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MÚSICA CRÍTICA

De almas y corazones

El barítono Christian Gerhaher en el ‘Lied’ de Les Arts. | MIKEL PONCE

Más que sugerir un viaje al corazón del Lied y de la canción francesa, Christian Gerhaher (1969) se adentró y asentó en el alma de los no muchos afortunados que tuvimos el privilegio de asistir a su recital en el ciclo –imprescindible- «Les Arts és Lied» del Palau de les Arts. Alma y corazones son términos abstractos, inmateriales, ambiguos, pero que cobran precisión casi física cuando se «siente» un recital como el ofrecido el viernes por el barítono alemán, inmejorablemente acompañado por el piano plagado de registros, colores y sensibilidades de Gerold Huber, cómplice y coprotagonista ideal del que para muchos –incluido quien esto suscribe- es el mejor liederista de la actualidad.

Dueño de una voz intensa, carnosa, expresiva por sí misma, íntima y de abrumadora belleza e intensidad, Gerhaher llega y atrapa desde el primer instante. Por su maravillosa proyección que cala en lo más recóndito. También por la asombrosa homogeneidad y afinación en todos los registros y dinámicas. Pero estas cualidades, excepcionales por sí misma, no son sino vehículo portentoso en el que el arte, la obra de arte, ya sea un pequeño Lied de Schumann o una cancioncilla de Debussy, transita del creador al público. Gerhaher con su talento comunicador, con su fidelidad sin fisuras al autor y su obra, con su inteligencia sensible, cumple así la más hermosa y noble función del intérprete.

Nada es impostado. Música, solo música. Ni concesiones ni puntos bajos. Fischer-Dieskau, Victoria, Souzay… Tampoco el temor a que decaiga la atención de un público que fue tan excepcional como el intérprete. Ni una tos, ni unas palmas a destiempo. Silencio. A Gerhaher le bastan la verdad de su voz y su honestidad de artista para trasladar casi sin «interpretación» cada detalle, cada emoción, cada silaba y palabra, cada nota y frase. Verso hecho música. Música hecha poesía. Armonía y rima fusionadas desde las perspectivas disímiles pero cercanas del profundo Lieder romántico alemán y la prodigiosa canción francesa. Schumann y Debussy como emociones únicas, como reflejo de la universalidad de los sentimientos y de las sensaciones.

El énfasis romántico schumanniano y la sutileza extrema del impresionismo debussysta. Mundos convergentes, incluso en ocasiones coincidentes. Versos envueltos, además, en un pianismo de primerísimo orden, como corresponde a dos compositores que han escrito algunas de las más hermosas y trascendentes páginas parar teclado de la historia de la música. Si el canto íntimo y sin impostadas retóricas de Gerhaher se ubica en el alma y corazón del escuchante, lo hace abrazado al pianismo igualmente excepcional de Gerold Huber, que extrajo de la fría entraña del gran cola colores, calores, registros y fraseos a tono con la cálida excelencia expresiva de la voz.

Un recital para la eternidad. Adherido hasta siempre en la memoria musical. Gerhaher no alzó ni un solo momento las manos por encima de la cintura. ¡Es el anticantante italiano caricaturizado por Strauss en El caballero de la rosa! Lección de contención y de máxima expresividad. Concluyó su debut en València –un recital así no acaba nunca- con un pianísimo susurrado, como el Viaje de invierno, la Patética de Chaikovski o el Tristan wagneriano. Fue con El ermitaño de Schumann, nada más idóneo en un tiempo en el que todos, confinados en casa, somos de alguna manera forzados ermitaños. «Hasta que la roja aurora ilumine el silencioso bosque», dice el verso último de Joseph von Eichendorff musicado por Schumann. Alguien, tras la tarde inolvidable, comentó que «qué triste terminar así, encima un viernes, ¡y con la que está cayendo!». No lo entendió: la roja aurora sí llegará e iluminará este tiempo de temores. De hecho, el viernes iluminó con su íntima y penetrante luz la Sala Principal del Palau de les Arts y las almas y corazones de sus conmovidos visitantes.

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