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Rácanos cincuentones

Tradición, trabajo, tablas, escuela y probada calidad instrumental son signos que asoman en el singular modo de hacer música de los seis instrumentistas de Basso Continuo, conjunto heredero del inolvidable Collegium Instrumentale de los años noventa, aquel joven grupo germinado en la Orquesta de València con el empeñó de ofrecer a sus paisanos el mejor barroco y cualquier otra música de ayer y de hoy que se ajustara a su escueta plantilla. Fieles a esa tradición y solera, el domingo, en el Centre Cultural L’Almodí, seis de sus componentes se presentaron en el ciclo de cámara promovido por el atrancado Palau de la Música con un surtido itinerario barroco que recaló en obras de Telemann, Zelenka, Marais y Vivaldi.

La veteranía es un grado, dice el adagio. Y estos seis casi cincuentones virtuosos se encuentran en plenitud instrumental y artística. Ya no son los jóvenes de entonces. Peinan canas y comienzan con la presbicia, pero conservan el pundonor y la misteriosa ilusión de la música. Instrumentistas veteranos rodados en mil peripecias artísticas, ideales para expresar con naturalidad y hondura los entresijos y las maravillas que encerraba el programa. Como hizo el oboísta buñolense Jesús Fuster, quien abrió fuego con la Sonata para oboe y bajo continuo en mi menor de Telemann, preludio de la espectacular y virtuosa versión que luego ofreció de la fascinante joya que escribió Marin Marais sobre Les Folies d’Espagna.

Otro gran músico valenciano de viento, el benaguasiler Salvador Sanchis, solista de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y antes de la Orquesta de València, volcó su arte cálido, amplio, expresivo y siempre certero en la Sonata para fagot y bajo continuo en fa menor de Telemann, mientras que el cullerense Enrique Palomares, concertino de la Orquesta de València, lució su maestría violinística y buen hacer camerístico en la Tercera sonata para violín, oboe, fagot y bajo continuo de Jan Dismas Zelenka, compositor bohemio cuya música imprescindible asombrosamente no logra calar en el afecto del aficionado no centroeuropeo.

Lecturas como la ofrecida el domingo por Palomares y sus paisanos Fuster, Sanchis y, en el fundamental bajo continuo el contrabajista cullerense Javier Sapiña y el clavecinista alcoyano Ignasi Jordá, contribuyen a recuperar y poner en su sitio el por estos lares oculto genio de Zelenka. No es el caso del hipertocado Antonio Vivaldi, cuya inconfundible música cerró el dominical itinerario barroco. El Almodí –con sus imposibles ruidos callejeros- vio cubiertas casi todas las localidades disponibles. Hubo programas de manos y se guardaron con efectivo escrúpulo todas las medidas de seguridad. ¡Sobresaliente cum laude al personal de sala! Si todos fueran así de diligentes y cuidadosos con el endemoniado virus, otro gallo cantaría. Muchos, muchísimos aplausos y ningún bis. ¡Rácanos!

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