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Pau Pons: "El teatro es desafío porque es contacto, algo que ahora está casi prohibido"

Dramaturga

Pau Pons, actriz, autora y directora de teatro. josé ignacio de juan

Tres generaciones de una familia atrapadas en los trastos viejos de una casa de pueblo. Un padre que pervive en las tacitas de café, una madre que no acaba de irse, unas hermanas que no se entienden, y una hija que no encuentra su camino. Con ‘Família normal’ (se estrena el próximo 15 de enero en el Micalet), su primera obra para público adulto como directora en L’Horta Teatre, Pau Pons regresa a algunos de los temas preferidos de su compañía de siempre, Pont Flotant: la identidad, las relaciones, la educación y los recuerdos. «Son temáticas universales y muy vinculadas al punto biográfico en el que estoy a los 40 años -explica-. Y también la búsqueda de un discurso tras la comedia es algo bastante común en Flotants. Pero el espacio escénico que hemos utilizado en ‘Família normal’, el lenguaje y la manera de ponerlo en escena, es muy diferente. Es una comedia de entretenimiento con una visión agridulce sobre el paso del tiempo y la identidad».

Hay incluso cierta conexión con «Horta», su anterior obra como directora, aunque esta estaba dirigida al público infantil.

Sí, continúo trabajando con la materia valenciana y con un lenguaje popular. La historia se ubica en una casa y una familia aparentemente tradicional, aunque después de tradicional no tiene nada… Eso tiene una continuidad en mi trabajo. Pero esto es una comedia para adultos, con mucho texto y mucha interpretación. La investigación está en otro lugar.

¿El texto es sólo de Núria Vizcarro o ha trabajado en él?

Está trabajado entre las dos. La idea de partida, la de dos hermanas que hace tiempo que no se ven y que se encuentran para vender una herencia familiar que es lo único que las puede juntar, es mía. Ese conflicto es el motor de la obra. También estaba la voluntad de trabajar a través de un texto dialogado que fuera ácido y ligero, que las palabras no pesaran, que las situaciones fueran excéntricas y que llevaran a la comicidad.

Usted pertenece a una familia vinculada a la huerta. ¿Tiene algo de autobiográfico?

Directamente no, pero muchas personas nos podemos identificar con lo que le pasa y la situación en la que se encuentran estas dos hermanas. Esta necesidad de vender porque no tiene sentido mantener una casa vieja que no vas a utilizar y que está en un pueblo en el que no quieres estar, pero que al mismo tiempo es lo único que mantiene tu recuerdo como familia y como identidad… Para la gente que vivimos o hemos vivido en un pueblo todos estos rasgos son reconocibles.

¿Somos más conscientes que nuestros padres de la importancia la tradición como signo de identidad?

Creo que sí, pero supongo que porque ellos lo vivían de forma más natural, no le daban valor porque esa tradición o esa identidad formaba parte de sus vidas. Nuestra generación sí tiene ese miedo a que todo eso desaparezca, y que ni nosotros ni nuestros hijos tengan referentes.

Desde Blasco a Chirbes, ese conflicto de la identidad con el progreso parece un tema muy valenciano.

En esta obra partimos de ese conflicto para ir a uno más universal: la necesidad de que la globalización no arrase con todo. Para mi generación lo que arrasaba parecía venir sólo de Estados Unidos. Para la de mis hijos lo que arrasa no sabemos de donde viene porque nace de todos los sitios. Es la cultura del consumo rápido, sin reflexión, algo que es viral porque llega muy rápido a muchos sitios. Me da lástima que no tengan referentes, y por eso me gusta buscarlos en la tradición.

¿Ser madre le ha influido a la hora de dirigir e interpretar el teatro?

Siempre he sido muy consciente de cierta «pedagogía» del objeto escénico. A la hora de hacer teatro para niños esa pedagogía sí que te la planteas de una forma más directa, pero en el caso del teatro para adultos es más difícil. Pero sí, las experiencias grandes de la vida, como es la maternidad, te hacen ver la interpretación o la dirección, la comprensión de los personajes, de otra manera. En esta obra hay un personaje que es una chica adolescente y, aunque mi hija mayor tiene aún ocho años, gracias a ella ya puedo ver y entender cómo puede ser la relación que tiene con su madre.

Uno de los rasgos en Pont Flotant es la naturalidad con la que rebasan la línea entre lo real y lo ficticio. ¿Ocurre también en «Família normal»?

Se rebasa de otra manera. Esta es una historia fabular con unos personajes, y en ese contexto hemos intentado que sea lo más próximo posible a las actrices. No jugamos a llevar la realidad dentro de la ficción, pero sí trabajamos con la verdad emocional, con la ironía, el humor, la excentricidad. La obra se sostiene porque Verònica (Andrés), Rosanna (Espinós) y Laura (Pellicer) son muy buenas intérpretes.

Esta es una obra escrita, dirigida e interpretada por mujeres. ¿Esto no debería ser noticia o aún hay que destacarlo?

Me gustaría que dejara de ser noticia porque ya hubiéramos pasado esa fase. Pero creo que aún no la hemos superado. Esto es como la normalización de la lengua: la normativa está escrita pero no se aplica, y si no la vemos en el día a día no se puede normalizar. Darlo por normal sería un paso atrás, porque no lo es aún.

¿Qué papel juega el teatro en estos tiempos en los que se ha puesto tan difícil eso tan teatral de interactuar unos con otros?

Es fundamental, y a medida en que pasan los meses de incertidumbre, lo valoro aún más. Cuando estrenamos la obra en el Principal de Castelló, la sensación que teníamos es que estábamos asistiendo a un evento muy importante. Cuando vas al teatro estás viendo en escena un acto casi prohibido en estos días. El simple hecho de actuar sin mascarilla, poder ver las expresiones y la energía que transmite alguien, es como un reto. Es como si actuar haya recuperado la importancia que tenía.

Un desafío.

Sí, porque como decías el teatro es el único arte que pone en valor compartir un mismo espacio y un tiempo con el espectador. Si algo bueno ha tenido la pandemia ha sido poner en valor la importancia del contacto entre personas. A través de las pantallas hemos podido mantener la relación con amigos y familiares, pero no el contacto. Y hacer teatro es eso, contacto entre los actores y el espectador. Creo incluso que cuando acaba la función el público está mucho más agradecido por ese esfuerzo que estamos haciendo para ofrecer un poco de realidad, un trozo de vida.

Pont Flotant acaba de cumplir 20 años. Son un cuarteto pero duran ya más que muchas parejas. ¿Cuál es el truco?

Creo que la suerte de no autopresionarnos. No dependemos de las producciones ni de la compañía y eso permite cierta tranquilidad y reflexión a la hora de crear. Y también que nos queremos muchos, que somos amigos antes que compañeros de trabajo, y eso va siempre por delante. Trabajar en Pont Flotant nos da mucho placer porque elegimos lo que hacemos y cada proyecto es un reto.

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