Alta Definición
Congelados
Después de hartarme a llorar viendo «It´s a Sin», un muy recomendable retrato en miniatura de la desgarradora llegada del SIDA al Londres de los ochenta creado por Russel T. Davies («Years and Years»), vi a Sean Bean en la caratula – elegir serie en las plataformas es como cuando íbamos al videoclub- de un título desconocido para mí: «Snowpiercer». Ahora sé que está basado en una película dirigida por Bong Joon-ho años antes que «Parásitos» cuya trama procede a su vez de una novela gráfica francesa. De ahí la primera secuencia animada en la que nos cuentan que la humanidad ha congelado el planeta en un futuro más bien cercano. Por intentar revertir el calentamiento global, a lo bruto y demasiado tarde, provocamos sin querer una glaciación que hace inviable la vida a -119 grados. Anticipando el apocalipsis climático, un avispado personaje idea un tren rompehielos de 1001 vagones que nunca se detiene y sirve de arca de Noé para nuestra especie. Dado mi gusto por las distopías catastróficas le doy al play aunque no aparece por ningún sitio el actor que interpretó al patriarca de los Stark en «Juego de Tronos». Para verle en uno de esos papeles de malo que borda hay que llegar a la segunda temporada, la que estrenó hace unos días Netflix a capítulo semanal. La estrella de la primera tanda de episodios es Jennifer Connelly, aquella dulce Sarah en la maravillosa «Dentro del laberinto», aquí la gélida jefa de asistencia del tren y además la ingeniera que lo construyó con las aportaciones económicas de los viajeros que así reservaban billete para esquivar una muerte segura. Pero al partir son abordados por cientos de desesperados que acaban aislados en la cola del tren. Estos polizontes a los que llaman colistas han tenido que practicar canibalismo para sobrevivir y solo piensan en cómo derrocar el férreo sistema de clases imperante y salir de la cola. Ya no pueden más, siempre se repite la misma historia, podrían cantar.
En tercera, los curritos de mantenimiento y servicios; en primera, los multimillonarios en fastuosos vagones y restaurantes gourmet, seres despreciables similares a los ricos y poderosos de «El colapso» que han construido unas islas artificiales que les mantienen a salvo de lo que sea que esté sucediendo. La guerra entre los polizontes y los que quieren mantener sus privilegios deja momentos de violencia muy desagradables y poca sustancia que no tiene visos de mejorar sino todo lo contrario. Me vuelvo a pasear por el videoclub desde el sofá.
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