El tiempo corre a una velocidad que asusta. Todo tiene la consistencia fluctuante de un fantasma. El mundo es cada vez más insignificante: su sentido más profundo cabe en una línea de Twitter. La superficie de lo que vivimos es abruptamente barrida por las prisas y por esa indecente aspiradora de la fugacidad, como aquel amor que escribía en ‘Las hojas muertas’ Jacques Prévert y cantaban como nadie Yves Montand y Juliette Greco.

Cuando la duración se mide espantosamente con un clic, es un fenómeno extraterrestre que una revista de literatura acabe de cumplir cuarenta años. Pues sí, Quimera alcanza este noviembre cuatro décadas de vida, que se dice pronto. Desde el primer número, nunca he faltado a la cita mensual con unas páginas donde aprendí lo poco que sé acerca de los libros. No somos los libros que hemos escrito, creo que decía Borges, sino los que hemos leído. Y yo he leído cientos de libros sólo porque me aconsejaba Quimera que los leyese. Y me los sigue aconsejando. Guardo encuadernadas decenas de sus primeros números, muchos de aquellos primeros números cuyas magníficas portadas eran de Javier Aceituno y Manuel Boix. La dirigió, al principio, Miguel Riera, editor de la revista y fundador de El Viejo Topo. A mediados de los años ochenta, publicaría mi primera novela en su editorial Montesinos, y desde entonces ahí sigo, en esa larga amistad que me junta con él mismo y Elisa-Núria Cabot, los dos al frente de sus propuestas editoriales con el entusiasmo de los primeros días. Después, la revista tendría otros responsables en la dirección y sucesivas redacciones. Pero nunca abandonó la idea principal de sus comienzos: hablar de una literatura de calidad «que llegara al máximo de lectores posible».

El pasado domingo, en esta columna, decía que la lectura no es algo que interese a una mayoría. Hay más gente que escribe que gente que lee. Eso no es normal. Es una aberración. La mejor escuela de escritura son los libros que leemos. ¿Cómo puede haber alguien que se ponga a escribir una novela, un cuento, un poema, sin haber leído antes montones de libros que le hayan servido de plantilla, como cuando aprendimos las primeras letras en aquellos cuadernos Rubio de nuestra infancia? En Quimera descubrí que la literatura es una inagotable fuente de conocimiento, que leer nos hace vivir tantas veces como vidas habitan en lo que leemos, que los libros sirven para que la soledad no nos asesine impunemente de frente y por la espalda. Después de cuarenta años, ese descubrimiento sigue creciendo todos los días, en cada libro leído, en cada una de esas páginas que a lo mejor ya has leído un millón de veces y siempre se te aparecen como si fuera la primera. ¡Qué bien lo dice esa inmensa poeta que es Francisca Aguirre cuando habla de su infancia!: «Al abrir un libro podíamos salir a otro mundo». Regreso a aquellos iniciales números de la revista y recuerdo las fichas que me hacía con sus recomendaciones, cómo subrayaba muchas de esas recomendaciones, cómo supe de algunos libros y de quienes los habían escrito sólo porque aparecían en sus páginas. Muchos de aquellos libros se han quedado para siempre, felizmente, entre mis lecturas favoritas.

Ya dije antes que los equipos responsables de la publicación han ido cambiando con los años. Ahora mismo, ese equipo lo forman el director Fernando Clemot y en la redacción conviven Alex Chico, Jordi Gol y Ginés S. Cutillas. Conozco de mucho tiempo su entusiasmo y ahora acaban de sacar el número 443. Nada menos. En sus páginas, artículos que fueron publicados a lo largo de su ya tan dilatada existencia: de Juan Marsé a Toni Morrison, de Susan Sontag a Raymond Carver o Italo Calvino. «Quien compone un relato de su vida se mira de lejos y produce una imagen en la que los demás puedan verlo también», escribe Olvido García Valdés en este último número. Así, en ese relato a dos caras, seguimos la revista que amo tanto y yo mismo con las lecturas aprendidas en que mejor me reconozco. Cuarenta años de vida son muchos años en un tiempo dominado por la fugacidad. Esta columna es, pues, la de una gratitud infinita a quienes han hecho posible que Quimera llegara a este tan largo y noble aniversario. En estos tiempos de incertidumbre y desasosiego, no está mal compartir con ustedes un rato hermoso. Como éste, sin ir más lejos. Como éste.