Francisco Brines es uno de los mejores poetas españoles del siglo XX. Heredero mediterráneo de la lírica de Cernuda y Kavafis, su obra se ha caracterizado por la constante reflexión del paso del tiempo y en sus versos la infancia aparece en esa «L’Elca» paradisiaca en la que residió hasta la pasada semana, cuando fue ingresado en el hospital de Gandia.

Pese a todo, en una de sus últimas apariciones en público, en diciembre de 2019, cuando recibió en su casa de Oliva la Alta Distinción de la Generalitat, aseguraba que el lugar «no tiene nada de especial». «Lo especial -añadía- es la existencia, el ser, pero todos en cualquier sitio que nazcan aman la tierra en la que han nacido. Porque es todo un milagro, es asombroso, como el milagro del amor». «Amar y ser amado -subrayó- es lo máximo que podemos desear y, si lo has vivido, da gracias a Dios».

Desde su primer libro, Las brasas (1960), hasta el último, Jardín nublado, la antología publicada en 2016 en la que se incluyó una selección de sus poemas inéditos, su obra marca una trayectoria tan dilatada como rica en matices, donde predomina la visión temporal y trágica de la vida, sumida en su paradójica naturaleza, y esa consideración de la poesía como cauce de conocimiento, tanto de la identidad propia como del mundo aprehensible que la rodea. «La poesía es un don maravilloso», definía a finales de 2019 Brines, para quién «no deja de ser extraordinaria la necesidad de escribir poesía, excelente o mediocre, para transformar la vida en palabras».

El último día del pasado marzo, el poeta mantuvo una larga conversación virtual con Levante-EMV. A Brines no le gustaba hablar de él, pero le encanta dialogar sobre poesía. «He sido lo que he querido ser, poeta», aseguraba en aquella ocasión en la que también habló de las muchas muestras de cariño recibido por la concesión del Cervantes.

«Creo que la gente tiene una buena impresión sobre mí y me quiere -explicaba Brines-. Enterarte de eso es una cosa positiva, porque la vida por ahí ha ido estupendamente. Y a todos nos gusta agradar, no ser rechazados, porque eso si que es una cosa antipática e injusta. La persona puede ser amigable y dar la sensación de lo contrario, y entonces engaña a la gente sin querer».

También contaba entonces que nada más ganar el máximo galardón de las letras españolas pensó en su madre «porque las madres siempre cobijan las excentricidades de los hijos. Porque cuando ven que eso les hace felices a ellos y no molestan a los demás, ellas también son felices».

En otra entrevista concedida en 2019 a Levante-EMV, el escritor reflexionaba también sobre la vejez y la muerte cercana. «Voy a cumplir 88 años. Yo ya no tengo futuro. El futuro es el presente continuado. Lo que tengo es mucho pasado. Es lo que tenemos todos: pasado más que futuro. Proyectamos el futuro desde el pasado y buscamos ese apoyo físico».

Así, Brines se ha ido teniendo claro el verso final. «¡Cómo no vamos a aceptar la muerte si es una regla sin una sola excepción! -decía cuando estaba a punto de cumplir los 88 años-. ¿Rechazarías una tarde por ser borrascosa? No. Puede ser borrascosa y al día siguiente de sol y luz. Pero has de vivir las dos de la forma más grata. Lo que puedes hacer es conquistarla, hacer tu tarde, distinta a la de tu vecino. La vida es así, pues aceptémosla y adaptémonos a ella. Para lo cual, conocernos, aún a tropezones, es esencial».