Algo personal

una historia de amor

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una historia de amor / Alfons Cervera

Alfons Cervera

Alfons Cervera

No sé si hay alguien en el mundo que no sepa quién es Bob Dylan. Seguramente, no. Pero es muy probable que el nombre de Suze Rotolo le suene, a muchísima gente, más raro que a mí eso de abrirte una cuenta en Facebook. El primer poema que escribí en mi vida, allá por el año 1974, se titulaba (todavía se titula) ‘Homenaje a una historia de amor’. Esa historia la protagonizaban Bob Dylan y Suze Rotolo. Eran muy jóvenes cuando se conocieron. Ella tenía diecisiete años y él, que no llegaba a los veinte, empezaba a buscarse la vida musical por los garitos de Greenwich Village, en el Manhattan neoyorquino. Ella repartía panfletos por el instituto y por donde fuera. Era hija de comunistas que le habían inculcado que «todos los individuos nacían iguales». No se perdía una sola manifestación. En 1958, apenas con quince años, participó en la Marcha de la Juventud a Washington para protestar contra la segregación racial. Y no faltó a la de 1963, cuando extendió Martin Luther King su sueño de libertad y de esperanza.

En 1964, aún si cumplir los veinte años, viajaría a Cuba y allí, con un grupo de jóvenes, se reunió con el Che y Fidel Castro en tiempos de bloqueo, tan peligrosos para quienes desde EEUU se atrevieran a desafiarlo. Leía muchísimo: desde Byron y Shelley a Rimbaud, pasando por el cuelgue que cogió con la vida, los versos y el teatro de Bertolt Brecht. Le chiflaba el cine de la francesa Nouvelle Vague. Mientras tanto, su novio se dedicaba a ir subiendo escalones hacia la fama, aunque fuera, algunas veces, traicionando a sus amigos. Uno de ellos, Dave van Ronk, músico y trotskista, estaba a punto de grabar «House of the rising sun», una canción tradicional, de origen desconocido, que luego harían famosa los Animals. Pues bien, se fue corriendo Dylan y la grabó para su primer disco, dejando al colega con la cara a cuadros. Dice Suze Rotolo que fue una canallada, pero que la versión que hizo Dylan «de ese blues de desolación y de tristeza no es mala». Palabras dulces de mujer enamorada. Cierto que la versión de Dylan no es mala, es malísima, sin alma, y lo dice quien tiene en su colección particular más de cien versiones de esa canción terriblemente hermosa.

Tengo todos los discos de Dylan y uno de los que más me gustan es el segundo que grabó: ‘The Freewheelin’’. En la portada él y Suze caminan, encogidos de frío, por una calle llena de nieve. Estamos en 1963 y pronto habrá entre ellos esa distancia que surge de un punto muy claro: Suze Rotolo quiere ser ella misma porque el mundo del folk era «un club de chicos», por eso mientras los hombres «tenían nombre; las mujeres eran Esposa o Hermana». O también: «las mujeres éramos invitadas, pero no participantes». Y aún más en la cabeza de la joven Suze: «sabía que no iba a dedicarme a la música, ni a ser la chica de un músico». Se va a Italia con su madre unos meses. Él le manda cartas de desesperación y escribe «Boots of Spanish Leather»: si regresas, no te olvides de traerme unas botas de cuero español.

En los momentos de tranquilidad, siempre están con Suze las canciones de los Beatles. Piensa que muchas cosas han cambiado desde su llegada a EEUU en 1964. El grupo inglés había advertido antes de actuar en Jacksonville: «No vamos a aparecer si a los negros no se les permite sentarse donde quieran hacerlo». Para entonces, ya la distancia entre ella y Dylan es insalvable. Han sido tres años y muchas vidas propias y ajenas vividas juntos. Y en esas vidas, fue Suze Rotolo la que inició a Bob Dylan en un compromiso político que no formaba parte, al principio, de los intereses del músico. Es bueno que se sepa. Y para eso, lo mejor es que lean el libro ‘En el camino con Bob Dylan’, que acaba de publicar la valenciana Barlin Libros y del que me enteré por una magnífica crónica que hacía en el suplemento Posdata de este diario mi colega y amigo Voro Contreras. En sus páginas cuenta Suze Rotolo lo que sale en esta columna y muchas más cosas. Murió en 2011, a los sesenta y ocho años, pero sigue teniendo, al menos en mi memoria, esa vida propia y esa dignidad que nunca nadie consiguió arrebatarle.

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