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Javier Moro: "Rafael Guastavino es considerado en Nueva York pero en València no tiene ni una calle"

El escritor recupera, con sus luces y sus sombras, la figura del arquitecto valenciano Rafael Guastavino en "A prueba de fuego"

Javier Moro, ayer en la redacción de Levante-EMV. | FERNANDO BUSTAMANTE

El valenciano Rafael Guastavino emigró a Estados Unidos en 1881. Once años después había logrado construir parte de la Biblioteca de Boston, una muestra de las innovadoras técnicas de este artista al que, en su necrológica, The New York Times calificó como «el arquitecto de Nueva York». Una figura casi desconocida que el escritor Javier Moro ha querido recuperar en su novela ‘A prueba de fuego’.

¿Por qué Guastavino?

En Nueva York escuché hablar de Guastavino. Me extrañó que un español hubiera hecho esas obras y, años después, Ana Rosa Semprún me propuso revisitar el personaje porque no se había hecho nada sobre él. Con tu pregunta pienso cómo es que nadie había escrito sobre él todavía con lo importante que fue y con la vida tan fabulosa que tuvo. Empecé a investigar y, hablando con la valenciana Amparo Donderis Guastavino que es la archivera de Sigüenza, me puso en contacto con la rama americana de la familia. Fui a Carolina de Norte y luego visité a un heredero que vivía en Florida; él me sacó una caja con un centenar de cartas de la familia y ahí me cambió todo. Esas cartas son el corazón de los personajes, hablan y cuentan la historia prodigiosa de un español que a los cuarenta años se fue desesperado con su familia a Nueva York porque su mujer le había echado de casa. Pero su familia resulta ser que es su amante, y ésta es la criada que contrataron para cuidar los niños y resulta que, el hijo que todo el mundo pensaba que era de su mujer, es el hijo de su amante. En Nueva York la amante le abandona enseguida porque no soporta vivir allí y lo deja solo con su hijo. La historia de A prueba de fuego es él y su hijo, en 1881 buscándose la vida en Nueva York, la ciudad de las oportunidades, la ciudad en la que se está dibujando el futuro. En la costa este de Estados Unidos, Guastavino y su hijo dejan un legado de unas mil obras que han desafiado el paso del tiempo. Ellos son creadores de belleza, de una belleza que perdura en el tiempo.

¿El libro es una historia novelada o una historia reconstruida?

Un poco de las dos, pero es muy fiel. Soy de la escuela que piensa que la realidad es mucho más impactante y fuerte que cualquier ficción. Todo lo que yo me pueda inventar nunca llegará al nivel de la realidad. Cuando terminé el libro tuve la sensación de que los Guastavino fueron aún más excesivos, pero a veces, para hacer las cosas creíbles hay que dulcificarlas un poquito.

Su novela es pedagógica.

Lo es porque yo he tenido que aprender de arquitectura para poder contarlo y saber el porqué de su originalidad y su aportación. He tenido que hacer un esfuerzo para entender y darlo a entender al lector. Gaudí no hubiera sido quien fue sin Guastavino y eso lo necesitaba explicar sin que pesara sobre la narración. No soy ni arquitecto ni historiador, soy novelista y, como buen novelista, quiero apelar a la emoción del lector. Si no hubiera encontrado las cartas que me mostraron la humanidad del personaje y sus conflictos no hubiera podido hacer el libro porque mi primera preocupación es emocionar al lector. Al final, esta es una historia de un hijo que está buscando su identidad, la historia de dos genios rivales.

Un genio autodidacta que en esta época no podría serlo.

Ahora sería imposible. El concepto de belleza ha cambiado, aunque el concepto es imperecedero y aun emociona.

València está muy presente en la novela.

Ellos llevan València a cuestas. Rafael Guastavino es València. Ayer que me paseé por donde él se crió y, yo que he conocido la obra que ha hecho en Estados Unidos, lo he visto clarisimamente. Guastavino se llevó València en su corazón y allí la adaptó, la agrandó, la embelleció y la deformó. La huella es muy profunda. No se puede entender Rafael Guastavino sin la belleza de las cúpulas de València.

¿Por qué cree que en València no se le valora como debería?

La consideración y el reconocimiento en Nueva York es tremendo y es increíble que aquí no le hayan puesto ni una mísera calle a su nombre. Creo que no se le reconoce porque no firmaba las obras completas como suyas, él participaba en la parte más importante pero luego las firmaba el arquitecto jefe, por eso creo que no se le reconoce tanto como a Gaudí. Él se especializó en cúpulas, es como quien pone sombreros a las señoras para ensalzar su belleza. Su personalidad era tan fuerte y su estilo tan definido que eso es lo que allí lo encumbró.

Sorprende la poca visibilidad que le ha dado.

Mucho y es una de las razones por las que he hecho el libro. No es normal que se deje de lado a los héroes. También es verdad que yo ahondo en el personaje porque no había sido tocado y, de alguna manera, lo desvirgo.

Habla de un genio arquitectónico pero de un desastre en los negocios y en la vida personal.

Un desastre absoluto. Esas luces y sombras me lo hacían muy humano y lo interesante de los personajes son sus imperfecciones y sus contradicciones porque ahí sale su humanidad. Es un personaje dramático increíble. Después de mucho investigar me di cuenta de que no se puede entender la obra de Guastavino sin su hijo, y sin saber que eran dos, que uno hizo al otro a su imagen y semejanza como los artesanos de la edad media, y que cuando el hijo intenta despegar y tener vida propia, se genera un conflicto porque el padre nota que hay rivalidad y no le gusta. Su vida fue como una montaña rusa porque pasaba de la cumbre a la miseria, de tomar champán con Edison a hurgar en la basura en un mercado. Un vida del siglo XIX.

¿Es uno de los personajes más atractivos a los que ha tenido que novelar?

Ha sido fascinante. Me recordaba a Pedro I, al personaje del Imperio eres tu, por lo excesivo. Los dos tienen padres con algo de irracional, que va más allá de lo que se pueda entender. Son emprendedores a los que no les asusta la vida y se la comen a bocados

De un salto en el tiempo. Dentro de cien años, ¿a qué personaje actual le gustaría novelar?

No podría porque tendría que ser un técnico en informática porque la gente ya no hace cartas. He pensado muchas veces cómo van a contar nuestra historia porque las cartas eran una ventana abierta al corazón de la gente. Antes de morir me gustaría invitar a cenar a todos mis personajes y creo que eso va a ser complicado.

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