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Tribuna

El «cor» del Cor

La protesta del Cor tras la representación de la ópera en Les Arts.

El tremendo y burocrático nombre del Cor de la Generalitat parece llevar en sus entrañas el mal que desde hace años atenaza su estabilidad laboral y salud musical. Desde que el antiguo Cor de València fue creado en 1987, sus problemas originales se han ido acrecentando y agravando hasta llegar a la crítica situación actual. A su precaria estructura laboral, equivocada desde los orígenes, nadie le ha metido mano. Hasta ahora.

Y ahora, cuando muchos de sus integrantes se acercan a la edad de jubilación y las cualidades comienzan a flaquear por el paso ineludible del tiempo, a sus actuales responsables políticos –el Cor, administrativamente, depende de la dirección adjunta de Música y Cultura Popular del Institut Valencià de Cultura–, se les ha ocurrido, en virtud de un acuerdo general de la Generalitat para la estabilización de todo su personal interino, la idea de «oficializar» y regularizar sus plazas laborales y plantear un concurso-oposición abierto, bendecido en su «generalidad» por los propios sindicatos, al que, obviamente, podrían concurrir jóvenes cantantes, equiparables a lo que eran los actuales cuando hace más de treinta años se incorporaron a una formación junto a la que han crecido, pero también envejecido.

No se puede estar en misa y repicando. Todos, coristas y políticos y administrativos, tienen sus razones: los músicos, por querer acogerse a una confortable condición quasi funcionarial a todas luces incompatible con la agilidad y ductilidad que hoy día requiere una formación de la alta calidad del Cor de la Generalitat; los políticos, por tratar de resolver de una vez por todas la irregular situación heredada tras tantos años de desidia e incompetencia, y los gestores técnicos y administrativos por escurrir el bulto durante décadas y permitir que el asunto se enquistara hasta explotar. Tal como ahora ha ocurrido.

El Cor de la Generalitat ha mostrado por activa y pasiva su buen hacer artístico, su calidad incontestable, cualidades que lo han consolidado entre los conjuntos de referencia del panorama vocal español. Su currículo y la labor cumplida en estos 34 años es tan espectacular como sus éxitos dentro y fuera de España. Sus integrantes, que se han dejado la piel y el «cor» desde que eran veinteañeros, no merecen ser tratados ahora como desechos de tienta. Algunos, quizá muchos, no están ya en el momento álgido de su carrera vocal; otros, incluso carecen de la titularidad oficial exigida para enfrentarse al funcionarizado proceso de consolidación de las plazas con el que se pretende solventar tan anómala situación.

La huelga anunciada por el Cor, centrada precisamente en los días claves de la conclusión de la temporada lírica del Palau de les Arts, es un error rotundo, que ni siquiera podría justificarse con las razones evidentes de su reivindicación. Conviene recordar que, en el dislate administrativo que desde siempre tanto ha perjudicado al «cor» del Cor, éste no tiene ningún vínculo laboral con el Palau de les Arts, institución que optó en su día -2005- por mantenerlo fuera de su organigrama. Hacer, por ello, una huelga que perjudica expresamente los días grandes de un teatro que -absurdamente, sí, pero así es, para lo bueno y para lo malo- ni pincha ni corta en la gestión de un Cor que laboralmente le es totalmente ajeno, resulta, además de un grave error, un peligroso bumerán que, paradójicamente, puede revertir contra las legítimas reivindicaciones de los huelguistas. Del aplauso al fracaso, del apoyo al rechazo, media casi la nada.

Los muy veteranos coristas han cumplido ampliamente las mejores expectativas laborales y artísticas desde que hace décadas ingresaron en precario en el coro. Se han ganado, con profesionalidad y saber hacer, el encontrar un fin de carrera y laboral acorde con la plausible labor realizada. Durante años, por una nefasta gestión, han sido víctimas de una precariedad laboral que rompía cualquier legalidad. Por fin, tras los nefastos años de gestión del Partido Popular, la nueva Administración autonómica ha optado por tomar cartas en el asunto y coger con ello el difícil toro por los cuernos. ¡Bravo!

Pero el tema tiene que afrontarse y resolverse sin desconsiderar la realidad profesional y artística de estos 34 años de éxitos y superación. Técnicos y políticos tienen que cargarse de sensibilidad, lucidez, imaginación y coraje para resolver este tema de un modo razonable, que preserve y concilie las reivindicaciones de unos trabajadores que han entregado lo mejor de sus años como cantantes al Cor de la Generalitat. Son ellos, con su dedicación, esfuerzo, ilusión, «cor» y talento, los que realmente han llevado la excelencia a la institución. Ojalá que todos encuentren una salida razonable, justa y positiva para todos. Todos tienen algo que ceder y perder, pero también mucho que ganar. Respeto y generosidad. Y, como fin y objetivo primero y siempre, la música, privilegio y derecho de todos. También de los melómanos que compraron ilusionadamente sus entradas para escuchar en el Palau de les Arts la Novena de Beethoven o el Réquiem de Verdi.

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