El balance de la 35 edición de los Premios Goya no puede ser más irónico. La realidad acabó prevaleciendo a la impostura de una gala que siempre ha querido imitar a Hollywood, incluso en el feminismo. Pocas horas antes de que Las niñas, una película que retrata la educación sexual de las jóvenes en la década de los 90, se llevara varios Goya en las principales categorías (Mejor película, guion y dirección novel), y de que Daniela Cajías consiguiera ser la primera mujer que se lleva un galardón en la categoría de Mejor dirección de fotografía, tres hombres insultaban entre risas a algunas asistentes a los premios. De comentar lo buena que estaba una, pasaron a llamar «puta» a otra con mucha gracilidad.

Ni Berlanga lo hubiese previsto mejor. La realidad machista, cosificadora, de una España anclada en el cuñadismo se dejó ver a las puertas de la gala, que intentó resaltar el papel de la mujer en la industria a pocas horas del 8 de marzo.

Este hecho recordó dramáticamente la existencia de esas dos Españas. Una, la que oye, la que escucha, y la que se intenta adaptar a los nuevos vientos aunque sea para sacar pecho, y otra, que se conforma, y que vive perezosa sin querer mover los cimientos que le permiten divertirse. A veces, a costa de las mujeres.

Se encendió otra mecha |

Nunca unos comentarios tan machistas, a la par que espontáneos, se habían escuchado en un directo de TVE. Sin embargo, poco se diferencian de los que se oyen cada día en la calle, en el bar, en el fútbol, en las comidas familiares... En todas partes. Es una pena que esos comentarios en abierto -otra cagada de TVE- hayan eclipsado una gala que en realidad fue un hito en la televisión española gracias a la tecnología. Nunca antes hemos visto unos Goya tan elegantes, eficientes e interconectados. Un centenar de pantallas vincularon al público con los nominados en sus hogares. Sorprendentemente, estas conexiones no fatigaron al espectador, sino que otorgaron ritmo a una gala que normalmente es cansina. Aunque también lo fue en algunos momentos, pero por otros motivos.

Antonio Banderas pecó de predicador con varios discursos que desprendieron duelo y buenas intenciones. Lo esperado para los Goya del coronavirus. Pero se le fue la mano. Su obsesión por acortar los tiempos de la gala y eliminar los gags humorísticos provocó que la ceremonia fuera casi un congreso de odontólogos. Sin desmerecer a los odontólogos. Banderas consiguió mantener a raya incluso a las incontenibles Verónica Forqué y Marisa Paredes. A Carlos Areces se le veía acojonado, al igual que a Nawja Nimri. Los entregadores no se fueron del guion ni un momento. Y eso que estaban sobre el escenario Pedro Almodóvar, Penélope Cruz, Marta Nieto, Belén Cuesta, María Barranco o Antonio de la Torre. Barbra Streisand, Salma Hayek o Emma Thompson hablaron más que ellos. Una señal más de nuestro fenómeno fan hacia Hollywood.

Se encendió otra mecha | EFE

El momento culminante de la noche siempre suele darse con algunas de las actuaciones musicales. Según el guion, la elegida era la actuación de Aitana, que interpretó un tema de Streisand. Ni Banderas nos dejó levantar el ánimo aquí, porque la extriunfita interpretó una balada. Sorprendió más Nathy Peluso con su homenaje a Sara Montiel.

Los gags excesivos de Silvia Abril o Buenafuente no se echaron de menos. Pero si algo de sal y pimienta. Vale que estamos en una pandemia, pero el show, o lo que queda de él, debe continuar. Banderas nos tuvo que dar un respiro.

València cogerá a partir de hoy el relevo para la gala de 2022, que seguro que será de traca.