Saqué tres conclusiones de la presentación en El Loco de Hotel California: cantautores y vaqueros cocainómanos en Laurel Canyon 1967-1976 de Barney Hoskyns. La peor de todas es que, en el cotarro rocanrolero, detrás de nuestra generación no va nadie. Todos los asistentes teníamos más de 40 años y pronto muy pocos jóvenes podrán nombrar un disco de Neil Young, igual que desde hace décadas muy pocos pueden citar una sinfonía de Dvorak. La regular es que un libro maravilloso como este pueda convertirse en un fenómeno editorial con sólo 2.500 copias vendidas. Quedaremos pocos, pero somos muy fieles. La mejor conclusión de la noche fue que si este artefacto escrito en 2005 vuelve a estar de rabiosa actualidad, al menos en un pequeño círculo subcultural, lo es gracias al fabuloso talento de su traductora, Elvira Asensi, y del arte que derrocha por la música que ama.

Su mérito en que esta odisea sobre el nacimiento, decadencia y muerte de aquella escena angelina que pasó por el folk, el folk rock, la psicodelia, el country rock, los cantautores hippies y el rock de estadio con raíces te enganche por completo es evidente. No solo es que reinterprete el libro, acercándolo al lenguaje molón y repleto de sabor propio de un fan español. Es que sus notas a pie de página sobre geografía, juegos de palabras, letras de canciones, garitos, oficios de la industria discográfica y otras referencias culturales funcionan como una pequeña historia del rock más que decente. Y eso es lo que convierte el tocho en una lectura imprescindible para cualquiera que se sienta medianamente interesado por el rollo.

Por sus páginas pululan los componentes de los Byrds y Buffalo Springfield y de todas sus ramificaciones. También Zappa, Mitchell, Taylor, Browne, Parsons, Emmylou, King, Collins, Zevon, Newman y los Eagles. Y por supuesto, Charles Manson, que con los asesinatos de Cielo Drive puso fin al sueño contracultural y revolucionario, desatando la paranoia, la reacción y la introspección artística. Claro, también estaba el jaco, la farlopa, una sangrienta guerra de egos, la obsesión por el dinero y una tormenta de conflictos personales y fracasos humanos que no se percibían en la música bucólica, ligera, balsámica, tranquila, soleada y fascinantemente hermosa de todas aquellas estrellas que, en menor o mayor medida han pasado a la historia. Obviamente, el libro es pura música. «Quise combinar las peripecias vitales de los músicos con la crítica de su trabajo, de sus discos, ensayos y conciertos, dotando al conjunto de un tono de cotilleo que podría haber salido de Vanity Fair», explicó el mismo Hoskyns desde Manchester a través de una pantalla gigante.

Compruébenlo. Dense el gusto casi morboso de meterse en las vidas de aquellos jovencísimos ídolos enfermos de arte, sexo, amor, drogas, deportivos, mansiones, dinero, alcohol y celos que convirtieron una playa, una ciudad, un desierto y unos parajes rústicos, que a priori no tenían mucho encanto, en el centro de una colosal manifestación cultural, fundamental para entender el devenir artístico y social de un siglo ya acabado pero que, inevitablemente, durará hasta que el último de nosotros, locos del rock, deje de escuchar su música.