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MÚSICA CRÍTICA

Puro Beethoven

Puro Beethoven

Ayer era Brahms y hoy Beethoven. Hace exactamente un año y un día el violonchelista Mariano García y el pianista Jorge Navas se presentaron en el Centre Cultural l’Almodí con un comprometido programa que incluía las dos sonatas de Brahms. Fue un recital rotundamente excepcional, cuya crítica llevó el título «Puro Brahms». Ahora los mismos intérpretes han vuelto al mismo escenario con un monográfico Beethoven tan rotundamente sobresaliente como aquel «apasionado» Brahms.

366 días después ambos artistas han retornado con la misma pasión, el mismo empuje e idéntico rigor. Con un «puro Beethoven» dicho desde sus más íntimos y hondos recovecos, nutrido por la solvencia instrumental y artística de dos músicos en plenitud, virtuosos empeñados en servir la música, en disfrutar de ella. No hay espacio para la exhibición, el hueco efectismo o el lucimiento personal. Importa el arte y su poderoso universo de sentimientos y sensaciones. Dos intérpretes que, desde sus propias y diversas naturales artísticas, tienen la lucidez y la generosidad empática de fundirse en la unicidad del verdadero dúo. Beethoven puro y pura música de cámara.

Fechadas en 1796, las dos primeras sonatas para violonchelo opus 5 son obras tempranas en el catálogo beethoveniano. Sin embargo, ya asoman en ellas muchas de las características del futuro. García y Nava, Nava y García, las abordaron a través de una mirada que indaga precisamente, casi enfatiza, esos acentos en germen. Dinámicas y fraseos son extremos, y los tiempos se explayan en las dramáticas lentitudes, para subrayar un devenir que late con fuerza en el arco intenso y el teclado extremo de este feliz binomio de confluencias, sintonías y encuentro.

Ya en el inmenso y dramático Adagio sostenuto que abre la primera sonata se percibió la profunda e indagadora visión que marca este Beethoven de vivas referencias y resonancias. Como contrapunto, el radiante rondó final se sintió refulgente y cargado de vitalidad, calidad y claridad instrumentales, bien anclado en el clasicismo que acaba y apuntado a un futuro que se atisba presente. Después, tras el recreado sabor clásico y mozartiano de las Siete variaciones sobre el dueto ‘Bei Männern, Elche Liebe Ühlen’, de La flauta mágica que el coloso de Bonn compone en 1801 –es decir, cinco años después de las Sonatas opus 5- para el conde Johann Georg Browne, llegaron como colofón los dos movimientos de la segunda de las sonatas, en sol menor, cuyo sincopado rondó final encontró acentos, pulso y empaque realmente magistrales.

El éxito, obviamente, fue mayúsculo. El público, maravillosamente silencioso a pesar del escándalo que se colaba desde la calle disfrutó aún fuera de programa de la propina de la undécima variación de las Doce variaciones sobre un tema de ‘Judas Macabeo’ que Beethoven compuso en 1797 sobre el conocido oratorio de Händel. En cierto momento, un bocinazo de la calle rompió el sortilegio. ¿Saben los responsables del Palau de la Música que hay ciudades en las que se desvía el tráfico terrestre y hasta el aéreo para no vulnerar el silencio de algunos conciertos? ¿Son conscientes de que la música habita y precisa por ello el silencio absoluto? ¡Insonoricen l’Almodì o, si no, váyanse con la música a otra parte! ¡O arreglen de una pajolera vez el Palau de la Música!

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