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Mónica Naranjo: "En realidad soy tímida y poco sociable"

"Hubo un tiempo en que me aburría de mí misma, estaba en el victimismo constante"

La cantante Mónica Naranjo. | LEVANTE-EMV

Cantante sísmica, diva LGTBI, sex trainer, coach de voces emergentes, presentadora de realities insulares. Le gusta mutar a Mónica Naranjo (Figueres, 1974). Lleva 25 años haciéndolo. A la espera de que la covid le permita seguir con sus metamorfosis (y su gira), ha entrado en 2021 con Minage 20 aniversario, una caja que condensa su madurez.

¿Qué es lo que permanece, siempre?

El ser, a pesar de todas las batallas.

Enigmática la definición.

Al venir de una familia humilde, tengo facilidad para adaptarme. Solo que siempre he necesitado un momento para estar sola, hacer un trabajo de introspección y ver qué encuentro. No toda la culpa puede ser ajena. Cuando veo los errores propios, empieza el camino de ascenso.

A usted la aman o la odian.

Voy a utilizar una frase de mi querida Gloria Trevi: «Quien me odia es porque no me conoce». ¿Sabe qué pasa? Hace años creé un personaje precioso, muy ecléctico, que me vino muy bien, porque en el fondo soy una persona tímida y poco sociable. Esa Mónica Naranjo me ayudó a actuar, a trascender.

¿Cómo es la otra, la de verdad?

Una hippy. En casa me encuentra en chándal, con la cara lavada. Esa pantera que parece que te va a comer a bocados es un fake. Soy imperfecta de narices.

No da esa impresión.

Pues así es. Aparte del trabajo, mi mayor preocupación son mis animales. Voy recogiendo los que la gente no quiere.

¿Los prefiere a los hombres?

No, no. Hace tres años, cuando me separé, la mayoría de mujeres que me encontraba me decían: «Es que todos son iguales». Y yo les respondía: «No, no todos son iguales, lo que pasa es que el ser humano se equivoca».

¿Es fácil convivir con usted?

Soy extremadamente ordenada. Eso me viene de mi madre. Éramos tres niños y nos educó con amor, pero bajo un régimen militar. Yo he extrapolado eso al trabajo. Soy una persona que se tiraniza mucho. No me contento con un «está bien», quiero la perfección. Como mi compañero de viaje no sea igual, lo tiene mal.

¿Qué tal anda su corazón?

Desde que me casé conmigo misma está equilibrado. Estoy abierta al amor, pero no lo busco. Sé que aparece, de verdad.

¿Se recupera rápido de las sacudidas emocionales?

El trabajo más arduo es el desapego. Yo no lo consigo del todo. La muerte de mi hermano, por ejemplo, fue un tsunami y sigo arrastrando la pena. Pero los momentos más duros también son los de crecimiento personal. Hubo un tiempo en que me aburría de mí misma, porque estaba en el victimismo constante, hasta que me dije: «No te quejes, mueve el culo». La actitud lo es todo.

Cuentan que tenía serias dificultades para disfrutar.

Hubo un momento en que creía que la vida era trabajo y trabajo. Estando en Los Ángeles, no supe qué hacer un fin de semana. ¡Eso no era normal! Me aparté siete años para aprender a vivir. Me instalé con mi perra Chispita - que ya no está conmigo- en un pueblecito perdido de Italia, cerca de Milán, y aprendí a cocinar. Recuerdo que, a los cinco años de autoexilio, me llamó mi comadre Rocío Jurado: «Naranjito, ¿ya nooo?». Supe que debía hacer lo que me dictara el corazón.

¿Cree en Dios?

Soy una persona de mucha fe. Sin fe, estamos perdidos en manos de nadie. Los momentos más bellos, las cosas más hermosas, los olores más intensos son Dios.

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