Mañana lunes es día de fiesta. No sé si en todas partes. Creo que no. Sé que en Llíria lo es. Y fiesta grande, además. Soy poco de celebraciones. Las siento muchas veces como algo ajeno, como si tuvieran un no sé qué de obligado cumplimiento, de necesaria complacencia aunque al día siguiente todo vuelva a ser un frágil, insignificante, retal en la memoria. Lo de mañana lunes es distinto. El tiempo no acaba con todo, aunque a ratos lo parezca. Llegué a Llíria, en la comarca del Camp de Túria, cuando apenas había cumplido once años. Mis padres iban de un sitio a otro, como artistas de circo. De Gestalgar a València. De València, vuelta a Gestalgar: creo que por la ruina al meterse en una lechería, en vez de en un horno, que era lo que habían sido siempre en la familia: horneros.

Los dos hornos de Gestalgar los seguirían teniendo mis primos. Heredaron el oficio de nuestros padres. El de Miguel cerró hace tiempo y en el otro, al morir el primo Manolo, sigue Mari Loli con sus hijos Alex e Iván. Hace apenas un año, también nos dejó Consuelo y el horno de Miguel es un pedazo enorme de silencio donde se siente su ausencia de mujer joven, incansable, en la placeta del Maestro Gerardo Torres. Es una mierda que la gente se muera, aunque sepamos que siempre la vamos a tener en el recuerdo. Como dije antes, después de la extraterrestre aventura lechera volvimos a Gestalgar. Pero enseguida una nueva excursión, esta vez a Vilamarxant, otro pueblo cercano. Al poco tiempo, viaje a Llíria para quedarnos poco más o menos diez años. Y la última travesía: regreso al horno de Vilamarxant, donde dejamos tantos amigos y les llegaría a mis padres la jubilación. El último destino fue volver al principio, a este Gestalgar de donde salimos en 1955, cuando Claudio y yo éramos dos mocosos que no levantábamos dos palmos del suelo. ¿Se han perdido ustedes en este lioso itinerario? Seguramente sí. Pero es que Marco Polo y los personajes de Julio Verne en La vuelta al mundo en ochenta días no viajaron tanto como nosotros en aquellos años. Vuelvo a la primera línea de esta columna.

Mañana lunes es fiesta. La tradicional fiesta de Sant Vicent en Llíria. El hermoso parque cruzado por un manantial, con la ermita en lo alto. Ese monte casi plano que rodea tantos años de júbilo adolescente, de tardes compartidas cuando no sabíamos que la vida iba en serio, como escribía el poeta Gil de Biedma. El rumor apenas perceptible del manantial, a un paso del olivo donde según cuentan predicó el santo para decir que nunca le faltaría el agua. No van conmigo los milagros. Sí que va conmigo, siempre, el tiempo en que mirábamos el futuro con los cristales de aumento, como si el futuro fuera ese sitio donde te están esperando con los brazos abiertos para ponerte la medalla de los reyes del mambo. Tampoco me chiflan los reyes. Ni siquiera los del mambo. Las tardes aquellas en el parque de Sant Vicent, las meriendas que preparaban las chicas de la pandilla -qué lujo de meriendas- y por la noche pagábamos nosotros la entrada del cine o el alquiler del tocadiscos para los bailes con Bruno Lomas y Los Rockeros, Adamo o el Lolita twist del Dúo Dinámico de animadores principales.

Escribo esto este domingo porque nunca he fallado a esa cita de mañana con mi pandilla de toda la vida. Nunca hasta el año pasado, que fue la primera vez en que no pudimos juntarnos para celebrar ese día de fiesta grande. El maldito pangolín lo cambió todo y este lunes tampoco podremos reunirnos bajo el algarrobo de siempre, que no será un árbol bíblico pero cobija, con una sombra preciosa, el tiempo que dura la cuchipanda. Un día es un día y a tomar pol saco los colesteroles. La escritura sirve para hacer real lo que no existe. Tal vez por eso escribo aquí esa memoria que son a la vez muchas memorias cruzadas, una especie de exorcismo contra el olvido de los sitios y la gente, la necesidad que tenemos -al menos yo la tengo- de sacar a flote la esperanza cuando parece que todo está más perdido que carracuca. Ya sé que todo está siendo muy difícil. Para unos más que para otros, eso también lo sé. Pero hemos de sacar la cabeza como sea. Y que el año que viene, tal día como mañana, nos encontremos con ese abrazo fuerte que ahora se nos niega. Ahí nos vemos pues. Ahí nos vemos.