A pesar de la soledad, la incomprensión, los traumas y las amputaciones, siempre encontraba consuelo en aquellas emisoras de radio. Como a tantos antes que yo, y como a muchos que vendrán después, el rock and roll salvó mi vida. Todo empezó con Radio 80 Serie Oro y su millar de canciones clásicas de los 50, 60 y 70. Se repetían al cabo de los pocos días, pero las dejaban sonar enteras y había poca cháchara. Una voz las presentaba lacónicamente, sólo título e intérprete. Aquellas impresionantes obras maestras resultaron ser una maravillosa iniciación para un chaval de doce años que odiaba la radiofórmula.

Obviamente siempre estuvo Radio 3, pero en València también teníamos grandes programas. Me flipaba La Conjura Danzas, con Jorge Albi, pero era demasiado joven y tenía la sensación de que allí estaba pasando algo, pero usted no sabe lo que es, ¿cierto, señor Jones? Más adelante, a mitad de los 90, mientras el resto de mi clase escuchaba a García o a De La Morena yo me metía en la cama con Juan Vitoria y sus 39 Sonidos. Su vehemencia y su expansiva fluidez en el discurso, además de su ecléctica y arrolladora selección musical provocaba que algunas mañanas me despertara apalizado y febril, pero feliz. Por su parte, Eduardo Guillot, sobrio y mordaz, te dejaba pasmado con Sigue la pista, como si fueras un elegido que acabara de escuchar la Verdad revelada a través de los auriculares.

Después llegaría Toxicosmos que, con su apego inamovible al sonido más indie y a la actualidad, se convirtió en un referente nacional bajo la batuta de Juan Carlos Mataix. Más tarde y en la 97.7, Voro Contreras brillaba en La Vía Láctea con su saber enciclopédico, su dinamismo, su ironía y su envidiable capacidad de emocionar con sencillas pero sublimes palabras. Yo mismo hice programas en colectivos juveniles, radios municipales, libres y universitarias entre los que recuerdo especialmente Casino Royale en Radio Klara, junto a Álex Barbarroja.

Regresa el viejo invento a través de nuevos medios y plataformas. Iniciativas como los podcasts de Rock and Cloud significan libertad para grabar, emitir y escuchar, sin esperas, horarios ni parrillas. Con afán divulgativo, sin esnobismos, arrogancias o vanidades, y con la intención de llegar a cualquier persona mínimamente apasionada por el rock, Juan Vitoria, Juanito Wuau, Isa Monzó y Juanjo Frontera, entre otros, nos acercan a la escena de Canterbury, al garaje sixtie, a la historia del hard rock o al pop barroco. Vuelve la buena radio musical contra el hartazgo de playlists, de algoritmos, de anonimato y de aislamiento. Deseamos oír una voz amiga, al tipo que está tan majara como nosotros, la calidez de una persona al otro lado confirmando que no estamos solos. Queremos un discurso coherente con el que coincidir y discrepar, repleto de explicaciones, opiniones, interpretaciones y emociones. Y más durante esta pandemia en la que tan necesaria se ha hecho la compañía y algunos hemos vuelto a ser la Jenny de Lou Reed, la María de Loquillo o aquellos radioyentes de los que hablaba Bowie en «Starman», deseando, esperanzados, la salvación de la Tierra.