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Youtube acusa a un autor valenciano de plagiarse a él mismo

El artista sonoro Edu Comelles se enfrenta a una demanda por plagiar la grabación de unas olas que aparecían en un disco cuyo autor es él mismo

Youtube contra las olas del mar y un enredo de risa

En enero de 2016, Edu Comelles dedicó varias horas a grabar las olas del mar en el litoral vasco. Paseó con su grabadora por Lekeitio, Ondarreta, Getaria, Orio, Zarautz, Deba… Trabajaba en una instalación llamada «Waves» que presentaría en el Aquarium de Donosti y en el Centro de Cultura Contemporánea Tabakalera. Todo pintaba muy bien, pero no imaginaba Comelles en qué lío se estaba metiendo. Lo supo tras recibir una demanda de Youtube por plagio.

El martes Comelles ofreció en el canal Twitch una sesión de paisajismo sonoro dentro del ciclo «Slow Gallery». La composición, titulada «Campo liminar. Aquello que el mar mueve», estaba compuesta por grabaciones registradas en playas donostiarras. El miércoles la colgó en su canal de Youtube y el siguiente lunes un demandante afirmaba que 44 segundos de aquella larga secuencia de olas llegando a la costa agredía los derechos de propiedad de un autor. Comelles tenía derecho a recurrir, pero si su reclamación no era aceptada, Youtube podría retirar todas sus obras e incluso bloquearle el canal.

En concreto, el sistema antiplagios de Youtube había determinado que Comelles había plagiado las que suenan en una pieza que el dúo Cello + Laptop había publicado en 2013 en el disco «Parallel paths». La composición se titulaba ‘Shoreline’ (Orilla) y, en efecto, incluía el sonido de olas. Aquel disco lo publicó el sello Envelope Collective, propiedad de Olivier Arson, compositor habitual en las películas de Rodrigo Sorogoyen. Se prensaron 200 copias en CD. Se agotaron. Atención al rocambolesco giro de guión: el dúo Cello + Laptop son la chelista Sara Galán y... Edu Comelles.

Según YouTube Edu Comelles se había plagiado a sí mismo. Pero en cuanto estudió la demanda, supo que eso era imposible. «La pieza que grabamos en aquel disco contenía sonidos que registré en la costa de Valencia». asegura. Ahora solo tiene que demostrarlo. «Detrás de estas demandas solo puede haber una máquina», intuye. Lo cual es una situación doblemente kafkiana. Un algoritmo ha decidido que esas dos grabaciones son idénticas y él debe demostrar a Youtube que «no existe coincidencia geográfica y que hay una distancia de tres años entre lo que me reclaman y lo que suena. Pero si el algoritmo es capaz de decidir que, entre los miles de grabaciones de olas que hay en el mundo, he infringido el copyright de esa pieza, también debería ser capaz de detectar que ambas piezas pertenecen al mismo autor». El enredo es de risa, sí, pero ilustra a la perfección el túnel del terror en el que se ha convertido la distribución musical en el siglo XXI. La discográfica que editó «Parallel paths» contrató a un agregador de contenidos, Merlin Idol Distribution, para que lo colocase en Youtube y demás canales de internet con el objetivo de rentabilizarlo económicamente. «Aquel disco se publicó en su día con una licencia Creative Commons, pero el agregador les aplica una capa de copyright cuando los sube a YouTube. Y seguramente, puede hacerlo en virtud de unos acuerdos del contrato a los que nosotros dimos ‘aceptar’. Aquí debemos hacer autocrítica como autores» reconoce Comelles. «Pero esto es como si me denunciara mi abogado», compara, pues el sello paga a un agregador para que rentabilice unas obras y está demandando al autor de esas mismas obras.

Aun así, cabe recordar que el presunto plagio de 44 segundos de que se acusa a Comelles no se refiere a estrofas ni estribillos, sino a grabaciones de campo. «Se supone que el paisaje sonoro no es propiedad de nadie, que es patrimonio inmaterial y aquí se están planteando límites», denuncia el artista. Se están poniendo puertas al campo (mejor dicho, al mar) mediante un sistema de detección y denuncia que nadie sabe cómo funciona y que Youtube no sabe controlar. A menos que la inteligencia artificial haya detectado algo que el ser humano jamás intuyó: que el mar es una secuencia de sonidos en bucle, un plagiador infinito. En tal caso, un músico que graba las olas sería solo testigo del delito. Cómplice artístico, a lo sumo. Y por lo tanto habría que celebrar un juicio que sería conocido como el caso de «Youtube contra las olas el mar».

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