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En memoria de Helga Schmidt

Helga Schmidt, arte frente a basura

Daniele Gatti en Les Arts.

“En memoria suya y en reconocimiento a sus quince años dedicados al Palau de les Arts”, escribe Pablo Font de Mora, presidente del Patronato del Palau de les Arts, en unas sentidas líneas insertadas en el programa de mano del Réquiem de Verdi protagonizado el jueves por Daniele Gatti al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Coro de la Generalitat. Palabras en recuerdo y desagravio a la ignominia que València y sus provincianos políticos del despilfarro y de los “grandes eventos” cometieron con ella, Helga Schmidt. “Doña Helga” hoy está muerta. Inocentemente muerta. Ellos, o en la cárcel o dilapidando el dinero que tan suciamente amasaron durante sus mandatos peperos. Arte frente a basura. Lo sabemos bien quienes compartimos con ella penas y alegrías bajo el blanco y costoso trencadís del Palau de les Arts.

No sé si Helga Schmidt estaría contenta con que le dedicaran un Réquiem de Verdi, una obra que adoraba, y que ya hizo escuchar en varias ocasiones en el Palau de les Arts, primero con Lorin Maazel, en marzo de 2008, y luego con Carlo Rizzi, que en diciembre de 2013 sustituyó a Riccardo Chailly. Pero Helga era todo lo contrario a una misa de réquiem, incluso si es una como la de Verdi, tan operística y tan magistral. “Doña Helga” era vida y vitalidad. Teatro y dinamismo. Capaz de crear “una catedral en el desierto”, como contó ayer en estas mismas páginas su hijo Gian Galeazzo Ganzarolli en una entrevista a corazón abierto de Voro Contreras. Que el Aula Magistral -no el Auditori, cuya acústica detestaba, claro- lleve su nombre sería un modo de vincular indefinidamente al Palau de les Arts con quien desde la nada hizo de él un referente sin precedente en la cultura española.

Quizá Daniele Gatti pensó en ella cuando marcó las notas en pianísimo con que Verdi abre su magistral Réquiem. Desde luego, sí echó en falta una acústica más envolvente, definida y “acogedora”. Fue el comienzo sordo y sin cuerpo de una versión que pronto se tornó memorable. El maestro milanés se volcó en una visión de extremas delicadezas, de una profundidad dramática trufada con una mística de fervorosa y tenebrosa religiosidad. También de una brillantez refulgente, abierta, resplandeciente como las mejores escenas operísticas verdianas. Fue, también, un Réquiem nostálgico y esperanzador, dolido y exultante. Ensimismado e intimista. Extremo y extremadamente sentido. Y siempre huelga, insuflado de emotiva lógica musical, melódica y coral; profundamente interiorizado, no por el hecho anecdótico de ser dirigido de memoria, con un control y atención exhaustivos de los detalles.

La OCV y el Cor de la Generalitat durante el Requiem. Miguel Lorenzo

Grande entre los grandes, Gatti animó su Réquiem a través de un virtuosismo y naturalidad sobre el podio que, en este sentido, recuerda a dos predecesores tan cercanos a Les Arts como Lorin Maazel y Zubin Mehta. La inmensa “catedral” musical que edifica Verdi en los siete episodios del Réquiem encontraron en él su mejor expresión y razón de ser en la helgariana “catedral en el desierto”.

La realización musical fue a tono con el inagotable caudal expresivo que emanaba del podio. Impresionante el coro y la orquesta -¡qué sección de percusión!- en el rotundo comienzo del “Dies Irae” y en todos los demás números. Tanto el bienvenido Cor de la Generalitat como la Orquestra de la Comunitat Valenciana volvieron a mostrarse como conjuntos de formidables calidades. Ambos sonaron ligeros, transparentes, relucientes en el pulso marcado por Gatti en el “Sanctus”, como en el “Libera me” final, iniciado con un estremecedor y potente canto declamado en el que la soprano Eleonora Buratto coronó una actuación toda ella formidable.

Como también sus otros tres compañeros solistas. La mezzosoprano Sonia Ganassi que, como ya ocurrió en su reciente Santuzza de Cavalleria rusticana, volvió a minimizar apreturas vocales con esa dramática dimensión expresiva tan propia de ella. El anunciado tenor Fabio Sartori tuvo que ser reemplazado a ultimísima hora -a media mañana- por Francesco Meli, llegado al concierto directamente desde el aeropuerto. Con el cambio, todos salimos ganando, incluido el Réquiem de Verdi. Profesionalidad, oficio y tablas suplieron la emergencia. Meli, con su canto perfecto, voz impecable y su gusto distinguido, realzó una versión que se movió siempre en los más altos parámetros de calidad y emoción, como puso bien de relieve en el famoso “Ingemisco”. Otro gran veterano, el bajo Michele Pertusi, cargó los acentos graves de una partitura plena de ellos, como las graves y enfatizadas notas de los contrabajos en “Lux aeterna”, donde la participación de la Ganassi y Meli fue igualmente conmovedora, tanto como la de los siete contrabajistas que completaban la sobresaliente sección.

Saludo de los intérpretes tras el recital. Miguel Lorenzo

Todas las secciones de la Orquesta de la Comunitat Valenciana brillaron sin excepción por su virtuosismo, ductilidad y empaste. Aplauso particular para las distanciadas y bien distribuidas trompetas en su conocida fanfarria del “Dies irae”: todos bregaron con lucidez la acústica complicada del Auditori. Ovación rotunda y sin resquicios también para el Cor de la Generalitat, particularmente aplaudido por un señalado sector del público tras cancelar la huelga anunciada, que puso en jaque al propio Réquiem. Ni la insuficiente plantilla de coristas que cantó, y ni tan siquiera las dichosas mascarillas pudieron devaluar su potente calidad. Los aplausos finales rozaron la apoteosis. Para todos. No faltaban razones. Incluso el propio Daniele Gatti aplaudió y felicitó con visible contento a orquesta y coro. Sin duda, “Doña Helga” hubiera aplaudido con similar entusiasmo. Seguramente, nunca imaginó que años después, su orquesta y su Palau volverían a acoger y protagonizar acontecimientos así de hermosos. Gracias, querida Helga. No olvidamos que la basura sigue agazapada por las cloacas de la Comunitat.

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