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MÚSICA CRÍTICA

Beethoven desadjetivado

Beethoven desadjetivado Justo Romero

Antonio Morant (1991) ocupa lugar destacado entre la penúltima hornada de pianistas valencianos. Formado con Carlos Apellániz y Brenno Ambrosini, y luego, en Varsovia, con Piotr Paleczny, el sábado dejó constancia de su cabal categoría ante el teclado en el ciclo de las 32 sonatas para piano de Beethoven promovido por el Palau de la Música en la hermosa pero ruidosa y fría sala del Centre Cultural L’Almodí. En el programa las sonatas 11, 15 y 24, a las que aún se añadió, fuera de programa, el regalo del mallorquín Preludio en Re bemol mayor, «Gota de agua», de Chopin, deudor quizá de los largos años de estudio que el pianista valenciano pasó en la capital polaca, en la Universidad Fryderyk Chopin.

Afrontar un monográfico Beethoven es siempre un arriesgado reto para cualquier intérprete. El peligro de la monotonía resulta evidente, más, si como en este caso, se abordan tres sonatas no muy disímiles en estilo, compuestas en apenas una década, la que medía entre 1800 (año en que compone la Sonata opus 22, que cierra el primer periodo creativo), y 1809, cuando concluye la sencilla Sonata opus 78. En medio, la mejor de ellas, la número 15, opus 28, conocida como «Sonata pastoral», de 1801, en la que Antonio Morant pudo dejar asomar con mayor énfasis su forjado arte pianístico.

Fue el suyo un Beethoven impecable. No es poco. Y, además, de una honradez y solvencia pianísticas intachables. Tuvo la rara cualidad de no empeñarse en enmarcar su interpretación con acentos propios, sino servir literalmente, fiel a la letra y al estilo, la escritura del compositor. Empeñadas en servir la música más que en mostrar méritos. Versiones ortodoxas, casi reverenciales. Algo que ya se percibió desde los veloces compases iniciales de la Opus 22, dichos con cuidada claridad, apenas desdibujada por la resonante acústica de la sala, que, sin embargo, benefició la quietud e introspección con la que dijo el «Adagio con molta espressione», el momento más elevado de los cuatro movimientos de esta sonata de transición.

Tras los dos movimientos de la liviana y menor Sonata opus 78, Morant tuvo el buen gusto de cerrar el programa con la Sonata Pastoral, cuya calma atmósfera inicial presagió una versión contenida y al mismo tiempo colmada de destellos y luminosidades. Las pronunciadas dinámicas –acaso en algún momento excesivas-, el rigor métrico (Allegro inicial), pulso rítmico (Scherzo) y cantabilidad de los pasajes más líricos fueron señales de una versión y de un recital en el que, sobre todo, se escuchó y disfrutó de un Beethoven desadjetivado. Algo que se agradece particularmente en estos tiempos impostados y cargados de egos y postureos.

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