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La detestable práctica de la bella prosa

En Ferlosio, crítica y autocrítica son rasgos profundísimos no sólo de su concepción del razonamiento, sino de su persona

La detestable práctica de la bella prosa

Para entender a qué viene y a dónde va este sorprendente texto –inédito– de Rafael Sánchez Ferlosio, no hay cosa más recomendable que leer la explicación/introducción que su depositario, Tomás Pollán, nos ofrece, dado que ha sido el amigo más cercano a Ferlosio, el que mejor conoce las interioridades de su obra, y quien, con su ayuda y generosidad, ha hecho posible que hoy podamos estar leyendo en exclusiva este texto en Levante-EMV.

Explica Tomás: «El escrito inédito que aquí se presenta es un fragmento del texto manuscrito de 81 páginas que Rafael Sánchez Ferlosio preparó entre los días 13 y 18 de junio de 1997 con vistas a la entrevista de carácter autobiográfico que le hizo Félix de Azúa a finales de ese mismo mes para el número 31 que la revista ‘Archipiélago’ dedicó al escritor con ocasión de su setenta cumpleaños. Varias secciones del manuscrito preparatorio fueron después incorporadas al escrito ‘La forja de un plumífero’, publicado inicialmente en el mismo número de la citada revista, pero otras muchas del mayor interés, como la que aquí ofrecemos, han permanecido inéditas hasta el presente. Sánchez Ferlosio prefirió que la revista ‘Archipiélago’ publicase ‘La forja de un plumífero’ en lugar de la entrevista de Félix de Azúa, que salió a la luz en el año 2019 en el libro de entrevistas ‘Diálogos con Sánchez Ferlosio’».

«En ‘La forja de un plumífero’, el autor presenta un esclarecedor esquema de su relación con las letras y el pensamiento. Primero ‘la detestable práctica’ de ‘la bella prosa’, después el entretenimiento con el habla y, finalmente, el descubrimiento de la lengua. Ferlosio hace, en el importante fragmento inédito que aquí se publica, una crítica implacable del cultivo de ‘la bella prosa’ en que incurrió en ‘Alfanhuí’, obra por la que, sin embargo, sentía una querencia especial, y pone el ‘demoledor ejemplo’ –son sus palabras– del capítulo XV de la primera parte». Y añade Tomás Pollán, «es difícil encontrar en las letras españolas, y me atrevo a decir que universales, el muy infrecuente caso de un escritor que con la máxima lucidez y el más acerado juicio crítico vuelve, casi medio siglo después, sobre un texto propio, al que apreciaba y al que tenía verdadero afecto, para descubrir sus fallas y exponerlas en un minucioso y circunstanciado análisis».

Dando un paso más, y sin incurrir en el cotilleo que tantísimo detestaba Rafael, la dura crítica que se hace de los vicios «anticastellanos» de la prosa de Cela revela otra constante de Ferlosio: la separación, casi nítida, que hacía entre juicio crítico y sentimientos personales. A pesar de la dureza con la que juzga la obra literaria de Cela en el párrafo final de este inédito, Ferlosio recordaba con alguna frecuencia la generosidad que Cela le había mostrado en distintas ocasiones de la vida, en las que le ofreció su ayuda. Como se explica magistralmente en ‘La forja de un plumífero’, Ferlosio huyó, apresurada y virulentamente, del peligro de convertirse en «literato» al uso, con toda la parafernalia de exposición, pavoneo público y denuedos de marketing que eso conlleva. Para él, ser escritor nada tenía que ver con los requisitos que te convierten en un «plumífero», que, por decirlo con las mismas palabras de Ferlosio, consiste en construir una prosa–ornamento, sin pregnancia, en la que todo sobra y en la que nada hay que adornar porque todo es una oquedad perfectamente vacía.

Esto nos lleva, diagonalmente, a una cuestión final acerca de su «caso y fracaso literario» (sic): el acierto o desacierto de la decisión de Ferlosio de «renegar» y huir de la literatura. Por mucho que Ferlosio, en razón de su acentuadísimo sentido del ridículo y de su rechazo de todo lo falsario, se negase a convertirse en literato al uso, un hecho se mantiene indiscutible: poseía un don bastante único para la escritura. La gran pregunta –contrafáctica– que cabe hacerse es ésta: que habría ocurrido si, en vez de rendirse tan apasionadamente a la gramática y a la lengua, como sucedió, o de ponerse a navegar por el océano del ensayo, agua en la que se movía con la soltura y agilidad de un pez, se hubiese «enviciado» en cultivar ese don tan extraordinario para la escritura. ¿Qué habría salido de sus virgilianas manos? No lo sabemos. Pero esa duda ya no podrá resolverse nunca.

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