Una imagen de la serie. filmaffinity

¿Y si por una vez dos políticos de partidos distintos estuvieran de acuerdo en algo? ¿Y, además, tuvieran razón en estar de acuerdo? Pedro Sánchez y Pablo Iglesias difieren en multitud de temas, como ha dejado claro el segundo con su anunciada salida del primer gobierno de coalición desde que España recuperó el sistema democrático. Pero están de acuerdo en algo: «Baron noir» es un pedazo de serie.

También lo creyó la crítica francesa cuando se estrenó en Canal+ hace ahora cinco años. Se habló de ella como, básicamente, la Primera Gran Serie Política del País; todavía quedaban tres años para el estreno de «Los salvajes», la adaptación de la trilogía de Sabri Louatah sobre una Francia con un presidente de origen árabe. Aquí llegó en diciembre de 2018 a través de HBO y pasó algo inadvertida, en parte, seguramente, por los mismos motivos por los que fue celebrada en su país de origen: poco glamur, poco espectáculo, pocos empujones a periodistas en el andén del metro.

Pero todo empezó a cambiar bastante a principios del año pasado, cuando Íñigo Errejón la citó durante una entrevista y Sánchez se la comentó a Javier Casqueiro para un reportaje de El País sobre el día a día de los líderes políticos españoles durante el confinamiento. «Le ha gustado tanto que se la ha recomendado a algunos amigos y a miembros de su equipo para desconectar algo del monotema del coronavirus», se podía leer.

Entre esos miembros de su equipo estaba Pablo Iglesias, el político seriéfilo por excelencia. A finales del mes siguiente ya se había zampado las tres temporadas y recomendaba su visionado por Twitter: «No son tiempos quizá para hablar de series, pero esta es una obra maestra que me encantaría trabajar con estudiantes de políticas». Y revelaba que, así es, se la había recomendado Pedro Sánchez. Emoji de cara guiñando el ojo.

Desde entonces, la serie ha servido a analistas políticos y críticos culturales para discurrir sobre posibles paralelismos entre esta ficción y las tramas del Congreso. Y, sobre todo, para preguntarse sobre lo que esta pasión por «Baron noir» dice sobre nuestros políticos. En cuanto a la famosa recomendación de Sánchez, Carles Cols escribía: «No deja de ser como si entre oftalmólogos se recomendaran ‘Un chien andalou’ como manual de cirugía». Tal cual.

Últimamente se ha leído el golpe de efecto de Iglesias como algo salido de «Baron noir» y, más en concreto, su interesante antihéroe, ficticio alcalde de Dunkerque y diputado parlamentario que sabe redirigir las atenciones a su figura tomando decisiones sísmicas desde un tablero de confrontación donde, en principio, estaba perdiendo o adquiriendo un perfil negativo.

Los Soprano en la Casa Blanca

Philippe Rickwaert (Kad Merad, protagonista de «Bienvenidos al norte») sabe leer con claridad el paisaje político y propinar golpes de efecto formidables. De origen obrero y con no poca ansiedad de clase como gasolina, ha hecho toda su carrera en el partido socialista y es hombre de confianza del candidato a la presidencia Francis Laugier (Niels Arestrup). Conocimos a Philippe en un mal momento: la campaña de Laugier se ha torcido porque Delincuencia Económica quiere investigar una posible financiación irregular. Cuando el río suena, estafa suele llevar, y al parecer es cierto que Rickwaert podría haber usado dinero de una oficina del Comité de la Vivienda para financiar la campaña.

Esta crisis supone el inicio de encuentros y desencuentros entre Rickwaert y Laugier, dos hombres tan idealistas como corruptos entre los que dirime Amélie Dorendeu (Anna Mouglalis), consejera del segundo, una mujer de en un mundo de pocos hombres buenos. Para llegar al Palacio del Elíseo, Rickwaert es capaz de todo, incluyendo el envío de militantes a sacar panfletos rivales de buzones familiares con una aguja de ganchillo.