El flamenco, como el buen amor o la buena literatura, duele y ayer Pedro El Granaíno en el Talia de València lo demostró con su obra “Granaíno Jondo”. Reveló que lo jondo no solamente es el nombre de su espectáculo sino que es cómo él interpreta el cante, con esa manera de rumiar el misterio y sacar a pasear sus entrañas. Un flamenco que llegó al cuerpo de los asistentes a través de un escalofrío tan profundo como duradero porque su cante deja esa huella verdadera de la vida transmitida por una caudalosa y aterciopelada garganta. Porque el dolor que tenía ayer Granaíno en su alma era la pérdida de dos flamencos auténticos valencianos: la cantaora alicantina La Susi, a la que también llamaban "La Camaronera" por los espectáculos que hizo junto a Camarón, y el cantaor de rumbas y compositor Vicente Castro, "Parrita", nacido en el barrio de Natzaret.

El dolor que tenía ayer Granaíno en su alma era la pérdida de dos flamencos auténticos valencianos: la cantaora alicantina La Susi, y el cantaor de rumbas y compositor Vicente Castro, "Parrita"

“Desde la marcha de José -por José Monje Cruz, Camarón de la Isla-, los flamencos no hemos tenido una semana tan dura como esta por la pérdida de Parrita y La Susi. Este concierto va por ellos”, dijo el cantaor de Granada nada más arrancar el concierto. Su aparición en escena fue seria, vestido impoluto de negro azabache como muestra de luto, con el rostro apenado, la fisonomía taciturna y la mirada fija en el suelo como un clavo. Impertérrito, sin parpadear ninguna extremidad ni músculo abrió su voz con la emoción que aporta la pureza, como cantaron los de siempre, los más auténticos. A mayor proyección del cante, el recuerdo más perforaba en la sensibilidad del público como si las agujas de su voz abrieran en canal el desasosiego del público. La fijación de su afinación y la perfecta variación en las tonalidades fueron la tónica de un concierto que no se olvida.

El dolor de la pérdida de estos dos flamencos inspiraron a El Granaíno para cantar mejor que nunca y rendirles un merecido tributo durante noventa minutos de música. Un sentimiento íntimo que no pudo tener nadie más que él, que fue intransferible, pero del que hizo partícipe a todos los allí presentes. Un don tan sorprendente que expandió y multiplicó la solemnidad del pesar con unos resortes y una capacidad que elevó ese flamenco a la categoría de arte para que no fuera fácil olvidarlo. La voz de Granaíno ayer traía el arte del recuerdo, ese que vivencia el presente para hacerlo inolvidable y ese que se acuerda de sus amigos para homenajearlos. Quiero decir, que Granaíno cumplió con las dos primeras acepciones del verbo recordar que tiene el diccionario: pasar a tener en la mente algo del pasado y tener a alguien en consideración.

El gitano de Granada era sabedor de cuándo se tenía que entregar definitivamente. Y se “rompió” en una burlería que llevaba el nombre y la creación del maestro Parrita. El grito, ese “quejío” con la fuerza propia de la amistad, fue maravilloso

Junto al virtuosismo de la guitarra de Patrocinio hijo, arrancó con una taranta, de verso y compás libre, que emocionó a los más fieles y a los más noveles. De entrada, ya convenció y, siguió por soleás, tientos, seguiriyas, granaínas o tangos con una capacidad de adaptarse a los diferentes palos del flamenco a una velocidad vertiginosa. Pero este gitano de Granada era sabedor de cuándo se tenía que entregar definitivamente. Y se “rompió” en una burlería que llevaba el nombre y la creación del maestro Parrita. El grito, ese “quejío” con la fuerza propia de la amistad, fue maravilloso porque su cante es un abigarrado mapa de vida, con sus alegrías y sus penas. Como si su voz ayer fuese capaz de mostrar el legado artístico de ese cantaor de Natzaret que ya es inmortal. Tras este palo, el teatro entero se puso de pie y le tributó una cariñosísima ovación que duró varios minutos hasta que el propio Pedro rompió a llorar. Y acabó por emocionarse todo el respetable porque El Granaíno canta para disfrutar pero, sobre todo, para hacer sentir. Los fandangos últimos, a capela, sin micro y con el cante más puro y nítido que nunca, también quedarán en el imaginario colectivo.

Dictar al pie de la letra la forma de cantar de Pedro El Granaíno es como intentar definir la verónica del maestro Curro Romero: describirlo es herir su esencia. Pero ayer “Perico”, como le llama su amigo Vicente Amigo, demostró ser una persona “ciegamente generosa” -como Vicent Aleixandre definió a Miguel Hernández-, con una compromiso con la vida que le llevó a cantar con la pasión de su propia naturaleza humana, con la plenitud que aporta la madurez y con la honda grandeza de su evolución como cantaor. El concierto, que estuvo desarrollado con las medidas de seguridad sanitarias pertinentes, tuvo ambiente de duelo porque no hacía ni veinticuatro horas que habían enterrado a su amigo pero también tuvo ese perfume a historia porque su forma de cantar convoca en la memoria a esos rostros legendarios de Camarón, Pavón, Caracol Morente o Marchena. Y es que los más grandes ya pueden contar con uno más: El Granaíno.