Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Gregorio Marañón Bertrán de Lis: "Estamos viviendo el peor momento de la historia reciente de España"

Presidente del patronato del Teatro Real

Gregorio Marañón. | JOSÉ LUIS ROCA

¿Cómo se decidió a afrontar la escritura de las memorias?

Por consejo de mi editora María Cifuentes, cuyo criterio y amistad siempre he valorado. También fue decisivo el respaldo de Joan Tarrida, director ejecutivo de Galaxia Gütenberg.

Su abuelo era una figura muy relevante, de la que ofrece un perfil más íntimo. Con el paso de los años, ¿qué cree que le influyó más, ese perfil familiar o su ejemplo como un intelectual comprometido?

Para mí resulta inseparable lo uno de lo otro. Fue un abuelo cercano que siempre me estimulaba, y, con el tiempo, su figura se convirtió en mi principal referencia. Esto último comportó también un problema de identidad, y, por ello, decidí no acogerme a su sombra benéfica para no ir de nieto por la vida.

Trabajó contra el franquismo en la clandestinidad, en los últimos años de la dictadura. ¿Por qué abandonó la política una vez que se alcanzó la democracia?

Milité en la clandestinidad contra la dictadura desde 1959 hasta la Transición, pero, como cuento en mi libro, ya en la Facultad decidí no dedicarme a la política, aunque sí a hacer política desde la sociedad civil. Y es que, en democracia, la política es una responsabilidad última de todos los ciudadanos, no solamente de los políticos ejercientes, y, por tanto, desde la sociedad civil también podemos, y debemos, defender nuestras convicciones políticas.

Como hombre de la Transición, ¿le duele que en la actualidad haya quien trate de desvirtuar o minimizar los logros de aquella época?

Se trata de un fenómeno minoritario de negacionismo. En primer lugar, la de la ignorancia, esto es, el desconocimiento de nuestra historia, olvidando que sin pasado no hay futuro. También hay algunos que, cuando rechazan la Transición y la monarquía, en realidad están rechazando la democracia. Nunca olvido el inmenso cartel colocado en la fachada de una casa que presidía la Puerta del Sol, en mayo de 2011. Representaba una inmensa urna con el siguiente lema: «La urna es nuestro problema». Y es que, hay muchos que se autocalifican como demócratas y no lo son.

¿Cree, como algunos analistas, que asistimos al peor escenario político de la democracia, en el momento en que pasamos por el peor momento de la historia reciente de España?

Estoy convencido de que estamos viviendo el peor momento de la historia reciente de España. Más de 50.000 muertos, seis millones de españoles en situación de exclusión social, y una crisis económica de consecuencias todavía incalculables. A esto se añade un escenario político en el que los principales partidos no son capaces de dialogar para pactar las medidas necesarias para afrontar esta situación. La responsabilidad de la pandemia no tiene color político, y tampoco deberían tenerlo las soluciones. Más de un 70% de la ciudadanía reclama una política de consenso como la que, por ejemplo, representa el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida.

En aquellos momentos finales de la dictadura, iniciaba su carrera en el Banco Urquijo. ¿Era muy diferente aquella actividad bancaria con la de hoy día? ¿Los bancos pueden haber perdido algo de cercanía al cliente en estos años?

Vivimos en un mundo de cambio acelerado, en gran parte, por los fenómenos de la globalización y la digitalización. También la banca se ha transformado. Una muestra muy notable de las consecuencias de ese cambio lo representan las cajas de ahorros, que en aquel tiempo representaban el 50% del sistema financiero y, hoy, prácticamente, han desaparecido.

Otro aspecto en el que ha destacado es en su vertiente como colaborador en los medios, ya desde sus años en la Universidad. ¿Cuál era para usted el atractivo de este ámbito?

Uno de los grandes cambios de la democracia fue la existencia de una prensa independiente del control político, no sujeta, por tanto, a la censura. Mi interés por los medios viene unido a mi activismo político de entonces, y eso fue lo que también me llevó a participar en el proyecto de «El País». Pero, posiblemente, tenga en mí un arraigo anterior. Como cuento en el libro, mi bisabuelo, Miguel Moya, director de «El Liberal» y uno de los periodistas más influyentes de su tiempo, ha sido una figura cuyo recuerdo ha estado muy presente en mi familia.

¿Cómo logró «El País» ir sorteando los sucesivos intentos de los poderes políticos por asumir su control?

Con carácter general, la prensa, para ser independiente, tiene que ser también viable económicamente. Gracias a Jesús Polanco «El País» nació así. Recientemente, me he incorporado al consejo de administración de «El Español» porque, además de la personalidad de su director, Pedro J., también es un proyecto económicamente viable.

Escribe con cierto dolor de su salida del grupo Prisa, en 2017, en el marco del cambio en la presidencia que marcó el final de la etapa de Juan Luis Cebrián. ¿Por qué no se pudo concretar una transición menos traumática en el grupo?

Aquello no fue fruto de una transición, sino un verdadero golpe de poder en el ámbito de Prisa, que cuento con detalle en mis memorias. El pasado 21 de diciembre, se ha dado otro golpe semejante en Prisa, pero de signo contrario, por quienes entonces perdieron la votación. Tres años después, el contador se pone a cero.

En 1995 se incorpora al Patronato de la Fundación del Teatro Lírico y participa en la reapertura del Teatro Real, en 1997. Pero dimite rápidamente ante el interés del primer Gobierno de José María Aznar por politizar la programación y ante el despido inminente de Elena Salgado, que era la directora general, por orden del Secretario de Estado de Cultura, Miguel Ángel Cortés. ¿Por qué cree que actuó así Cortés?

Yo intenté, por pedírmelo Esperanza Aguirre, ministra de Cultura, convencer a Miguel Ángel de que la política debía respetar el excelente proyecto que teníamos en el Teatro Real. Pero no lo logré. La propia Esperanza publicó después que ella quiso defender a Elena y también a Stephan Lissner, que era el director artístico. Miguel Ángel, que es una persona muy valiosa e inteligente, no sabía nada de ópera y, equivocadamente, achacó la programación que teníamos preparada a una «politización izquierdista». Tras el cese de Elena, dimitimos Emilio Lledó, Alberto Zedda, Luis de Pablo, Isabel Penagos y yo, y, semanas después, también dimitió Stéphane Lissner. La ambición artística del proyecto se vino al suelo.

En ese momento también se decide la separación del Teatro de la Zarzuela y el Teatro Real, algo que usted lamenta. Se ha hablado en los últimos años de una unificación, ¿cree que sería lo mejor?

No tengo ninguna duda de que hubiese sido lo mejor, y, sobre todo, para el género lírico de la zarzuela. Un solo proyecto, con dos escenarios, por definición es más razonable que dos teatros, ambos dependientes del Ministerio de Cultura, programando por separado óperas y zarzuelas en ambos escenarios y duplicando inútilmente sus costes. El argumento que se utilizó en contra del proyecto fue que se estaba privatizando el Teatro de la Zarzuela, cuando la Fundación del Teatro Real es, legal y funcionalmente, una institución pública adscrita al Ministerio de Cultura. Esta evidente mentira dejó al descubierto que quienes se oponían solo defendían intereses corporativos.

Compartir el artículo

stats