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Tribuna

Llíria

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La ciudad de Llíria acaba de celebrar el I Concurso Internacional de directores de orquesta «Llíria Ciudad de Música». El hecho es, en sí, un acontecimiento. No tanto porque una ciudad de apenas 23.000 vecinos se lance a organizar, de la mano de su Ajuntament, un evento de esta índole, sino por convertirse en sede única en España de un evento de estas características. El certamen, celebrado entre los pasados días 12 y 17, finalmente ha sido ganado, tras una semana de apretada agenda, por un maestro de mérito y fuste, el húngaro Levente Török, que ha contado con el apoyo unánime de un jurado presidido por el edetano Manuel Galduf, quien ha estado acompañado por maestros tan incuestionables como el inglés John Carewe, profesor de dos «estrellas de la batuta» como Simon Rattle y Daniele Harding, el francés Jacques Mercier, el compositor y director de orquesta valenciano Francisco Coll, o el incansable Cristóbal Soler, director artístico del concurso.

Pero más allá de la excelencia y el éxito imbatible de este concurso con vocación de quedarse, de crecer y de ser referencia en el universo internacional de la dirección de orquesta, lo que más asombra al forastero es toparse con una ciudad que, más allá del eslogan «Llíria, Ciutat de la Música», es toda ella música. Difícil imaginar otro lugar en el planeta con mayor densidad de músicos por metro cuadrado. ¡Y tan buenos! La relación es imposible. No cabría en este periódico ni en veinte más.

A vuela pluma, directores como Manuel Galduf, Álvaro Albiach, José Manuel Rodilla; instrumentistas como los trompas Salvador Navarro o José Miguel Asensi; los clarinetistas Enrique Artigas, Miguel Espejo o José Miguel Martínez; el violinista Vicente Huerta; los violonchelistas María José Santapau o Salvador Escrig, el oboísta Vicent Llimerá; los fagotes Miguel Alcocer o Vicente Merenciano; el tuba Miguel Navarro, el timbalero Enrique Llopis y tantos otros son punta del inmenso iceberg musical edetano. Aquí nació y vive el compositor y director Juan Vicente Mas Quiles, decano actual de la música valenciana, quien a sus cien años ha ultimado una instrumentación para banda nada menos que de la Quinta de Mahler.

Llíria goza de una estructura musical prodigiosa y desoficializada, armada en dos colosos rivales y hermanos, condenados a convivir en su arraigo ancestral a una sociedad que vive la música con la naturalidad con la que come y bebe. La Primitiva y La Unió Musical. Cada una, con sedes que son catedrales en el templo laico de la música. Teatros que para sí quisieran muchas grandes capitales. Por los que ha pasado lo mejor, desde la Sinfónica de Londres dirigida por Celibidache a la de Viena con Giulini. Figuras como Maurice Abravanel, Jesús López Cobos, Antal Doráti, López Cobos, Carlo Maria Giulini, Maurice Abravanel, Dmitri Kitayenko, János Ferencsik, Zubin Mehta, Plácido Domingo, Narciso Yepes, Vladímir Spivakov, Rafael Orozco, Rudolf Buchbinder, Eliso Virsaladse, Okko Kamu, Paul Tortelier, Mijaíl Pletnev, Alexis Weissenberg o Frühbeck de Burgos son algunos de los nombres aplaudidos en una ciudad acogedora que siempre ha querido y dado lo mejor de lo mejor.

Es precisamente en este emporio musical en el que nace el concurso de directores de orquesta. ¿Dónde si no? ¿Dónde mejor? El balance no puede ser más optimista y positivo. Por número de participantes, por la expectación generada en el mundillo musical internacional y por la cantidad de personalidades de la profesión que ha logrado congregar en una semana de vértigo. Y de los más variopinta e inesperada: Luis Cobos con Manuel Galduf, John Carewe con Jacques Mercier, el venezolano Carlos Riazuelo y Cristóbal Soler, quien además es director artístico del concurso.

La presencia activa del compositor Francisco Coll -la máxima figura actual de la música española-, quien incluso ha orquestado una obra -Cantos- expresamente para ser estrenada en el concurso y dirigida por todos los finalistas, y de un número inaudito de gerentes, gestores o directores titulares de orquestas que han comprometido su vinculación con el concurso, avalan y certifican el peso nacional e internacional de este nuevo hito promovida por una ciudad que, más que vivir música, es ella misma música.

La final del concurso, en la veterana sede de La Unión, estuvo protagonizada por tres batutas de muy diferentes signos y color. Las tres dirigieron la obertura Coriolano de Beethoven, la nueva obra de Coll y el aria del Don Giovanni mozartiano «Mi tradì, quell’alma ingrata», que contó con la dispuesta y efectiva colaboración solista de la mezzosoprano valenciana Lorena Valero. Tres huesos difíciles de roer que los tres finalistas supieron envolver de entidad expresiva y sinfónica al frente de la versátil orquesta formada expresamente para la ocasión.

El ganador, el húngaro Levente Török, de 28 años, lo fue por rotunda unanimidad. Fue el más cuajado y hecho de los tres. La segunda clasificada, la rusa Liubov Nosova, mostró maneras, personalidad y un temperamento precipitado y nervioso. Edmon Levon, armenio afincando en Granada, lució clase, ideas y honduras expresivas. Tres finalistas de categoría a tono con la excelencia de la ocasión. El sábado, bien pasada ya la media noche, por las calles y plazas de Llíria resonaban aún la Leningrado de Shostakóvich y el Malambo de Ginastera tocados por La Primitiva y La Unión. ¡Cosas de Llíria! Oír para creer.

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