Todos los escritores tenemos algún libro mítico. El de Javier Reverte era La Anábasis de Jenofonte. Tenía por costumbre leerlo antes de embarcarse en una nueva aventura. Razones del corazón, supongo. La historia cuenta la retirada de diez mil soldados griegos y su difícil regreso a casa después de la derrota ante los persas por las inhóspitas tierras de Asia Menor. Regresar es la parte más difícil de cualquier viaje. De eso Javier sabía un rato.

Como miles de lectores tuve la suerte de recorrer el mundo a través de sus libros. Le debemos muchas horas de navegación por el Índico, por el Pacífico, por el Ártico. Gracias a él pudimos seguir los pasos de Homero en las islas griegas, remontar el río Yukón tras las huellas de Jack London y seguir el curso de otros ríos más turbios como el Congo de El corazón de las tinieblas. También descubrimos las encalmadas rosas y amarillas de la sabana del este de África. En mi caso, todos esos viajes transcurrían casi siempre de madrugada, recostada en el sofá de casa, con la lámpara de pie encendida.

Pero hubo una ocasión en la que coincidimos a pie de obra, recorriendo la costa Oeste de Irlanda, durante un pequeño tramo. Fue uno de sus últimos viajes. Colinas verdes, ovejas pastando a ambos lados de la carretera, pueblos pequeños y muchos pubs. Javier estaba trabajando en Canta, Irlanda y tenía su cuartel general en el pueblo de Wesport, en el condado de Mallo. Por allí andaba yo en compañía de unos amigos gaiteros. Irlanda es el país con más escritores y músicos por metro cuadrado. Difícil no coincidir. El pub en concreto se llamaba Matt Molloy. La norma de la casa era una ronda por cada escritor patrio: Oscar Wilde, Samuel Beckett, Yeats, Bernard Shaw, James Joyce… Ya se pueden imaginar.

Por supuesto en su libro hay mucho más que literatura, hay historias del IRA, los disturbios de los 70, cielos cambiantes, carreteras estrechas y viejas películas. Inishfree, el pueblo de El hombre tranquilo, se llama en realidad Cong y está a escasos kilómetros de Wesport. Javier era de los que pensaba que en los viajes hay que dejar un espacio para la improvisación. Así que quedamos emplazados para visitarlo al día siguiente. Como muchos hombres de su generación, estaba perdidamente enamorado de Maureen O´Hara, igual que Sean Thorton, el protagonista de la película de John Ford. En el fondo tenía mucho del viejo vaquero. Era «feo, fuerte y formal».

Cuando llegó a Irlanda, Javier Reverte ya había dado varias veces la vuelta al mundo y estaba tocado por el zarpazo de la malaria que casi lo tumba en la selva del Amazonas. Junto a su gran amigo, Manu Leguineche, fue uno de los veteranos de la tribu. Ambos compartieron la pasión por los viajes y por el periodismo de batalla, igual que Jenofonte.

Odiaba las necrológicas y decía que, si algún día me tocaba escribir la suya, ni de coña se me ocurriera ponerme intensa. Que sacara una cerveza y entonara de banda sonora alguna balada irlandesa. En el Matt Molloy le gustaba acabar la velada con: The fields of Athenry. Antes de apagar la luz, todo el pub se ponía en pie para cantarla. Así que cumplo mi promesa. It´s so lonely ´round the fields of Athenry.

¡Por los viajes!