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Fuera de compás

La fundación de un mundo nuevo

La fundación de un mundo nuevo

La semana pasada estuve celebrando el nacimiento del rock and roll. Es un capricho mío y les explico por qué. Reconozco que es un poco chorra ponerle puertas al campo, pero es que últimamente hay tan poquito que celebrar que cada uno se coge a lo que puede. Cualquiera les dirá que el punto de partida de la manifestación cultural más importante del siglo XX y aledaños es muy difuso, y que son muchos los que se disputan la paternidad del invento. Yo sostengo que el día en el que empezó todo este circo que me tiene enamorado es el 10 de mayo de 1954.

Ese día se publicó «Rock around the clock» de Bill Haley and The Comets. Fue la primera canción de aquel nuevo género en alcanzar el número uno de la lista Billboard, aunque no lo hizo inmediatamente. La grabación fue accidentada y figuraba como cara B de un single con un recorrido modesto. Además, ni siquiera fueron los primeros en interpretarla. El caso es que, transcurridos unos meses, el hijo de Glenn Ford, de 10 años, fascinado por aquel nuevo y fresco lenguaje, le mostró la canción a su padre, que rodaba ‘Semilla de maldad’, un drama sobre adolescentes y profesores en un instituto. El actor se la llevó al director y este la incluyó en la secuencia inicial, para animar los créditos. Bouumm.

La juventud acudía varias veces al día al cine solamente por escuchar el tema a todo volumen. Escenas de una histeria nunca vista se sucedieron en las plateas de todo el país. Las radios lo pinchaban día y noche. La discográfica no dejó escapar la oportunidad y volvió a editar el tema, esta vez como cara A. En julio de 1955 «Rock around the clock» se plantó en lo más alto de las listas regalando un estandarte a una nueva generación de norteamericanos que vivían bajo la sombra de un holocausto nuclear y necesitaba disfrutar cada día como si fuera el último.

Como las grandes obras maestras del arte, la canción ha aguantado de manera inalterable el paso del tiempo. A día de hoy todavía causa asombro. Es puro fuego. El ritmo es simple, mecánico, bárbaro y trepidante. Es rapidísima, breve, una exhalación. Te deja sin resuello. El golpe en la caja y la voz de Haley contando desatan una volcánica explosión de energía, de rebeldía, pasión e identidad. La guitarra eléctrica desliza un solo vertiginoso. Un saxo machaca el compás unos instantes después. Es canónica hasta el final, con una salida de batería que parece retratar la inmediatez de la actuación en directo, el hábitat natural de este tipo de música.

Después llegaron intérpretes más jóvenes, más guapos, más auténticos, más incómodos, más populares, más odiados, más peligrosos… cada uno con su estilo. Con números uno o sin ellos, con mayor o menor aceptación por el establishment artístico, la sociedad y la industria cultural norteamericana Richard, Presley, Lewis, Berry, Perkins, Cochran o Vincent dejaron luego su impronta como pioneros en un universo que para muchos sigue siendo nuestra principal fuente de alegrías cotidianas. Con la que está cayendo, díganme si el asunto no merece una celebración.

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