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MÚSICA CRÍTICA

Sorpresas

Ramón Tebar y Leticia Moreno, en el concierto del sábado en Les Arts. | P.M.

Dicen y parece que es verdad que «la vida es un cúmulo de sorpresas». El sábado sucedieron varias en el primer concierto del año de la Orquesta de València, que contó con la participación solista de la violinista madrileña Leticia Moreno (1985), que se estrenaba como «artista en residencia» de la formación valenciana. La primera sorpresa fue que en lugar del anunciado Hartmut Haenchen (1943) quien realmente apareció sobre el podio fue Ramón Tebar, que reemplazó en el último momento al veterano director sajón, obligado a cancelar su actuación por haber dado positivo en coronavirus. Un concierto de sorpresas con poco público –preocupante-, para una velada fría en la que se escucharon el lírico Concierto para violín de Dvorák y la fogosa Cuarta sinfonía de Schumann.

El crítico, que conocía y conoce bien a los protagonistas del programa, conjeturaba disfrutar y aplaudir con entusiasmo la interpretación del Concierto para violín de Dvorák de su admirada Leticia Moreno. También preveía escuchar a Ramón Tebar una versión rutilante y de aliño de la Cuarta sinfonía de Schumann. Pero nada fue así, sino todo lo contrario: Leticia Moreno en absoluto pareció la gran violinista de siempre, mientras que Tebar dirigió una inesperada, trabajada y bien planteada lectura de la Cuarta sinfonía de Schumann no exenta de nervio e impulso romántico.

Quizá la distancia del público impuesta por la pandemia, la crisis que siempre supone para una artista acostumbrada a estar siempre en candelero con la agenda repleta de compromisos, y la inquietud del vacío que ello conlleva, así como acaso la probable circunstancia de tener en el atril una composición que parecía poco digerida y tocada, fueran razones de este tropiezo de una intérprete de tan definidos fuste, solera y personalidad artística, cuyo arte violinístico siempre se ha caracterizado por la fuerte impronta y calor personal con que siempre envuelve sus interpretaciones. También por su pulido cuidado técnico.

Poco de ello hubo el sábado en su insegura, tibia y precavida lectura del Concierto de Dvorák, a la que tampoco contribuyó el acompañamiento de oficio de un Tebar que pareció reservar su inspiración para la parte final del concierto, con la ardorosa Cuarta de Schumann. Desde el ataque inicial de la introducción, Leticia Moreno se mostró nerviosa, incómoda, corta de efusión y aliento lírico. No parecía ella, salvo efímeramente en algunas frases hermosamente cantadas del adagio central, en las que se vislumbró a la apasionada artista que ha sido, es y siempre será. En estos tiempos difíciles para todos, y especialmente para los desprotegidos artistas, su templada lectura mereció una cariñosa y larga ovación de un público que reconocía en la diva madrileña los méritos que han marcado su carrera internacional. Sorpresa impertinente es que ella tocara sin mascarillas, mientras que todos sus compañeros de cuerda de la Orquesta de València y el propio maestro Tebar actuaran enmascarillados.

Atacó y reguló Tebar el mayestático acorde que abre la última sinfonía de Schumann con precisión y claridad. Fue ésta la tónica de una visión que apuntó más al carácter original de fantasía que en sus comienzos (1841) fue la sinfonía que a la desigual estructura que Schumann finalmente (1851) otorgó a la muy retocada y reorquestada partitura. El carácter impulsivo, sobresaltado e imprevisible con que el compositor hilvana libremente melodías, acordes, armonías y desarrollos fueron subrayados por un Tebar que se mostró dominador y partícipe involucrado del pentagrama. Como contrapartida, la Orquesta de València no tuvo precisamente su mejor día, y se escucharon inesperados desajustes y desafinaciones. Desde unos violines que no siempre entraron conjuntamente a unas trompas sorpresivamente desafortunadas.

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