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ESCRIBir / Alfons Cervera

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Cuando llegó el bicho decían que nos iba a pasar de largo. Vivíamos lo que pasaba como se vive un acontecimiento que nos es ajeno: con esa displicencia que mostramos cuando lo malo nos pilla lejos. Mirábamos con el catalejo pirata puesto del revés. Y nos salía la sonrisa del orgullo cínico: ya se apañarán los chinos.

Pero el bicho no pasó de largo. Era cabezón y disfrutaba bailando incansable sobre el dolor aún inconcebible de una sociedad paralizada por el estupor. La vida ya era otra vida y la llevábamos mal, como si la de antes hubiera sido una maravilla. Poca gente se paraba a pensar que la vida de antes nos había llevado a la de ahora. El Titanic no vio el iceberg porque el poder desprecia todo aquello que considera insignificante. La orquesta siguió tocando mientras el barco se hundía y nosotros salimos a los balcones con la música que la vida de antes despreciaba: la de la solidaridad, la del bien común, la que nos convencía de que regalar ese bien común al negocio privado nos conducía sin remedio al fondo más abrupto de la desesperación.

Un día se aliviaron muy levemente las heridas, cerramos los balcones y la música volvió como si nada al jukebox de los discos olvidados. Las calles se llenaban de risas, como si todo hubiera sido un mal sueño: «¡Qué lleno está el vacío!», escribe Jorie Graham en un poema de hace varios años. El vacío del confinamiento, como el de las calles, se fue llenando, también, con su escritura. No es fácil escribir o hablar alto en estado de sitio. En este país bien que lo supimos durante cuarenta años. Y aún ahora, con tantos años de democracia: si no que se lo pregunten al músico Pablo Hasél. O al incansable Joan Cogollos, activista de la PAH en la comarca de la Safor. Pero ese cerco se rompe a veces y la escritura es una buena manera de contar lo que pasa fuera y dentro de nosotros mismos. Un ejemplo hermoso: ese pequeñísimo libro de Zadie Smith, titulado Contemplaciones, que acaba de salir a las librerías.

En ese tan breve como inmenso texto, dota de sentido la autora al hecho de ocupar el tiempo de la pandemia en los más diversos quehaceres, desde escribir (es su oficio) a la preparación en la cocina de un bizcocho. Un día pensaba cómo respondería a sus estudiantes universitarios si le hacían la tópica pregunta: ¿por qué escribe? Y se le ocurrió que la respuesta podría ser así de sencilla, lejos de esa épica idiota que suele acompañar la demasiadas veces engolada fanfarria literaria: «algo hay que hacer». Y, para disgusto de los engolados que creen que sin ellos y lo que escriben el mundo sería una birria, añade: «no hay una gran diferencia entre las novelas y los bizcochos de plátano». El sentido de la nobleza volcado en lo cotidiano: «algo hay que hacer», esa frase casi siempre rutinaria que en estos tiempos -afirma la autora de Sobre la belleza- habría de alcanzar rango de compromiso a un lado y otro de nuestra mirada, de lo que somos o hemos sido hasta ahora, de lo que nuestra vida fue y está siendo en relación con las de los demás. Cómo organizar el tiempo de soledad, en el más o menos rígido confinamiento, habría de contemplar una reflexión absolutamente insobornable, una reflexión que nos ofrece ese libro con pinta de poquita cosa: «Cuesta encontrar sentido a todo ese tiempo teniendo delante el sufrimiento de otros».

El bicho no nos pasó de largo. Y se detuvo más en una gente que en otra, eso desde luego. Nada tiene apaño -ni lo de los chinos ni lo nuestro- si no salimos de esta mierda con el sentido más estricto de comunidad. Escribir no cura, pero ayuda a entender mejor lo que nos pasa. Ya lo decía Natalia Ginzburg, «no debemos buscar nunca un consuelo en la escritura». Para eso ya están los ansiolíticos, los libros de autoayuda o la versión más gore de esos libros que son los de Paulo Coelho. No sé si volveremos algún día al acompasado jukebox de los balcones. Pero aquí les dejo esta otra música para que no se nos olvide la necesidad de juntarnos, de luchar por lo común, de no claudicar aunque a veces sintamos los picotazos del cansancio: «hablar contigo mismo a veces ayuda y escribir significa que alguien puede oírte». No lo digo yo. Lo dice Zadie Smith, y las suyas son palabras mayores. No tengan ustedes ninguna duda de que lo son. Ninguna duda. Ninguna.

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