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Un Botticelli en el Bellas Artes: lo que no se ve

El acuerdo de comodato del retrato de Michele Marullo Tarcaniota se gestó en 48 horas uLa obra necesitó cuatro días para aclimatarse

Un Botticelli en el Bellas Artes: lo que no se ve Begoña Jorques. València

Desde hace unas semanas el visitante del Museo de Bellas Artes de València puede contemplar en sus salas una pieza única: el retrato de Michele Marullo Tarcaniota, de Sandro Botticelli, una joya del siglo XV, que luce en la galería «como si hubiera estado ahí toda la vida», dicen desde la pinacoteca de la calle San Pío V.

Sin embargo, lo que el público desconoce es el engranaje previo que necesita una obra de estas características para que pueda exhibirse en el museo, como conversaciones telefónicas entre propietarios (familia Guardans Cambó) y la Dirección General de Cultura y Patrimonio de la Generalitat Valenciana, así como la labor del personal de museo y empresas externas, que trabajan codo con codo para que el misterioso personaje luzca perfecto en el Bellas Artes.

«Con el nieto de la familia (Francesc Guardans) se perfiló la duración del depósito, las condiciones de conservación y otros aspectos como que el cuadro participará en una exposición de París en septiembre y que tras ella tenía que permanecer en el museo al menos un año. Todas estas condiciones son recogidas en el documento que fue nuevamente enviado a la familia Guardans para que fuera firmado. Una vez firmado por la familia, lo firmó la Conselleria Cultura. Entre la llamada telefónica y la firma del comodato por ambas partes transcurrieron 48 horas», explica a Levante-EMV la directora general de Cultura, Carmen Amoraga. A partir de ahí, comienza el viaje de Michele Marullo Tarcaniota a València, la que será su casa para, al menos, los próximos tres años.

Un Botticelli en el Bellas Artes: lo que no se ve

Kika Castilla, Pilar Gramage y María Jesús Clares, personal de registro del museo, son algunas de las primeras en ponerse en marcha para que el visitante contemple las obras del museo que llegan desde fuera. En el caso de esta obra, propiedad de la familia Guardans Cambó y que estará en comodato por tres años, recuerdan que llegó al museo por transporte terrestre, con sus medidas de seguridad pertinentes. Todas las obras viajan con dos personas, una caja individual creada a medida y con las condiciones ambientales necesarias, señalan. «A veces, sobre todo si es una obra del Estado, puede venir con escolta policial». «Aquí han venido obras hasta escoltadas con un helicóptero», recuerdan. Fue el caso del autorretrato de Velázquez, otra de las joyas únicas del Bellas Artes de València.

Un Botticelli en el Bellas Artes: lo que no se ve

El trayecto desde el punto de origen hasta el museo suele hacerse de una sola vez si el camino no es demasiado largo. «Si hay que parar, se hace en almacenes o cuarteles», explican las técnicas de registro, mientras destacan la figura del «correo», personal del museo que revisa en origen y destino todo mínimo detalle de la pieza a trasladar.

Un Botticelli en el Bellas Artes: lo que no se ve

Examen minucioso

Una vez la obra llega al museo, comienza la labor de revisión y montaje. El equipo de restauración confirma que el estado del cuadro es el acordado y el mismo que tenía cuando partió de origen. Si el correo detectara alguna anomalía, la obra sería devuelta. No es el caso. «El Botticelli llegó en perfecto estado», dice Pilar Ineba, restauradora del museo. Los restauradores deben hacer en este punto un examen minucioso de la obra. «Súperminucioso», matiza Ineba. No hay detalle que se les escape.

El cuadro, no obstante, no pasa inmediatamente a los muros del museo. Este Botticelli pasó cuatro días en reserva «para que se aclimatara». Después pasó a la sala donde le esperaba un 60 % de humedad y 22 grados centígrados, que aseguran su perfecta conservación. Además de los sensores ambientales del museo, el personal revisa cada semana, pieza a pieza, que todos los cuadros estén perfectos. Sean o no Botticelli.

El lugar en el que se exhibe este retrato es fruto de las reflexiones -y quizás desvelos- del director del museo, Pablo González Tornel, y del conservador de la pinacoteca, David Gimilio. «Hay que buscar el lugar perfecto», señala Gimilio. «En la sala, hay un diálogo entre lo que pasa en València y lo que ocurre en Italia», apunta el conservador.

Para ubicar el Botticelli había que retirar o reubicar algunas obras que antes lucían donde ahora lanza su mirada severa el poeta y soldado italiano. Dos de esas obras -de Vicente Macip- han cambiado de lugar, mientras que otras tantas han vuelto a los almacenes. Allí han tomado el relevo las dos tablas que hoy flanquean al Botticelli: dos madonnas de la colección que Pere María Orts donó al museo. Esa pared «es una especie de homenaje a la generosidad con el museo», dice el director del museo en referencia a esa donación y al comodato de los Guardans Cambó.

Un Botticelli en el Bellas Artes: lo que no se ve

Una vez elegido el lugar en el que se va a exhibir, hay que decidir cómo. La luz es uno de los puntos a tener más en cuenta. Las sombras no están permitidas en una obra como esta. Juan Toledo, responsable de mantenimiento y encargado de iluminar las piezas, recuerda que para que el Botticelli luciera perfecto llegaron incluso a crear un modelo idéntico para poder trabajar con mayor versimilitud antes de que llegara el cuadro. «Hubo mucho trabajo los días previos a su presentación», recuerda el técnico.

Finalmente, el 29 de junio -menos de un mes después de la primera conversación para llegar al acuerdo- Michele Marullo Tarcaniota se presentó ante València, como si hubiera estado aquí toda la vida.

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