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Crónica

Rockero viejo hace buen caldo

Miguel Ríos inauguró la nueva edición de los Conciertos de Viveros

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Miguel Ríos inaugura los Conciertos de Viveros

Que como el tío se aburría de cantar en la ducha y nos echaba tanto de menos se ha lanzado a la carretera con la excusa de presentar un disco, en muchos sentidos, autobiográfico. Un trabajo simpático, coñón a ratos, estupendamente compuesto y excelentemente facturado. Rock acústico en castellano con una crudeza, una sinceridad y una honestidad que ya les gustaría tener a sus nietos artísticos, no ya cuando tengan la edad que él tiene ahora, sino ahorita mismo.

Miguel Ríos, de 77 años, trajo a Viveros su nuevo espectáculo con “Un largo tiempo” bajo del brazo, tan enganchado al rock and roll como siempre, tirando de agallas, aceite para las bisagras y mirando atrás lo justo. Con un par. Sin tomarse demasiado en serio, él, el inventor del rock en España. Cantando sobre su retirada, su regreso, la pandemia, su vida y de cómo Elvis y Ray Charles cambiaron su vida y, un poco, la de todos los españoles. Y lo hace rodeado de cuatro jóvenes que, con su impecable labor, propulsan el bólido Ríos al primer tiempo en Le Mans o en cualquier otro circuito que elijan, porque da la sensación de que valen para todo.

Con sus guitarras, piano, violín, mandolinas, banjos y guitarras de pedal, el Black Betty Trio viste la ironía, el humor, la ternura y el sentimiento de las nuevas canciones con tejidos de blues sureño, bluegrass de los Apalaches, jazz manouche y rock de Louisiana. Y, cuando revisan con estas sonoridades las viejas canciones del granadino, la cosa cobra un color que da gusto. Así lo hicieron con “El río”, subrayando su épica a golpe de folk rural norteamericano; la revisión gloriosa del “Blues del autobús”, “Santa Lucía” o “El himno de la Alegría”, festivas y célticas como de pub irlandés. Enormes, ya les digo, transformándose en un grupo de cabaret para encarar la brechtiana “Alabama song” o en una banda de punk hillbilly para contar una historia de forajidos en “A contra ley”.

Capitaneados por Jose Nortes y con el eximio héroe local Luis Prado al piano, que acabó cantando su burlona “Te vi terraplanista” en un momento en el que el jefe salió a respirar, la banda inició el concierto. Delante, un público ilusionado y entregado, variopinto en estética y edades, que, sentado en sillas blancas sobre el césped artificial del recinto, logró que aquello cobrara el aspecto de una noche para recordar.

Comenzaron con la fenomenal “Hola Ríos, Hello”, resumen de los últimos años de un artista que agradece el cariño, pide disculpas por haberse esfumado una temporada y, con coqueta retranca, prefiere que las chicas no le revelen con qué aspecto le ven. Sentado en un taburete, moviendo arrugas, brazos y piernas como un adolescente hiperactivo, en su papel de molón patriarca del rock nacional. Con una inteligencia emocional fuera de lo común y con unas tablas alucinantes que le permiten cantar “Bienvenidos” en valenciano normativo y largar unas cachondas parrafadas con las que quedarse con la peña.

En “Desde Memphis a Granada” Miguel recorrió la experiencia de una generación que descubrió la libertad y la belleza a través de la música, en una época oscura y reprimida, que ofrecía pocas escapatorias más allá de la radio, donde sonaba “Maruzzella” de Renato Carosone y José Guardiola. Recordó a Manuel Vicent y su luminosa escritura en la mediterránea “Por San Juan” y, junto al cuarteto, dio un golpe en la mesa con la fabulosa “Memorias de la carretera” y su potencia de mini ópera rock. Porque, sin menearse mucho, Ríos aún tiene madera de performer teatral, como demostró en “Cruce de caminos” y su ocurrente y guasona narración de un tipo que pacta con el demonio para cantar como Dios y ganar Salto a la fama.

Qué difícil es ver algo tan digno a ciertas edades. Y tan divertido. Y tan emocionante. Con una capacidad de conexión tan intergeneracional. Y la culpa, siempre del mismo. Del bendito rock and roll.

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