Algo personal

Poeta

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Mañana es lunes, 22 de febrero. El martes será 23 y hará cuarenta años justos que un golpe de Estado intentó romper la casi recién estrenada democracia. No lo consiguió. Tampoco fracasó del todo. Hay muchas sombras pendientes de aclaración. Borrón y cuenta nueva. Eso se hizo. Adelante con los faroles. La feliz transición estaba salvada. Pero este domingo no quiero escribir del 23 de febrero, sino del 22. De ese día del año 1939. Hacía tres de otro golpe militar contra la democracia. Esta vez contra la Segunda República. El fascismo no descansa, es como si estuviera siempre a punto para descalabrarlo todo. Tres años de guerra. Después la dictadura. Las cárceles. Las torturas. La muerte. El exilio.

En noviembre de 1936 València se convertiría en capital de la República. El gobierno llegaría desde Madrid, una ciudad sitiada por el ejército que todavía hoy algunos llaman «nacional». Mucha gente también se vino a València. Entre esa gente, había un poeta. Más poetas vinieron, claro que sí. Pero el poeta del que hablo es Antonio Machado. Defendía la legitimidad republicana. Primero vivió en la ciudad, pero pronto se trasladó con su familia a Rocafort, apenas un rato desde la capital: Villa Amparo, la casa donde vivió hasta su salida a Barcelona un año más tarde. Aquí siguió escribiendo, participando en todo aquello que suponía apoyo y defensa de la democracia, como el popularmente llamado Congreso de Escritores Antifascistas. Desde hace muchos años hay en ese pueblo una asociación con su nombre y alguna otra para preservar el legado del poeta. Larga vida a la memoria. El olvido es la última puñalada a la verdad.

A finales de enero de 1939, la diáspora. La República ha perdido la guerra. Decía Juan de Mairena, ese insigne maestro que se inventó el poeta, que las únicas guerras justas son las que gana la razón. Aquí la perdimos, no la razón sino la guerra. La ventisca en el cruce de la frontera. El frío insoportable. Viaja Machado con su madre, su hermano y su cuñada. Tiene sesenta y cuatro años y parece que pasa de los cien. La enfermedad, el abatimiento, la tristeza infinita. La República, pobre República de las ilusiones perdidas. Y el amor, también roto por la guerra y la derrota. «Se canta lo que se pierde», escribe en las canciones a Guiomar. El 28 de enero llegan a la estación de Collioure, a poca distancia de la frontera francesa. Los aloja la señora Pauline Quintana en su hotelito al otro lado del río, hoy un río sin agua por el que pasan y aparcan los coches. He hecho ese recorrido no sé cuántas veces. De la estación a la casa donde llegaron Machado y su familia ateridos por el frío. En la Placette, final del recorrido, está la Médiathèque, uno de cuyos espacios lleva el nombre del poeta. En apenas cien metros, llegas al cementerio. Una de las primeras tumbas es la de Antonio Machado y su madre, Ana Ruiz. El hijo había muerto el 22 de febrero y la madre moriría tres días después.

Del escaso tiempo que vive en Collioure, nos llegan sus últimos versos. Un papel arrugado en uno de los bolsillos de su chaqueta: «Estos días azules y este sol de la infancia». El mar tan cantado en sus poemas y la tierra castellana en el último horizonte que vislumbra el poeta, a unos pocos pasos de ese café Les Templiers donde grandes artistas que serían famosos comían a cambio de dejar allí alguna de sus obras. Ahora parece un museo con terraza abierta a la calle. El féretro lo cubrieron con la bandera tricolor de la República. Alguna gente ha de rendir cuentas a la justicia por ondear esa bandera en democracia, en esta democracia que, según muchas versiones optimistas, es la reina del mambo de todas las democracias.

De lo que escribo este domingo se cumplen mañana lunes ochenta y dos años. El exilio es dejar atrás la posibilidad de los regresos. En el pueblecito francés de Collioure se guarda un pedazo grande de aquella tan maltratada como insobornable dignidad republicana. Ya sé que la memoria no es lo fuerte en un país que tantas veces apostó su historia en el juego trilero del olvido. Y la perdió casi siempre. Las sombras del 23-F siguen ahí cuarenta años después. La vida y la obra del exilio republicano han tardado mucho tiempo, demasiado tiempo, en formar parte de nuestra historia mejor y de nuestra memoria. Mañana lunes es un buen día para celebrarlas. A eso les invito este domingo. A eso.

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