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Francisco Brines

"Vivimos abrazando y rechazando. Esa es la enseñanza de la vida"

«La soledad no es la enemiga. Y la enfermedad tampoco. Y si te mueres, ya no hay nada»

Brines tras el anuncio del Premio Cervantes en L'Elca.

«En ese punto oscuro de la nada / que nace en el cerebro / cuando se acaba el aire que acariciaba el labio». Ahí es «donde muere la muerte», escribió Francisco Brines en uno de sus últimos poemas. Escribir poesía, dijo el autor de Oliva en un homenaje que le brindó la Generalitat diez días antes de la concesión del Cervantes, «es conocer lo desconocido, que es lo más importante de la persona». Poeta de la vida y de la muerte, lo desconocido ya es para Brines algo más que escritura y pensamiento, pero queda su pensamiento en los libros y su palabra en las noticias y entrevistas que protagonizó.

En diciembre de 2019, días después de recibir la Alta Distinción de la Generalitat, Brines repasaba su vida y su obra en una entrevista con Levante-EMV. «Voy a cumplir 88 años. Yo ya no tengo futuro -afirmaba entonces-. El futuro es el presente continuado. Lo que tengo es mucho pasado. Es lo que tenemos todos: pasado más que futuro. Proyectamos el futuro desde el pasado y buscamos ese apoyo físico».

Brines llegaba «sonriente y coqueto» a aquella entrevista realizada en el invierno de 2019 en l’Elca, esa casa entre colinas, naranjos y el mar donde había encontrado un motivo literario y el refugio definitivo. «El lugar donde se han cruzado todas mis edades», escribió. «Elegante en cada prenda y gesto. Las palabras aparecen morosas, precisas y sin el más mínimo ánimo de pesadumbre», contaba el periodista Alfons García sobre el encuentro.

El poeta recordó allí su infancia, recién terminada la Guerra Civil, cuando «en Oliva no había nada y me metieron interno en los jesuitas de València. Era 1939. Tiene mala prensa, pero había de todo, buenos y malos. Con siete años no me sabía peinar, metía la cabeza debajo del grifo, y allí estuve hasta el bachiller, hasta los 17. Había orden, que era el rito, que no está mal, porque la mente se adapta sin quitarle su propia personalidad. Pero queremos también disidencias. Vivimos abrazando y rechazando. Esa es la enseñanza de la vida».

La existencia incomparable

Tras hablar de su infancia y juventud, Brines reflexionó sobre el sexo («cuando lo ejercitas bien te da plenitud y esperas el nuevo advenimiento en que el deseo pueda cumplirse»), las posesiones («la economía y el dinero son importantes siempre que te den la posibilidad de cumplir el deseo, no más pero no menos»), el espíritu («encerrarse con Dios es mantenerse en la ignorancia, porque las creencias son simular que hemos hallado la verdad») y la muerte: «La soledad no es enemiga – aseguraba-. Y la enfermedad si la salvas, tampoco. Y si te mueres, ya no hay nada. Las personas han creado las religiones, han intentado que esto que he dicho no sea verdad, que haya algo. No sé quién tendrá razón. Ojalá ellos, pero creo que no. Un futuro de infierno me parece una creación de gente mala».

Estudiante de Derecho en las universidades de Deusto, València y Salamanca, y de Filosofía y Letras en Madrid, no fue hasta los 28 años cuando publicó su primer poemario, ‘Las brasas’, con el que ganó el Premio Adonais de 1959. «Escribo desde muy joven, pero publiqué tarde. Ya era una persona adulta. Lo que pasa es que siempre he sido muchas cosas», reconocía a Levante-EMV para aceptar a continuación que en aquel poeta principiante estaba ya el que acabó convirtiéndose en uno de los escritores más importantes en castellano del siglo XX.

