Creo que un rasgo inequívoco de la genialidad artística es hacer que lo difícil parezca fácil. Luis Prado sale al escenario con la misma actitud con la que usted camina en mitad de la madrugada camino de la nevera, en pijama, para echarse un buche. Y con unas manos iguales con las que usted se rasca el culo antes de volverse a acostar, el gachó se pone a tocar las teclas de un colosal piano de cola derrochando talento, melodías, himnos generacionales, ironía, risas y canciones como soles. Atropellando la normalidad, la mediocridad, la inoperancia, la mortalidad carnal que hay en todos nosotros para contagiarnos, durante un ratito, de lo sublime y celestial que posee la gente como él.

La modestia de este entertainer, que en su show mezcla pop, rock, música clásica y cabaret hará que niegue todo lo anterior, por eso me remito a lo vivido en sus conciertos del viernes y el sábado. Ante un público que no deja de alucinar por muchas veces que lo vea en directo, Prado desmenuzó su último y fabuloso disco «El tsunami emocional» con una pasión y una crudeza que hicieron olvidar la perfección barroca de los arreglos instrumentales del mismo. Y mientras, como el que no quiere la cosa, repartía guantazos y pellizcos de monja a Sting, Cristiano Ronaldo, Bustamante, Francisco, Roger Hodgson y al propio público, que para el pianista es de todo menos respetable, bendito sea por ello. Y, por el mismo precio, daba clases de piano al tiempo que rescataba canciones de Señor Mostaza como «Delitos y faltas» y versiones fantásticamente pesadas de «That’s life», «Relojes en la oscuridad» o «A song for you» de su adorado Leon Russell, donde se vació completamente dejándonos atisbar un destello de su poderío. Ese que lo convierte en un cotizado colaborador de Miguel Ríos, M-Clan, Tequila o Fito Cabrales.

Explicado esto, sostengo que todo el mundo tendría que disfrutar de una velada con Luis Prado. Una terapia de hora y tres cuartos en la que, a base de una música maravillosa, unas letras inteligentes y un buen arsenal de bromas, comentarios y chascarrillos llenos de humor negro, el artista nos hace olvidar por un momento nuestras abolladuras emocionales. Y créanme que ahora mismo, casi todos los que estábamos en El Loco necesitábamos algo así. Yo plantearía a la conselleria de Sanidad que financie una gira de Luis en beneficio de la salud mental de la peña, aunque sea en ambulatorios.