La eterna discusión: ¿es bueno que se le añada música a la poesía? En muchas ocasiones, algunas respuestas fueran claras y rotundas: ¡no! Esa negativa se basaba, bastantes veces, en argumentos más que razonables: la poesía ya lleva la banda sonora incorporada. El ritmo interno del poema es suficiente para dotar a los versos de una musicalidad incontestable. Decía Edmond Jabès que si un acento erraba el tiro, no sólo el verso o el poema se convertían en una ruina sino también el libro entero que pudiera servirles de refugio. O sea, que sí: la poesía no necesita música porque la tiene de sobra si el poema es de verdad y no una castaña de campeonato. Lamentablemente, hoy hay más castañas de campeonato en el mundo de la poesía que poesía de verdad. Pero allá cada cual con sus gustos y con los dañinos aerosoles de buena parte de la poesía que hoy se escribe con una impunidad que aterra.

Pero hay otras versiones que toman parte activa en el debate. ¿Desmerece un poema de Ausiàs March en la voz implacable de Raimon? ¿O la inmensa M’aclame a tu, de Vicent Andrés Estellés, cuando Ovidi Montllor la convierte en una obra maestra de dimensiones estratosféricas? ¿O hubiera sido tan rabiosamente hermosa Les feuilles mortes, de Jacques Prévert, sin la música de Joseph Kosma? O sea. Que a veces no está tan mal que a la música del poema se le añada la otra música, que nunca irá en paralelo a la del verso sino construyendo entre los dos una obra única.

Escribo esto porque tengo aquí, desde hace unas semanas, un libro que de alguna manera intenta participar en el debate anunciado al principio de esta columna. Lo ha escrito Luis García Gil y publicado la editorial Efe Eme, que es una de las mejores (si no, la mejor) revistas musicales de nuestro país. El título, nada enigmático: Serrat y los poetas. Seguramente esa relación nos sonará, sobre todo, por tres puntales muy conocidos en la discografía del artista catalán: Antonio Machado, Miguel Hernández y Mario Benedetti. «¿Cómo se leía a Machado antes de que Serrat lo cantara? ¿Y a Miguel Hernández? ¿De qué manera el disco legendario del cantautor sobre el poeta sevillano modificó la propia percepción de la obra machadiana?», son preguntas que se hace el autor ya en la primera página. Habrá respuestas para todos los gustos. A mí me gustan, hasta diría que me gustan muchísimo esas versiones. Lo mismo diría de El sur también existe, dedicado a los poemas de Mario Benedetti y que he escuchado menos que los anteriores. Pero el libro, este magnífico libro, no va sólo de esos tres discos. Va de muchos más poetas y de muchísimos más poemas que son como excelentes versos sueltos en un libro que se lee como si a la vez lo estuvieras escuchando. Y hay también muchas historias que enriquecen el tiempo feliz que nos dura la lectura.

Nunca se le había ocurrido a Serrat grabar La paloma, de Rafael Alberti. Le había puesto música, en Argentina, Carlos Guastavino, «precursor de lo que se dio en llamar poesía cantada». Pasó el tiempo y un día, en Italia, escuchó la versión del entonces famoso Sergio Endrigo (tal vez, junto a Luigi Tenco, uno de los de entonces que más me gustaba). Y no lo dudó un segundo: la grabó y formó parte, en 1969, de su primer disco en castellano, titulado precisamente La paloma. Fue un regalo muy querido que todavía guardo en su funda de plástico. Para que no se rayara, compré otro ejemplar. Lo dejé en el maletero del auto. Brilló ese día un sol de castigo y cuando lo saqué estaba el pobre vinilo más ondulado que las olas de la canción Mirando al mar, de nuestro paisano Jorge Sepúlveda, cuya memoria republicana parece que aquí sólo defendemos a muerte el maestro Julián García Candau y yo mismo. Cosas de la vida.

No faltan en la historia común de música y poesía en la discografía de Serrat otras muchas afinidades: Pere Quart, Salvat-Papasseit, Josep Carner, Luis Cernuda, Joan Margarit… Una sugerencia a mi admirado Joan Manuel: para el próximo disco, poemas escritos por mujeres. Los hay y las hay a capazos. En todo caso, y de momento, tenemos un libro lleno de música y poesía. Un libro en cuyas páginas podemos escuchar la voz de uno de los artistas más grandes que ha dado este país, un país en que lo que más abunda son las medianías y, cómo no, demasiadas mediocridades encumbradas hasta el empalagamiento. Lean y escuchen Serrat y los poetas. Una buena lectura mientras esperamos la llegada del próximo disco y tal vez del próximo libro: Serrat y las poetas. A ver…