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MÚSICA CRÍTICA

Fuerza Nueva, flagelo de puristas

Con lo inflamado que está el panorama y vienen los de Fuerza Nueva a pisar callos, a provocar a la peña que lleva el odio a flor de piel y a ciscarse en conceptos tan elevados como el nacionalismo, la religión, el ejército, el capital, los himnos, las banderas, la patria y el cante jondo. Y lo hacen en conciertos como el del jueves, con arte, ruido, corrosión, emoción, irreverencia, anarquismo y riesgo.

Presidía el evento una piel de toro atravesada por el icónico rayo divisionario, que fue dando paso a proyecciones en blanco y negro envueltas en el halo del Nodo franquista. Siniestras siluetas uniformadas prietas la filas, faquires atravesados por espadas, rostros inquietantes, fieras, saludos fascistas, dictadores desfilando, cruces en llamas, calvarios, la Síndone. Y en el escenario, entre el humo y los músicos, fantasmagóricos capirotes blancos rellenos de mortecinas palmatorias, a medio camino entre el Ku Klux Klan y el integrismo procesional contrarreformista. Una bofetada visual que apoya en los directos la potencia estética que Javier Aramburu ha conseguido en la imagen de la banda, mezclando lo cañí con lo moderno, lo satánico y lo obsceno.

Comenzaron con «Santo Dios» y un Niño de Elche bien arriba, ululando como la sirena que precede al bombardeo y dirige al refugio. Como el muecín llamando a la oración desde el alminar. Como un Stuka asesino iniciando un picado. Y Los Planetas, expansivos, progresivos. Con su pesada maraña de guitarras, el denso protagonismo atmosférico de los teclados y Eric Jiménez reventando los parches. Utilizando la garganta de Paco Contreras como un instrumento más. Hasta que canta, porque, cuando lo hace, canta flamenco de verdad, a ver si no qué va a cantar, malditos puristas. Como en «Los Campanilleros», «Mariana» o la saeta serratiana que se esconde en «La Cruz». Con un arrojo y una emoción que te pone la carne de gallina, aunque ni te guste el cante, ni lo entiendas, ni tengas ganas de saber, señores guardianes de las esencias. Porque ya me dirán a quién le importa la técnica o el respeto por el legado cuando Fuera Nueva acomete el «Gelem Gelem», con esos gitanos masacrados por aquella legión negra, con runas de muerte y plata en la solapa, que iba descuartizando niñas y gaseando a placer, y lo hace de una manera trágicamente devastadora y deliciosamente pop al mismo tiempo.

Con tales mimbres se tejía un cesto que, por su naturaleza experimental, no iba a durar más que una horita larga, pero que quedará en la memoria de los aficionados por interpretaciones como «Canción para los obreros de Seat», una bastardización de «Els Segadors» que se ríe del nacionalismo catalanista y denuncia la represión, al tiempo que insta a la clase obrera a la revuelta armada. O «El novio de la muerte», el momento más rockero de la noche. Y es que el himno oficioso de la Legión es un cuplé que cantó Lola Montes en los años 20, o sea, pura cultura popular. ¿Una afrenta? A mí me lo pareció cuando lo cantaron los ministros de Rajoy como si fueran estudiantes pijos borrachos en un karaoke mientras, con orgullo y devoción marcial, el Tercio llevaba a hombros al Cristo de Mena en Málaga. Eso sí que fue ridículo.

Tomen nota los protectores de la ortodoxia jonda y los estudiosos del flamenco. Como zénit del atropello, la Ametralladora del Sacromonte se encasquetó un capirucho y pasó por su trituradora motorik a Manolo Caracol y el «Romance de Juan de Osuna», rescatando aquel palo de invención planetaria que fue el flamenkraut. Canelita fina, que decía Fosforito.

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