Raimón, cuando era Ramón Pelegero Sanchis, y para sus condiscípulos «Pele», ya desprendía liderazgo y de ahí que fuera delegado de curso. Pele era el encargado, por ejemplo de pactar con don Francisco Alcayde Villar profesor de Filosofía, los capítulos para el examen. Aquel libro de «Fundamentos de Filosofía» del que era autor Adolfo Muñoz Alonso, que como catedrático no se le conoció en la vieja Universidad, comenzaba de manera tan diabólica que la sensatez obligaba a renunciar al texto aunque solo fuera por el principio. «Es síntoma de cordura afiliarse para no errar que díscolos y tránsfugas retornar ahítos al cerebro propio de un panlogismo tentacular hoy débil». Don Francisco era comprensivo y admitía que el delegado, «Pele» acabara por pactar el tema que todos los alumnos iban a preparar, si era menester.

Pele escribía versos y los recitaba en Casa Amadeo en las tardes de merienda barata. Pele era el amigo con el que, por sus conversaciones, los bocadillos de ‘blanc i negre’ que nos servía Manolo en Ciriaco a mí y a Manolo Costa Taléns, años después decano de Farmacia y nieto del señor Taléns, generoso abogado defensor de oficio de republicanos, nos sabían a gloria. Las repentizaciones poéticas, luego, las fue transformando en canciones en Casa Pedro al amparo de Joan Fuster y la progresía valencianista de aquellos años. Sus canciones fueron gran sorpresa. Sobre todo porque eran tiempos de castellanización por decreto. Mi memoria sobre nuestros anhelos juveniles acabo centrándola en aquel viaje en tren, de asientos de madera, en que desde Valencia a Vila-real me cantó por vez primera «Al vent». Se iba a Londres a aprender inglés, pero no cayó en la trampa de cantar al modo más popular. Siempre se aferró a su lengua. La que mamó en el Carrer Blanc de Xátiva.