Ortega y Gasset dijo que la vida del filósofo valenciano Joan Lluís Vives había sido «nacer, estudiar, publicar y morir». José Luis Villacañas, valenciano de Úbeda y director de Departamento de Filosofía y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid acaba de publicar en Taurus una extensa biografía sobre el pensador que demuestra lo lejana que está de la realidad la minimalista descripción orteguiana.

«En la época de Ortega no se sabía nada de la estirpe sefardita de Vives y solo por esta circunstancia, alguien nacido en 1493 en España, irremediablemente tuvo que hacer algo más que nacer, estudiar, publicar y morir», subraya Villacañas. Vives tuvo, por ejemplo, que soportar el fatal infortunio de la persecución de su estirpe, de toda su familia, la última que tuvo una sinagoga en València. El Santo Oficio condenó a la hoguera al padre del filósofo (que se consolaba en la cárcel leyendo los salmos penitenciales comentados por su hijo) y exhumó el cadáver de su madre Blanca March para que fuera también pasto de las llamas.

«Cuando en una vida tan corta, de 47 años, se vive este trasfondo trágico, todo adquiere una profundidad y una significación diferente, y ya es un milagro que se esté en condiciones de estudiar y de publicar», explica el catedrático. Las circunstancias familiares afectaron de un modo profundo al pensamiento del filósofo y forjaron su sentido de la espiritualidad en la dirección de una racionalización moral sin precedentes en España. «Su principal motivo intelectual es la superación del resentimiento, algo que solo pudo lograr por la más profunda aspiración de verdad -prosigue Villacañas-. Lo decisivo en su pensamiento es la dimensión existencial de su filosofía, en una intensidad dramática que le ofrece a la vida de Vives una relevancia arquetípica de sabio filósofo, solo igualada por otro sefardita ibérico, Baruch Spinoza».

La estirpe es importante para entender la vida y el pensamiento profundamente crítico del humanista valenciano, a quien Villacañas define como «nuestro primer filósofo moderno». «Su estatuto de moderno se debe a que, antes incluso de llegar a estudiar en París con 16 años y por la educación recibida en el entorno familiar, Vives ya estaba interesado en el legado clásico ciceroniano -aclara-. Esta formación propia del entorno familiar valenciano lo indispuso con el saber escolástico y lo preparó para enrolarse en las filas humanistas desde su primera juventud».

En sus reflexiones sobre la vida familiar, construida sobre la necesidad de formar a la mujer y sobre los deberes del marido, Vives también nos acerca al modo de vida de la minoría sefardita. «Debemos imaginar -apunta Villacañas- que esta minoría estuvo firmemente integrada durante un siglo en la vida cívica valenciana, compartió el sentido republicano de sus instituciones y se mostró comprometida con su defensa. No se explica la persecución de 1524 a la familia sin el conocimiento por parte de los inquisidores de que los Vives se habían implicado en el movimiento de las Germanías».

Los Vives, defiende el autor, mantuvieron el sentido republicano de la patria firmemente anclado en las antiguas libertades forales con las que se identificaron plenamente, y esa fue la garantía de la integración de Joan Lluís en el espíritu cívico de Brujas, la ciudad en la que se instaló durante un tiempo, conoció a su mujer Margarita Valldaura y donde murió en 1540. Un busto con copia en València aún recuerda en la ciudad belga su vinculación con el filósofo.

Un pacifista, revolucionario y republicano llamado Juan Luis Vives | GERMÁN CABALLERO

Un tipo humano admirable

Villacañas define a Vives como «un tipo humano admirable», y por eso su ensayo, más que exponer su filosofía, busca mostrar lo que su vida tuvo de ejemplar. Amigo de Erasmo de Rotterdam y Tomas Moro, consejero del papa Adriano VI y de monarcas como Carlos V, Francisco I, Enrique VIII y Catalina de Aragón, maestro de María Tudor, Enrique III de Nasau-Breda y Mencía de Mendoza, Vives se ganó una extraordinaria libertad para hablar con plena sinceridad a los poderosos del mundo.

«Como Erasmo -señala Villacañas-, Vives perdió todas las batallas políticas porque era pacifista, antiimperial, crítico y profundamente reformador, pero siempre bajo la idea de mantener unida Europa y la cristiandad».

Puede resultar curioso este cristianismo en un perseguido como fue Vives. «Creo que la raíz más genuina de su cristianismo es de naturaleza profundamente bíblica y tiene que ver con la identificación plenamente existencial con la figura de Cristo en tanto que prototipo de la persecución inmisericorde del inocente», señala el autor.

Este pensamiento tiene su reflejo en una de las obras fundamentales de Vives, el Tratado del socorro de los pobres en el que el filósofo propugnaba la intervención del poder público en beneficio de los desfavorecidos. «Sustraer la gestión de los pobres a las instituciones religiosas hubiera constituido un momento material y espiritualmente revolucionario -afirma el catedrático-. Estas medidas representaban una verdadera transformación del régimen económico de la ciudad y revolucionaban la obligación de la caridad. Se trata de que se comprenda el espíritu de la ciudad como fundado en una solidaridad recíproca que se hace cargo de las necesidades del vecindario, algo que no puede abrirse paso en un régimen de desigualdad creciente».

Así, y tal como señala Villacañas, no es un azar que la traducción de aquel libro, realizada por Pérez de Chichón en vida de Vives, fuera sepultada en los cajones del arzobispado de València y que sólo pudiera ser leída a principios de este siglo cuando la publicó la Biblioteca Valenciana.

Un pacifista, revolucionario y republicano llamado Juan Luis Vives