Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Coque Malla y Sole Giménez rinden Viveros

Coque Malla en Viveros

 Media hora antes de lo previsto salió Sole Giménez para explicar que por la nueva normativa Covid ella arrancaba con el concierto. Que aquello tenía que concluir a medianoche para facilitar el regreso a casa de los asistentes. Así que todo el mundo corriendo para acabarse la cena, apurar la cerveza y ocupar su localidad, que lo que diga esta señora va a misa. Y luego venía Coque Malla y había que dejarle tocar el tiempo estipulado.

Delante de un auditorio vacío, que se iba a llenar asombrosamente en cuestión de minutos, la cantante comenzó con “Honrar la vida” escoltada por un quinteto de jazz con sabor europeo. Presentaba el segundo volumen de Mujeres de música, un acto militante íntimo y feminista que lucha por dar visibilidad a compositoras, mujeres creadoras como Chabuca Granda, Eladia Blázquez o Carolina de Juan. Usando la poesía como herramienta para garantizar la supervivencia de un legado vejado, olvidado o sencillamente ignorado por una industria musical en manos de hombres con comportamientos y actitudes claramente machistas. Que María Grever haya compuesto 800 boleros y su fama sea subterránea no deja de ser paradójico, sobre todo cuando es la autora de “Muñequita Linda”, canción cuyo luctuoso origen no impidió que apareciera en la hollywoodiense Escuela de Sirenas.

Con su voz cálida, familiar y acogedora, y tablas como para tapiar una plaza de toros, Sole defendió con pasión, comodidad y un plus de swing canciones de Mari Trini, Cecilia y Natalia Lafourcade, entre otras. Adaptadas a ella como trajes a medida, la valenciana de adopción dejaba un trocito de sí misma en cada pieza. La acompañó en un primer momento Laura Sánchez, ganadora del concurso televisivo Duel de veus, en el dinámico dueto de “En la oscuridad”, disfrutando y derrochando sororidad. Más tarde, y en el momento más emotivo de la actuación, subió al escenario Alba Engel, su propia hija, y juntas cantaron el blues gimiente de “Volver” y, luego, “Vivir”, de Rozalén. Para terminar, un recuerdo a Presuntos Implicados con la terna “Mi pequeño tesoro”, “Cómo hemos cambiado” y “Alma de blues”. El respetable, rendido, claro.

Tras unas breves modificaciones en la tarima, salió Coque Malla. De negro riguroso, calzado con botines y parapetado tras una Telecaster. Callejero, sobrio y afilado. Toda una declaración de intenciones tras una última gira en la que adoptó el papel de cantautor molón para todos los públicos. Comenzó con “El crac universal”, cambiando aquellos violines y medios tiempos por electricidad y rock and roll, ahogando su final en psicodelia y rizos de órgano. Sin tomar aire clavó “Sólo queda la música” y el boogie pesado de “Escúchame”, fardando de banda estupenda y contundente. El repertorio venía áspero, con abundancia de blues con brillos metálicos y una poesía violenta, cruda, visual e inquietante, como en “La carta”.

Malla explicó acertadamente que esta pandemia ha cambiado la personalidad y significado de algunas canciones y que las que parecían trascendentes ahora nos resultan ingenuas, y viceversa. “No puedo vivir sin ti” es una de ellas, que ha pasado de bombón pop a tabla de salvación de la gente que se sintió sola durante el confinamiento, deseando compañía, besos y abrazos como los que se proyectaban en la pantalla gigante. “Me dejó marchar” siguió la corriente intimista, con una soberbia interpretación que sumió al recinto en un respetuoso silencio, roto al instante por “Adiós papá”, en la que el personal se quitaba años con cada palma que daba.

El madrileño también se auto reivindicó con un set acústico en el que dio cuenta de “Berlín” y “Hace tiempo” que, junto a “El último hombre en la Tierra”, nos mostraron al Coque más tierno y lírico. Y así, con la guardia baja, los asistentes encajaron el final del show con las potentes “Guárdalo” y “Por las noches”, dos pelotazos atemporales que vinieron seguidos de “Un lazo rojo, un agujero”, un clásico reciente con el que la explanada de Viveros se convirtió, por unos instantes, en una fabulosa discoteca.

Compartir el artículo

stats