El diseño está en todo lo que nos rodea, en lo que vemos y en lo que no. Unas veces es más evidente y otras, lo incorporamos sin apenas percatarnos de ello. Incluso al pasear por la ciudad o acudir a los espacios más emblemáticos de ella, el diseño nos espera en cualquier rincón. Un ejemplo de ello es la lámina que hoy entrega Levante-EMV en su colección «Iconos del diseño valenciano. Del 1930 al 2022», en colaboración con València Capital Mundial del Diseño y el Arxiu Valencià del Disseny. Se trata de la imagen que el diseñador valenciano Dídac Ballester creó para el Festival de Jazz de València 2018 para el Palau de la Música de la ciudad.

El propio Ballester recuerda que la concejala de Cultura y presidenta del Palau de la Música, Glòria Tello, confió en él para desarrollar la identidad del certamen musical. La inspiración para llegar hasta la imagen que conocemos le llegó del diseñador estadounidense Alvin Lustig o la «contundencia» gráfica de su paisano Paul Rand. «Color, formas orgánicas, algunos dicen que peces, yo veo instrumentos de viento tocando jazz, esta dualidad en la interpretación me gusta. Son muchas cosas en las que te vas inspirando y donde buscas referencias durante un proceso así», apunta el diseñador.

a ritmo de Begoña Jorques. València

Identidad coherente

Entonces, ¿qué hay en el cartel? «El jazz es improvisación, y es sonido, y es abstracto, y son diferentes interpretaciones. Un poco de todo esto está en este cartel. Hay gente que me preguntaba si eran peces, humo, sonido o instrumentos. Todo me vale. Dejar espacio para la interpretación en este caso es bueno. Una imagen como esta, más allá de diseñar un cartel, busca generar una identidad, una comunicación gráfica coherente en los diferentes soportes. Cuando te encargan un cartel, sin decirlo, se está encargando el cartel para colgar en una puerta, en un pasillo, pero también en un mupi para la calle, unas animaciones para las redes sociales, unas lonas para vestir el escenario, unas entradas, un programa… Al final hay que generar un cartel y una identidad coordinada que genere esa sensación de unidad», explica Ballester.

A todo ello, Tello añade que buscaban una imagen para «un festival, fresco, dinámico, participativo y rupturista, pero respetuoso con la tradición y abierto a todos los públicos». «El diseño no es solo algo perceptible por el sentido de la vista como expresión de una temática concreta. La elección de un diseño responde al dibujo de la ciudad que queremos», explica.

a ritmo de

a ritmo de Begoña Jorques. València

Para Ballester, el proceso de creación de un cartel o una identidad no difiere mucho del proceso de diseño de un libro o una silla. «Es algo que Bruno Munari ya dejó muy estructurado, y tiene unas fases muy claras: recibir un encargo y definir cuál es la necesidad de comunicación real; recopilar datos, referencias, problemas específicos; analizar esta información; la fase de creatividad, de experimentación, de pruebas, maquetas; definir una propuesta concreta y presentarla», relata. Pero, paralelamente a esto, «a mi modo de entender el diseño -continúa- existen algunos puntos especialmente importantes que deben estar presentes para que el resultado sea óptimo: la confianza por parte del cliente hacia el diseñador; respetar los tiempos, los plazos necesarios para pensar; no tener miedo por parte del diseñador a ser interpelado, a enseñar proceso y que el cliente intervenga en el desarrollo de la propuesta, que se sienta partícipe». Todos estos aspectos son para Ballester «fundamentales». «Por suerte, con Glòria Tello y el equipo del Palau de la Música, esto se dio. Fue un proceso bonito», asegura el creador valenciano.

Ballester no es nuevo realizando diseños para instituciones públicas y asegura sentirse «cómodo» con ellas. Ha trabajado también para la EMT, la campaña del Día de los animales del Ayuntamiento de València o para el IVAM. «Son trabajos muy diferentes, pero siempre se ha respetado mucho mi trabajo. Existen diferencias obvias en la tomas de decisiones, plazos o procesos cuando trabajas con una institución pública o para una empresa privada. Pero creo que es el mismo tipo de diferencias que puedes encontrar entre trabajar para una empresa de muebles o con una galería de arte. Al final, cada cliente y proyecto tiene sus particularidades».

a ritmo de

En todos ellos, asegura, ha tenido «libertad absoluta». Pero, ojo, «no significa hacer lo que uno quiera, puede que el cliente te dé libertad absoluta, que confíe en ti plenamente, pero luego cada proyecto tiene necesidades específicas, unas particularidades variables, y además en cada proyecto dispones de unos recursos determinados, y todo esto se tiene que poner encima de la mesa para saber de qué elementos dispones para trabajar», matiza. En esta línea, Tello coincide en que «no pecamos de intervencionistas en el proceso creativo. La clave de una buena campaña de diseño es el diálogo previo y la confianza entre artista y los organismos públicos».

La cuestión del presupuesto

Y hablar de instituciones públicas es hacerlo también de presupuesto. «El presupuesto no coarta, yo al menos no lo siento así. Es un elemento más a tener presente. Te acota el tiempo, sin duda. Un estudio de diseño es una pequeña empresa que debe ser rentable, y un presupuesto, de alguna manera, es el tiempo que le puedes dedicar a un proyecto. En el caso del Festival de Jazz se daba una particularidad que, a día de hoy, es difícil encontrar y es que era un presupuesto bien valorado. Y cuando te encuentras un caso así, sales de la primera reunión con la sensación de que el cliente entiende de la necesidad del diseño para el proyecto, y notas que pone de su parte para que le dediques el tiempo necesario para generar un buen proyecto». «El presupuesto no debería ser nunca una limitación, ya que no es un gasto, sino una inversión», añade la edil de Cultura.

Puede parecer que un cliente del mundo de la cultura sea más «inspirador», pero el diseñador asegura que eso es «solo a priori». «A mí lo que me gusta es diseñar. Me encanta diseñar para el mundo de la cultura, pero también me parece maravilloso que me llegue un encargo para diseñar una colección de cajas de pizza. Eso también es cultura. O resolver de manera interesante el gráfico y la usabilidad de un catálogo de muebles. El diseño es cultura. Generamos imágenes, referencias visuales en un tiempo determinado, que ayudan a construir de manera local o global, un imaginario visual, y me da lo mismo que sea un cartel para un festival de música electrónica o una etiqueta para una garrafa de lejía», dice contundente.

Más allá de 2022

Sobre València Capital Mundial del Diseño, Ballester espera que el reconocimiento vaya más allá de 2022. «Hay un equipo humano que se está dejando la piel. Me gusta pensar que se está trabajando en tejer redes para que luego puedan seguir pasando cosas. Prefiero mirar a 2023, 2024...»