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Crítica

El cóctel perfecto de M-Clan

M-Clan el pasado viernes en el Monasterio de San Miguel de los Reyes.

M-Clan ofreció un concierto acústico el viernes pasado en el Monestir de Sant Miquel dels Reis que fue como beberse un Manhattan. Ya saben, ese cóctel clásico y elegante que se elabora con tres cuartas partes de whisky y una de vermut rojo. Con solo dos ingredientes es fundamental que ambos sean de calidad. Si no, el brebaje acaba convertido en una imitación, un fraude. O peor aún, en un Rob Roy si se tiene la desfachatez de hacerlo con un blended escocés. Así que es obligado que el whisky, la columna vertebral del asunto, sea de centeno. Potente, recio, especiado. Sabroso y con carácter. Un buen rye cálido y robusto como la voz de Tarque. Como las canciones que el grupo murciano ha destilado en 25 años de carrera.

En nuestro combinado, el vermut viene a ser el tratamiento, los matices, el cepillo que rebaja la intensidad del licor con su dulzura. El añadido que hace que el conjunto sea algo más que la suma de sus dos partes. El atrevimiento, la chispa que clava el resultado final. El viernes fue las guitarras acústicas, con especial mención al buen hacer de Ruipérez. Oscuro, espeso, dulce, pero sin llegar al melifluo sabor de esos vinos demasiado aromatizados que parecen arrope.

El concierto del ciclo 'A la llum de la lluna'.

Ahí lo tienen. Un cocktail honesto que no pretende ser otra cosa que un pelotazo de vigoroso whisky estadounidense o canadiense suavizado con un chorrito de vermut. Delicioso entre horas, equilibrado como para poder tomarte un par de ellos antes de comer o cenar sin acabar tan borracho, Dios no lo quiera, como para pasarse al Dry Martini. Un Manhattan es emoción, pero también contención. Oportuno para un concierto acústico e íntimo, que necesita una copa bonita, enfriada previamente en el congelador. Nada de hielo en el vaso, por amor del cielo. Un cáliz pequeño y vistoso como el claustro del monasterio, a la luz del día, mientras la pareja acometía enérgicamente «Llamando a la tierra», «Calle sin luz» y «Perdido en la ciudad» con intensidad blues-rock. «Las palabras que me dijiste», «Días que vendrán» y «California» venían barnizadas por el dorado country-folk de agridulces armonías tan propios de los cantautores de la Costa Oeste. «Las calles están ardiendo» sonó tensa y áspera con su mensaje político contra la opresión. Al final, «Maggie», «Quédate a dormir», «Carolina» y «Concierto salvaje» fueron la guinda con la que algunos suelen adornar su Manhattan. Ni rastro de sombrillitas ni otras pijadas cursis y fatuas. El bebercio y el rock han de ser honrados y sinceros, sin distracciones banales y con los mínimos adornos posibles. Si le van esos gintonics llenos de cascaruja, gominolas y macedonia deje de leer en este punto, por favor.

Algunos dirán que dónde estuvieron las tres gotas de Angostura que según los cánones se suelen añadir a la copa. Pues en la amargura de estar sentados, de correr a casa para evitar el toque de queda, en el hartazgo de las mascarillas. Por eso mismo, mis Manhattans van sin el golpe de bíter desde hace un año. Bastante amarga es la vida ya.

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