Netflix estrena una serie con el popular Omar Sy como un criminal justiciero bajo el influjo de Arsenio Lupin. La revolución puede llegar a ser televisada. En las raíces de «Lupin», apuesta de Netflix para esta semana, podría haber un verdadero bandido anarquista de principios del siglo XX: Marius Jacob, el líder del grupo ilegalista Los Trabajadores de La Noche, experto reventador de cajas fuertes que con 23 años, edad a la que fue detenido, alardeaba de haber cometido 156 robos. Repudiaba la violencia casi tanto como a los ricos, únicos que sufrían sus artimañas.

De su leyenda pudo nutrirse el escritor Maurice Leblanc para crear a Arsenio Lupin, el famoso ‘ladrón caballero’, activo en las páginas de la revista ‘Je Sais Tout’ desde 1905 y protagonista de numerosas novelas. Un ladrón que, como Jacob, desprecia a los ricos, aunque según escribía Umberto Eco en ‘El superhombre de masas’, no «por ser demasiado ricos, sino porque lo son poco y no son tan listos como él, que es capaz de hacerse más rico que ellos».

Las armas de Lupin no eran violentas: lo suyo eran los disfraces, de chófer, de tenor, de corredor de apuestas o de torero; los juegos de manos, o la sutil y casi sobrenatural manipulación psicológica, que también empleaba en el cortejo. Desdoblado en detective bajo la identidad de Jim Barnett, llegó a ayudar a la policía. Conforme su creación se hacía más popular, Leblanc se vio obligado a rebajar un poco la ambigüedad.

Sus rostros cinematográficos

En 1908, solo tres años después de su creación, Lupin ya rondaba por la pantalla en un corto del pionero Edwin S. Porter. Llegarían después otros Lupines más emblemáticos, como el encarnado por John Barrymore en los treinta, el ‘chansonnier’ Robert Lamoureux en los cincuenta (muy exitosa ‘Las aventuras de Arsenio Lupin’, de Jacques Becker), Jean-Claude Brialy en los sesenta, Georges Descrières en la televisión de los setenta… Ya en una película de 2004, el personaje adoptó el rostro de Romain Duris para demoler una conspiración que pretendía restaurar la monarquía francesa. Anarquía hasta el fin.

Uno de los países (o quizá incluso el país) donde más se le quiere es Japón. El mismísimo Mizoguchi dedicó al personaje una de sus primeras películas: la muda ‘813’, de 1923. Los Lupines japoneses se sucedieron sin tregua en los cincuenta. Y a finales de la década siguiente, el mangaka Monkey Punch creaba al nieto de Arsenio, Lupin III, héroe ambiguo mejor que bien acompañado por un pistolero, un samurái y una ‘femme fatale’. Sus aventuras perdieron virulencia en el salto al anime, primero para una serie en la que se curtieron genios de Studio Ghibli como Hayao Miyazaki e Isao Takahata. De hecho, Miyazaki debutó en el largo con la segunda película del nieto estelar: ‘El castillo de Cagliostro’. También ha habido filmes de Lupin III en carne y hueso, uno en 1974 y otro en 2014.

Cuando la leyenda se empieza a difuminar, aparece otra versión que reivindica sus maravillas folletinescas y su espíritu (según Umberto Eco, relativo) de justicia social. «Lupin», la serie recién estrenada en Netflix, tiene ambas cualidades: muchos giros inesperados, mucha rabia por el mal reparto de la riqueza.

Pero aquí la justicia social tiene, además, otro ángulo: este Lupin no es exactamente Lupin, sino Assane Diop (el superastro galo Omar Sy, revelación de «Intocable»’), el hijo de un inmigrante senegalés que se suicidó tras ser injustamente acusado de un robo.