Este país no es de mucho leer. Las estadísticas dicen que más de la mitad de los españoles no ha leído un libro en su vida. Pero lo importante no es eso. Lo importante es saber qué lee la gente que lee. Y ahí es donde te entran ganas de cortarte las venas. Se dice que contra gustos no hay nada escrito. Pero hay que saber que los gustos, muchas veces, no son los nuestros, sino que nos los imponen. El mercado es listo y tiene mucho poder. Las grandes editoriales, con su publicidad en las radios y en las teles, en los paneles de las estaciones y los aeropuertos, los montones de bestsellers que hay en los supermercados al lado del jamón york, las lavadoras o los potingues para borrar las patas de gallo, los grandes medios de comunicación compinchados con las grandes editoriales… O sea, que, al final, leemos lo que el mercado nos dice que leamos. Y nosotros encogemos los hombros y le hacemos caso. Ahora están de moda los libros gordos. Por el mismo precio puedes elegir entre uno como Oliver Hardy u otro como Stan Laurel, el Gordo y el Flaco. Es como si los libros los comprásemos a peso, igual que antes los comprábamos a palmos, para llenar un hueco en el mueble del comedor. ¡Qué cosas, ¿no?!

Un día entré en el quiosco de una estación de trenes y había en primera fila un libro de éxito cuya franja publicitaria decía, más o menos: «¿Aún no has leído este libro?». La respuesta fue rapidísima: «no lo he leído y no lo leeré». ¿Qué manera es ésa de atracar al personal? Lo malo es que esa misma pregunta me la hicieron algunos amigos. Y bastantes de ellos, un poco enojados por haber caído en la trampa, se contestaban en mi lugar: «pues no lo leas, es una mierda». Tendría que existir el derecho a llevar estos engaños a los tribunales. Si puedes reclamar cuando te sale defectuosa una nevera, ¿por qué no es lo mismo si te han estafado con un libro? Dejo claro que los míos también están sujetos a esa reclamación, faltaría más.

Entrar en una librería es como el inicio de una aventura maravillosa. Me gusta escarbar en los sitios donde están los libros más alejados de las primeras filas. Buscar en sus estantes, mirar las portadas, tocarlos, deslizar los dedos por unas cuantas líneas… Imaginar las vidas que habitan en esos estantes es como descubrir mundos cuya existencia desconocíamos. A veces llegamos a la librería con las recomendaciones de alguna reseña periodística. Pero hemos de tener en cuenta que, como dice Michel Matly en su excelente libro ‘La función de cómic’, al final «el lector elige y por lo tanto elimina». Muchas veces, el mejor consejo es el del librero o la librera. Pensábamos que las grandes superficies acabarían con ese oficio tan hermoso como imprescindible. Y no ha sido así. Siguen existiendo esas pequeñas librerías donde puede surgir un bello amor a primera vista entre un libro y quien lo mira. Nunca debemos despreciar la capacidad de sorprendernos. No sorprendernos por nada es lo mismo que palmarla. Y los libros son vida, aunque muchas veces esa vida sea menos refugio que intemperie y nos toque enfrentarla sin miedo a la derrota. Qué palabras más bellas las del Nobel V. S. Naipaul cuando habla de su oficio de escritor: es como sentir «una forma de autoestima, un sueño de liberación, una idea de nobleza». Pues eso mismo lo podemos aplicar a ese otro oficio fantástico que es el de la lectura, un oficio que puede hacer de un libro el plano más seguro y apasionante para llegar a nuestras soñadas islas del tesoro.

Escribo esta columna porque hace unos días leí en este diario que las librerías están aguantando bien el chaparrón del puñetero bicho que está trastocando nuestras vidas. Ya sé que este país no es de mucho leer. Pero ojalá que lo poco o mucho que leamos lo saquemos, previo paso por caja, de esas librerías que habrían de ser, en un mundo decente, especie protegida sin restricciones de ninguna clase. Y si, pensando en el confinamiento, ya están ustedes almacenando comida y papel higiénico, podrían hacer lo mismo con los libros para soportar mejor el encierro. Además, los libros tienen una ventaja: si no nos confinan, aguantan bien porque no hace falta congelarlos y no tienen fecha de caducidad. Un chollo.