Siempre me atrajo esa extraña fascinación que los estadounidenses sienten por el asesinato de JFK. Y no sólo ellos, no nos engañemos. El resto del mundo, más o menos colonizado culturalmente por los USA también ha desarrollado un morboso embeleso sobre aquel suceso. Aquí, magnicidios como el de Prim, Canalejas y Cánovas no han generado tanto interés ni en nosotros mismos. Imagino que la diferencia radica en la actividad amplificadora de los medios de comunicación de masas, la labor de la industria cultural norteamericana, el magnetismo que emanaba del personaje y de su familia, con rango de dinastía real, y que su esposa, Jackie, se convirtió en un icono de modo de vida y elegancia para mujeres de todo el mundo.
Añadan que el evento se produjo en una de las épocas más convulsas de la humanidad y que fue inmortalizado en la famosa filmación ‘Zapruder’, y ya tienen la leyenda total americana. Un artefacto pop con conspiraciones, glamour, pena, rabia y fractura social. Un trauma nacional que ha inspirado miles de libros, discos, películas y actuaciones como la que ayer en Alicante, con motivo del quincuagésimo séptimo aniversario del luctuoso acontecimiento, protagonizó el escenógrafo Rudy Mercado, que reprodujo a escala y con plastilina el atentado contra aquel joven y encantador político con todo lujo de detalles.
De las miles de expresiones artísticas que el tema ha generado, yo, desde mi ignorancia, les recomiendo unas cuantas. Desde luego, la excepcional «JFK», de Oliver Stone, larga, intensa, exhaustiva y con todos los actores en estado de gracia, pero también una turbadora película protagonizada por Burt Lancaster titulada «Acción ejecutiva», que en 1973 retrataba minuciosamente y sin tapujos el hipotético complot y posterior ejecución del presidente. Y ya me perdonarán el momento fan de la Patrulla X, pero a mí se me cae la baba sólo con pensar que el verdugo de Kennedy pudiera haber sido Magneto manejando la bala mágica, como se revela en la fenomenal «Days of future passed». Su fuga de la prisión secreta donde lo recluyen es una secuencia que no me canso de ver.
Obviamente, se han escrito toneladas de libros sobre el crimen de Dallas. Los hay de toda calidad y pelaje, pero yo me quedo con ‘11/22/63’, de Stephen King, en la que un viajero del tiempo intentará evitar el asesinato, y con ‘La conspiración’, de David Talbot, una magnífica relación de las dificultades que Jack y Bobby Kennedy intentaron superar para construir una nueva América.
Musicalmente siempre me sentí desarmado frente a la reescritura que los Byrds hacen de la tradicional pieza folk «He was a friend of mine», relatando la versión oficial del suceso con sencillez y sentimiento. Lou Reed estuvo soberbio cuando, en 2003, interpretó «The day John Kennedy died» en Los Viveros, en la que mezcla cotidianeidad con utópica elevación humanista. Y, finalmente, este mismo año Bob Dylan publicó «Murder most foul», diecisiete minutos de excelencia literaria con la muerte del presidente como telón de fondo. Una crónica monumental de los sesenta con inabarcables referencias históricas y culturales que debería ser material de estudio obligatorio, al menos, en los institutos estadounidenses.