Si hay algo maravilloso en la carrera de Sean Connery no es solo el haber sido el mejor James Bond posible, sino sus meritorios y casi emocionantes intentos de desmarcarse de tan lucrativo personaje para tener una filmografía respetable al margen de él. Hoy Bond, James Bond, no es lo mismo que en los 60. Pero entre 1962 y 1971, la época dorada de Bond-Connery, la Guerra Fría aún era una realidad, el muro de Berlín parecía que no iba a caer nunca, nadie discutía la misoginia en el género de espionaje y el agente secreto con licencia para matar concedida por la mismísima Reina mezclaba por igual flema británica con violencia de Estado. Al personaje creado por Ian Fleming, Connery, fallecido ayer a los 90 años mientras dormía, le dio una pátina de realidad en tiempos de irrealidad.

Pero además de sus interpretaciones entre tensas y socarronas, elegantes, expeditivas y dinámicas, en 007 contra el Dr. No, Desde Rusia con amor, James Bond contra Goldfinger, Operación Trueno, Solo se vive dos veces y Diamantes para la eternidad, el actor escocés supo desplegar una trayectoria lo suficientemente solvente para no quedar encasillado en el papel.

Connery volvió a Bond en 1983, pero lo hizo con un gran sentido del humor desde el propio título del filme, Nunca digas nunca jamás, algo que se aplicaba tanto al personaje como a sí mismo después de haber dicho exactamente eso, que jamás volvería a encarnar a 007 después de Diamantes para la eternidad.

La secuencia de la pelea en el vagón de tren con el agente soviético incorporado por Robert Shaw en Desde Rusia con amor, las peripecias en la playa junto a Ursula Andress en el filme contra el Doctor No a ritmo de calipso, su elegancia al conducir el Aston Martin equipado con todo tipo de gadgets en James Bond contra Goldfinger, la manera de pedir el Martini seco con vodka mezclado pero no agitado, la chulería con la que se quitaba el traje de submarinista para lucir debajo un impoluto esmoquin con pajarita... Son muchos los hitos de Connery en una serie ya de por sí repleta de hitos.

Escocés de pura cepa

El actor nacido en Edimburgo, escocés de pura cepa –estaba afiliado al Partido Nacionalista Escocés y, siempre que podía, pedía la independencia de Escocía–, había participado en una treintena de títulos, entre cine y televisión, hasta que lo escogieron los productores de la saga Bond, Harry Saltzman y Albert Broccoli. Tuvo que vencer las reticencias del creador literario, ya que Ian Fleming no lo veía lo suficientemente refinado para el personaje y hubiera preferido a Cary Grant. Pero cambió pronto de parecer y dio su visto bueno.

Interpretar a 007 supuso un vuelco radical en su carrera y en su vida. Casado en 1962 con la actriz británica Diane Cilento, con la que tendría su único hijo, el también actor y director Jason Connery, no quiso encasillarse en el personaje a pesar de la gran notoriedad que le reportó de inmediato. Así que, en 1964, intervino en dos películas tan distintas como el melodrama de intriga La mujer de paja y Marnie, la ladrona. Ser dirigido por Alfred Hitchcock en la segunda le dio nuevos aires sin desligarse todavía del mito Bond.

En 1967 se despidió de la serie, pero sus trabajos no tuvieron mucha aceptación. No es de extrañar con cintas como Shalako, desconcertante wéstern protagonizado con Brigitte Bardot. Mejor le fueron las cosas en películas que, sin pertenecer a la serie Bond, tenían algo de su sofisticación, caso del thriller de atracos Supergolpe en Manhattan. Regresó al universo Bond con Diamantes para la eternidad, reactivó su comercialidad y empezó, entonces, a hilvanar mejor su carrera: El viento y el león, El hombre que pudo reinar y Robin y Marian, rodadas entre 1975 y 1976, son de tres cineastas distintos, pero podemos considerarla la trilogía de aventura particular del actor.

