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25 años sin Curro Valencia

El subalterno afincado en Paterna falleció de una cornada en el hemitórax derecho tras "no encontrar toro al cuadrar", recuerda Juan Carlos Vera - Luis Blázquez se ofreció a banderillear por él y "me dijo que no por su orgullo torero", rememora

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25 años sin Curro Valencia, el último torero que perdió la vida por una cornada en la plaza de toros de València J. A.

«Un toro mata al banderillero Curro Valencia de una cornada», fue el titular de la portada de Levante-EMV hace justo un cuarto de siglo. «Ingresó cadáver en la enfermería», fue el cintillo de la información en la primera página del periódico, en una jornada en la que también falleció el ganadero Eduardo Miura Fernández, perteneciente a una mítica familia con una vacada que es todo un símbolo en la fiesta de los toros.

El suceso tuvo lugar en el cuarto toro. «Ramillete», de la ganadería Giménez Indarte, infirió una cornada mortal a Francisco Gázquez Hernández, «Curro Valencia», subalterno que iba en las filas del torero valenciano Juan Carlos Vera. Otros dos espadas de València, Víctor Manuel Blázquez y Javier Rodríguez, completaron finalmente el cartel de aquel 27 de julio de 1996, un día marcado a fuego en el calendario taurino del Cap i Casal.

El cuatreño fue lidiado por Antonio Ruiz «Soro» y el tercio lo compartió con Luis Blázquez, quien se ofreció a banderillear el toro antes que él: «Quise ir por delante de él porque sabía que estaba fastidiado de los aductores, pero Curro sacó el orgullo torero y me dijo que no, que era una corrida de toros», evoca Blázquez.

Víctor Manuel Blázquez y su hermano Luis lloran la muerte de Curro en el ruedo del Cap i casal. J. A.

«No encontró toro»

El banderillero valenciano falló al clavar el primer par, cayendo al abismo sin suerte: «No encontró toro al cuadrar», recuerda Juan Carlos Vera. En el suelo, el animal le corneó con saña sin soltarlo, convirtiéndose en estéril cualquier quite.

Momentos después, Vera brindó el toro a Lola Fos de Boluda, madre del naviero Vicente Boluda, fallecida este domingo. «Cuando cogí la mano de Curro en el suelo, ya estaba muerto. No se me iba la imagen de su cara, pero quise tirar hacia delante la faena», afirma.

A las nueve menos veinte de la tarde, Curro Valencia entró a la enfermería en estado crítico, sin conocimiento. Una cornada en el hemitórax derecho apagó, con la misma fuerza que una apisonadora, su existencia por completo. En cuestión de segundos, su vida se esfumó a los 47 años, entregada conscientemente, como si se tratase de una vigilia decimonónica, al animal que más había querido: el toro.

El equipo del doctor José María Aragón, después de intervenir de urgencia al rehiletero, solo pudo decretar el fallecimiento por paro cardíaco.

«El toro, muy astifino, tuvo la fuerza justa para pegarle la cornada», apunta Vera tras recordar que «lo mató en el acto, la cornada fue como una puñalada porque rompió los órganos y se desangró, las transfusiones de sangre no las aceptó».

Porque poner un par de banderillas, como torear, es ponerse frente a la inmensidad de un acantilado sin arneses y, a través de un mínimo fallo, prepararse para morir. Poner los rehiletes es enfrentarse a la realidad monstruosa de la muerte, ese oscuro e inaudito presentimiento que todos llevamos en el ADN desde que nacemos pero al que le damos la espalda hoy más que nunca: «Si no estás dispuesto a morir mañana, no te puedes vestir de torero. Hay que asumirlo porque cuando un toro te coge, no sabes lo que te puede pasar», manifiesta rotundamente Víctor Manuel Blázquez.

El Soro vela el cuerpo sin vida de Curro Valencia en la capilla de la plaza de toros de València

Llamado tres horas antes

Antonio Vera, hermano y mozo de espadas de Juan Carlos, se puso en contacto con Curro Valencia a las tres de la tarde, cuando supo que toreaban tras caerse la terna inicial del cartel: Manzanares, Ponce y Barrera.

El banderillero, que se dejó una paella por hacer en su casa, se vistió en el hotel Sorolla, muy cercano a la plaza, y lució́ un vestido celeste y plata: «Nos vimos en el patio de caballos y estábamos muy ilusionados porque, en un principio, no íbamos a torear», afirma Vera. «Fue todo surrealista porque a las 14 horas estaba en la playa de Dénia y por la tarde, vestido de torero en València», recuerda Blázquez.

Una semana antes de su muerte, entrenando en Catarroja, el propio espada de Burjassot -rememora- le dijo que sus muslos parecían comidos por una piraña de las cornadas que tenían: «Nunca presumas de las cornadas, siempre de la categoría de los toreros», le contestó Curro a un joven Víctor, con tan solo 25 años.

Curro Valencia se pasó a las filas de plata para sacar adelante a sus tres hijos, pero antes tomó la alternativa en Las Ventas el 25 de abril de 1982, después de ir a pie a Madrid vestido de torero. Manolo Sales le cedió la muerte de «Ventero», del Puerto de San Lorenzo, en presencia de El Melenas: «Fue un torero muy capaz, un portento físico. Con el capote, muy seguro y con las banderillas, cumplidor», define Vera al que fuera su banderillero ese día.

Una vez suspendido el festejo, Luis Blázquez, quien asegura que le curtió mucho esa tarde, puso unas banderillas y unas flores en el sitio de la cogida: «Estuvimos con su familia toda la noche en la enfermería», expone Víctor. Su cuerpo, velado en la capilla de la plaza de toros de València, fue sacado con gritos de «torero, torero» por la puerta grande para ser enterrado en el cementerio de Paterna, donde residía. Como los hermanos Fabrilo, Manuel Granero o Montoliu, Curro Valencia conserva esa gloria única e incandescente: la inmortalidad de morir en el ruedo.

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