nefasto. Cuando escribí El diablo a todas horas, no sabía si sería capaz de escribir una novela, por no decir una que la gente quisiera leer.

Antes que en Mondadori, sus libros fueron publicados en España en Libros Del Silencio. Su fundador, Gonzalo Canedo, falleció con solo 57 años en 2013 a causa de un cáncer linfático. ¿Tuvo mucho contacto con él?

-Por desgracia, no tuvimos ningún contacto, salvo por uno o dos emails. Es lo normal. Con dos o tres excepciones, raramente he sabido nada de mis editores extranjeros. Cuando fui a Barcelona para un festival artístico [el Primera Persona, en 2013], Canedo ya había fallecido.

No sé si le sorprendió que esta editorial independiente española se interesara en traducir y publicar su obra. De los autores de la llamada grit lit, usted es de los pocos que ha recibido verdadera atención por aquí.

-Aún me sorprende haber sido publicado fuera de EE UU. Pienso en la cantidad de libros que salen cada año y, de verdad, me sorprende que cualquiera se la quiera jugar publicando mis obras.

En el 2008 escribió regularmente sobre las elecciones de EE UU para The New York Times. ¿Qué espera de las próximas?

-Por supuesto, mi mayor esperanza es que [Donald] Trump sea derrotado salvajemente, y que rinda cuentas por al menos unos pocos de los numerosos crímenes que ha cometido estando en el puesto. Pero no me sorprendería que ganase. Nada puede chocarnos cuando un puñado de supuestos cristianos rinden lealtad a alguien tan corrupto, moralmente deleznable y racista.