«El Francisco Brines de entonces lo pienso de una manera más entrañable que uno de fuera -indicaba-. La existencia es incomparable. Y ahora mejor que nunca, porque a pesar de todas las deficiencias que veamos es más justa la vida en sociedad que lo ha sido nunca. Hay pobres y gente que sufre, pero menos. Y luego, la persona se puede hacer, se puede cambiar si se da cuenta y quiere. Eso antes era un milagro y ahora es el pan de cada día».

A Brines le gustaba más hablar de poesía -la suya y la de los otros- que de sí mismo, aunque evidentemente poesía y vida iban unidas. «Mis poemas amorosos a veces se ve claramente que son homosexuales -señalaba-. Hay gente que los rechaza y otra que lo prefiere. El hombre no es uniforme. Antes la homosexualidad era rechazada absurdamente y ahora se acepta. Algunos la ocultan porque a nadie gusta que le den una bofetada delante de otro, pero interiormente se debe aceptar uno y para ello debe haber una sociedad tolerante, que acepte lo diferente como normal».

Autor de siete poemarios -el último de ellos, ‘La última costa’, publicado en 1995 – Brines reconocía que nunca había sentido «la lujuria de escribir». «No escribo mucho, pero no he dejado de escribir -subrayaba-. Y he roto poco. La creación es saber elegir bien las palabras, acertar con los matices. Normalmente me hago caso a mí como lector, pero a veces otro te da la respuesta justa».

En la entrevista, Brines habló de otros poetas, como su amigo Vicente Aleixandre, al que recordó como «una persona magnífica, muy generoso, acogedor y respetuoso con el otro. También había necesitado que fueran generosos con él. Uno se tiene que aceptar para que te acepten los demás, pero no con vanagloria, sino como un hecho natural, sin darle importancia. Los hombres son millones, pero los amigos se pueden contar».

El escritor de Oliva reconocía además que había llegado «tarde» a Ausiàs March. «Es un poeta maravilloso. Lo conocí por una publicación catalana de principios del siglo XX y me encontré con un poetazo maravilloso. No hay en castellano ningún poeta que esté a su altura».

Los nombres del poeta

Algo más de un año después, en el último día de marzo de 2020, Brines mantuvo otra larga conversación -en este caso, virtual -, con Levante-EMV por la concesión del Premio Cervantes. Pese a su estado de salud, el periodista Joan Carles Martí contaba que ese día se le veía «animado y lúcido» junto a Àngels Gregori, la poeta, amiga, confidente e impulsora de la Fundación que lleva su nombre. «Sonrió cuando le pregunté si ya tenía el traje para la entrega del Cervantes y miró a Àngels, como diciendo pregúntaselo a ella que seguro que lo sabe mejor que yo», recordaba el entrevistador.

En este último encuentro Brines volvió a hablar del poeta en ciernes que fue y de ‘Dios hecho viento’, el poemario inédito que escribió a los 16 años y que, según su autor, «quedó inútil». «Había una mirada, que me ha acompañado, un poco trágica, pero ahí ya estaba yo -reconocía-. Una mirada con la valentía aparentemente expresada por la perdida de una fe heredada. Recuerdo bien el desgarramiento interior que me produjo aquellos años».

La conversación se llenó de nombres, de su estrecha relación con Estellés, Fuster, Juan Gil-Albert y Marc Granell; de sus visitas a la casa de Vicente Aleixandre junto a José Hierro, Carlos Bousoño, Claudio Rodríguez y Fernando Delgado; de su correspondencia con Matilde Llòria y Pere María Orts; y, sobre todo, de su estrecha amistad con Carlos Bousoño. «El mejor poeta para mi ha sido Cernuda. Y me gusta mucho también un poeta de mi generación, Gil de Biedma, que como persona era regular (aseguraba con un gesto de la mano).

Brines falleció el pasado jueves sin haber visto publicado ‘Donde muere la muerte’, la última recopilación de sus poemas. Porque escribir, reconocía en la última entrevista, ya no lo hacía: «Ahora leo. He sido lo que he querido ser, poeta».

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