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Juan Echanove: "Mi público es mi país, y hasta que me lo prohíban estaré en el escenario"

Protagonizará del 25 de noviembre al 6 de diciembre en el Olympia "La fiesta del chivo", la adaptación teatral de la novela de Vargas Llosa dirigida por Carlos Saura

Juan Echanove, en la presentación ayer en el Olympia de «La fiesta del chivo» . g.caballero

El dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo murió asesinado en 1961. En el año 2000, el escritor Mario Vargas Llosa narró los últimos días del tirano en ‘La fiesta del chivo’. Y ahora en 2020 Juan Echanove llega al Olympia de València con la adaptación que Natalio Grueso ha hecho de esa novela, una obra teatral dirigida por Carlos Saura que se centra en una de las tramas concebidas por el Nobel peruano: la de la exitosa abogada Urania Cabral (interpretada por Lucía Quintana), hija del senador Agustín «Cerebrito» Cabral (Gabriel Garbisu), que abandonó la República Dominicana cuando era una niña y que regresa tres décadas después para reencontrarse con su padre.

«La historia que contamos es el ajuste de cuentas entre una hija y su padre. Y la razón de esta venganza es lo que le ocurrió con Trujillo, que la violó y la humilló. Cuando ella le pregunta a su padre ‘¿cómo pudiste permitir eso?’ los cuadros del dictador toman vida». Así relató Echanove el desencadenante de este relato terrible que se estrena en el Olympia el próximo 25 de noviembre. El actor madrileño encarna a un personaje «cruel, despreciable y genocida» pero se siente «muy feliz» por hacerlo. «En los últimos 15 años he encarnado a una galería de monstruitos similares -indicó-. El trabajo extremo nunca me ha echado atrás, me siento muy cómodo cuando tienes que agonizar».

Pese a las dificultades y las trabas impuestas por la pandemia, pese a que no le gusta ver «plateas con gente enmascarada» (aunque sabe que es necesario), Echanove llega con su compañía a València en un estado de «enorme optimismo» ante el futuro del teatro. «No voy a volver a repetir que los teatros son seguros -proclamó-. Quiero que me obliguen a salir de mi casa, viajar por todas las comunidades y ponerme en cierto riesgo de contagio, como cualquiera, para seguir haciendo una actividad esencial para la gente».

Echanove parece tener marcada a fuego esa responsabilidad con la gente. «Mi público es mi país, y hasta que me lo prohiban tendré que estar en el escenario porque sé que es importante». «La cultura -indicó-, pese a lo que digan algunas mentes de la carcundia de este país, es importante, necesaria y de cara a la reconstrucción del país, si colabora en un 3 %, debería recibir las ayudas a la reconstrucción en ese mismo porcentaje».

De todas formas, el protagonista de «La fiesta del chivo» reconoció al menos dos cosas buenas generadas por la covid-19. Una, que cuanto más incómoda se pone la gira por las medidas restrictivas «más nos juntamos los actores, más nos agrupamos, más funcionamos como compañía». Y otra, que «los españoles han aprendido ya a apagar los móviles» en el teatro y que «la gente ahora ya no tose de esa manera exagerada que teníamos que parar porque era insoportable».

Con todo esto, Echanove llega a València con la misma sensación con la que afrontaba sus primeras funciones cuando salió de la Escuela de Arte Dramático «y te comías el mundo y no importaba si iba a haber un mañana».

Quizá en eso también tenga algo que ver el hecho de que, pese a tratarse de un personaje terriblemente real, el actor ha podido modelar a su propio Trujillo, «visualizar el muñeco» sin apenas referentes. «Trujillo no es Franco, que estaba en todas las monedas y en todos los sitios. Todos sabemos quién era Trujillo y la brutalidad de su dictadura. Pero no nos acordamos de su tono de voz ni de la manera en la que andaba. Todos los que leemos una novela le ponemos una voz, tu manera de hablar pero aplicada a los personajes. ¿Como recuperaba yo eso? Me pregunté qué pasa si no identificábamos al personaje, si me invitaba los detalles, cómo le gustaba ir vestido, cómo le gustaba llevar el pelo… Se lo dije a Saura y me dijo: ‘¿y el bigote?’. ‘Se lo quitamos’, le dije yo. ‘Me gusta’, contestó Saura».

Para Echanove, Trujillo era un ser «que circulaba por los toboganes del vicio», un villano «perfeccionista para todo, especialmente para el terror», un dictador sin parangón en ningún político contemporáneo. «Ni siquiera Trump se parecía a Trujillo», dijo. «Él mató a 30.000 haitianos negros a machetazos». «El mayor disfrute de su terror era la humillación, a la gente de su entorno, a sus colaboradores más cercanos, a su propia familia». Encarnar a un personaje así, concluyó el actor, es como caminar «sobre un alquitrán por el que hay que pasar como quien pasa una carretera. Hay que sentirlo, pero sé pulcro, cuidadoso, economiza gestos, tonos y volúmenes».

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