Antes había brillado como el violento y convulso policía de La ofensa y en el relato fantástico Zardoz. Siguieron los buenos títulos de aventuras –El primer gran asalto al tren, Cuba–, ciencia ficción –Atmósfera cero– y fantasía –Los héroes del tiempo, Los inmortales. Connery ya se había olvidado de 007, aunque la gente siguiera estando en deuda con él por sus interpretaciones de Bond. Liberado del todo, brindó lo mejor de sí mismo en títulos como El nombre de la rosa y Los intocables de Elliott Ness, y hasta se avino a ser el padre del héroe creado por Lucas y Spielberg en Indiana Jones y la última cruzada.

La caza del Octubre Rojo y La casa Rusia le devolvieron, desde otros ámbitos, a la Guerra Fría. Ahora más versátil, sin peluquín, más convencido de sí mismo. Para entonces ya tenía el título de Sir, había producido 10 largometrajes y ganado un Oscar como actor de reparto por Los intocables de Elliott Ness. Fue el James Bond más sobresaliente, pero también el que mejor supo dejar atrás al personaje pese a que su hijo Jason, incapaz de romper con la tradición, aceptara interpretar a su creador en el biopic La vida secreta de Ian Fleming (1990).

10 papeles para la eternidad

'Agente 007 contra el Dr. No’ (1962)

Su presentación como Bond tiene lugar en un casino donde se juega al póquer. Al principio vemos solo sus manos hasta que le preguntan su nombre, coge un cigarrillo y la cámara enfoca su rostro diciendo: «Bond, James Bond».

‘Marnie, la ladrona’ (1964)

Su colaboración con Hitchcock lo revistió de prestigio. Aunque el protagonismo es de Tippi Hedren, él sabe sacar partido al personaje de galán neurótico que utiliza el chantaje y la violencia (la escena de la toalla) para relacionarse. 

‘Bond contra Goldfinger’ (1964)

Considerada como la película clave de la saga, desde los títulos de crédito con la canción de Shirley Bassey, pasando por el hallazgo de su amante asesinada en la cama revestida de oro o el pulso con Goldfinger y el láser destructor. 

‘Zardoz’ (1974)

Difícil olvidar su indumentaria roja, aunque entre las muchas escenas icónicas nos quedamos con ese final que condensa el ciclo de la vida que separa el nacimiento de un hijo a la muerte de sus padres a golpe de deterioro físico. 

‘El hombre que pudo reinar’ (1975)

Formó una pareja aventurera única con Michael Caine, y destacó con su ironía y carisma. El viaje no tiene desperdicio y ya puede revolcarse en el barro, instruir a sus súbditos, llevar la corona de rey o salir corriendo con la misma dignidad.

‘Robin y Marian’ (1976)

Comienza su etapa crepuscular, precisamente gracias al papel de un viejo héroe de leyenda como Robin Hood que recuerda junto al amor de su vida sus errores del pasado. Inolvidable y emocionante escena final con Audrey Hepburn.

‘El nombre de la Rosa’ (1986)

La adaptación de la novela de Eco le devolvió el prestigio en su etapa madura con un papel que se convertirá en su especialidad, el de sabia figura de autoridad. Encarna a un franciscano que se sumergirá en una trama criminal religiosa. 

El agente secreto más famoso Fue el 007 más sobresaliente, elegante y socarrón, expeditivo y dinámico, pero también el que mejor supo dejar atrás al personaje

‘Los intocables de Eliot Ness’ (1987)

Jim Malone se convertía en la estrella de un reparto plagado de estrellas. Gracias a este agente veterano que asesoraba a Ness (con sus charlas reflexivas) y de vez en cuando perdía los nervios, ganó su primer y único Oscar. 

‘Indiana Jones y la última...’ (1989)

Spielberg dio en la diana al convertirlo en el padre de Indi. Su complicada relación es una de las fuentes de humor de este clásico en el que ambos funcionan como pareja cómica desde el principio, cuando Harrison Ford va a rescatarlo.

‘Descubriendo a Forrester’ (2000)

Gus van Sant le regaló su gran último papel. La estrella absoluta y la razón de ser de la película. El que fuera macho alfa de varias generaciones se convirtió en un anciano capaz de sacarnos lágrimas, la ternura y algunas risas.

Foto cedida por el Kunsthal de Rotterdam del actor descansando en el parachoques de su Aston Martin DB5 durante el rodaje de ‘James Bond contra Goldfinger’ en los Alpes Suizos.