Fuera de compás
Ofrendas musicales a San Valentín
Ahí va lo más bonito que me han dicho en un San Valentín: no quiero regalos, velitas, ni pétalos de rosa en el recibidor. Guárdate las flores y los dulces con forma de corazón. Vamos a cenar a un sitio absurdamente caro y, después, pegaremos un par de buenos polvos. Así que múdate y no te me pongas demasiado ciego. Mandria. Yo soy feo, rockero y sentimental, si me permiten la comparación bradominesca, pero tengo buen conformar y cumplí escrupulosamente con su voluntad. Facilito, ya ven. Y les confieso que aquel fue el primer día de los enamorados que disfruté plenamente, sin inseguridades, presiones mercantilistas ni miedo a herir susceptibilidades con mis desastrosas dotes para el detalle romántico.
Hace muchos años que me curé el empacho de ofertas hoteleras, joyas financiadas, atractivas promociones de los grandes almacenes y horteras y novedosas creaciones reposteras propias de mi yo adolescente. A lo que jamás renuncié fue a la música. Al contrario, al independizarme descubrí que hay ciertos discos que facilitan la tarea de quitarse la ropa. Álbumes que no te decían gran cosa escuchados en la multitudinaria soledad que proporciona un cuarto compartido con dos hermanos, pero que establecían una nueva y colosal relación contigo mientras te desnudabas junto a otra persona, invadido por el tacto de la carne, el olor de la piel y el cabello y la ansiedad provocada por el inminente acto sexual.
Así, entre respiraciones entrecortadas, jadeos, besos, caricias, mordiscos y lametones, el ‘Astral weeks’ de Van Morrison me dejaba de parecer soso y sobrevalorado, y se convertía en un glorioso lubricante con el que abandonarte a los placeres de la carne. Burt Bacharach cobraba todo el sentido del mundo si tenías las manos puestas en otros botones que los del walkman. ‘Let’s get it on’, de Marvin Gaye te parecía infinitamente superior a ‘What’s going on’ cuando tu lengua recorría el cuerpo de otra persona.
Incluso grupos que podrían parecer poco aptos para el asunto como los Yardbirds, Pretty Things o Easybeats te aportaban, con su cálido y machacón ritmo, el combustible perfecto para las acometidas previas al orgasmo. Por otra parte, Velvet Underground, The Cure, Nick Cave o Joy Division contribuyeron a crear un clima sórdido que resultó ser perfecto para actuaciones intensas y difíciles de olvidar con parejas que atravesaban turbulentos estados de ánimo. También he usado a artistas que no soportaba, como Gainsbourg, pero ya saben que París bien vale una misa. Y, por encima de todos ellos, Leonard Cohen, cuyo «I’m your man» me parece la declaración de amor definitiva por su mezcla de pasión, madurez, ternura, solemnidad y humor ácido.
Pruébenlos si es que todavía no lo han hecho, ambienten sus coitos con música. Pero háganme caso en una última cosa, ahora que ya hemos entrado en intimidades. Utilicen cedé, mp3 o alguna plataforma digital. Poner el vinilo para impresionar a su amante nada más cruzar la puerta está muy bien, pero tener que abandonar las lides amatorias para darle la vuelta es una jodienda que desploma el ambiente. Y, a ciertas edades, hay cosas que cuesta volver a levantar.
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