Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Opinión

Akanyuuu amosti player

Nuestro cerebro, aunque a veces no lo parezca, está hecho para entender y, si no logra hacerlo, se inventa cosas. Como hacemos con las letras de las canciones en lenguas que no sabemos o sabemos poco

Los protagonistas de Grease

Hace unos días, unas amigas que acababan de regresar de vacaciones en Praga me contaban que allí habían asistido a un concierto y que, a pesar de que no podían entender nada, habían seguido muy atentas las explicaciones del moderador, con la esperanza de captar por lo menos el nombre del compositor de la siguiente obra. A veces, entre todas las palabras ininteligibles, distinguían el nombre de un compositor. Según el programa, la siguiente pieza era de Brahms, así que en algún momento tenía que sonar el nombre. Otras, más bien querían creer que sí, que habían entendido Brahms. Tal es el esfuerzo de la mente por entender algo, lo que sea.

Porque nuestro cerebro, aunque a veces no lo parezca, está hecho para entender y, si no logra hacerlo, se inventa cosas. Como hacemos con las letras de las canciones en lenguas que no sabemos o sabemos poco. Para poder cantarlas, tenemos dos recursos básicos. El primero es inventarnos el idioma, como con el “akanyuuu amosti player”, es decir “I got chills, they’re multiplying”, para poder cantar el principio de 'You’re The One That I Want' de 'Grease'. El segundo recurso es hacer como que en realidad están cantando en nuestro idioma. Como interpretar “Yo besé a mi prima”, cuando John Lennon dice “You may say I’m a dreamer”, en 'Imagine', o hacer que el espinoso asunto de una posible paternidad desaparezca de 'Billie Jean', de Michael Jackson, cuando en vez de “This kid is not my son” se le hace decir “Tú quieres una manzana”. Un problema, de eso no cabe duda, bastante más fácil de resolver.

De las letras inventadas, mi favorita es la que se cantaba en un sótano asfaltado al que le había puesto una barra y unos focos de colores en cada esquina, para convertirlo en discoteca en el pueblo de mi abuelo. Cuando sonaba 'Belfast', de Boney M, daba lo mismo que la estrofa dijera “Got to have a belief in” o “When the people believe in”, lo que se cantaba era “M’han furtat les olives” y se saltaba levantando el puño para amenazar al ladrón de las olivas. Los conflictos en Irlanda del Norte eran bastante ajenos allí, pero no los robos en los campos. De este modo, la canción tenía sentido. Siempre buscamos sentido.

Lo mismo puede suceder con los ruidos. He llegado a la ciudad en pleno verano. Me he mudado a un barrio bullicioso. Como con tantas cosas, necesito una fase de adaptación. Viniendo de un tranquilo barrio de Frankfurt, mi primera impresión fue que todos los ruidos se habían concentrado en mi nueva casa, en un barullo sin fin, aplastante, mucho peor que el calor. Los ruidos venían de todas las direcciones, voces, gritos, máquinas golpeando, perforando, lijando (hay obras en todos los puntos cardinales), golpes, coches, motos, música, ladridos, teles, risas, alarmas enloquecidas, camiones de la limpieza, camiones de la basura, móviles, más música, más gritos… Necesité (bueno estoy necesitando) tiempo para identificarlos. En muchos casos, saber de dónde proceden y a qué se deben era suficiente para que el cerebro los procese, es decir, les dé sentido, y pueda tranquilizarse un poco. El camión hará lo que tenga que hacer y se marchará. El grupo gritón pasará de largo. Esta música viene de esta ventana, esa de aquella, la moto está aparcando… el cerebro logra asimilar buena parte de los ruidos, convertirlos en un runrún de fondo que parece ser que es inevitable en esta ciudad y acaba ignorándolos. A no ser que alguno vaya asociado a algo que la mente no puede neutralizar. Como los ladridos de un perro que todos los días empiezan a las siete de la mañana, cuando su dueño se va de casa, y no cesan hasta las cinco a las seis de la tarde. No puedo neutralizar y sumar este ruido a los habituales en la calle. El ladrido ininterrumpido de ese perro encerrado por supuesto que me molesta, pero sobre todo me entristece porque ladra de miedo y soledad.

Con el resto de los ruidos hago lo que puedo. Intento asimilarlos, ignorarlos, rebajarlos si es posible (sí, yo soy la pesada que por la noche baja en pijama a pedir que cerréis la puerta del karaoke), entenderlos. ¡Pero es que son tantos!

Y cuando me superan, cuando toda mi capacidad de entender y comprender se agota, canto para mí misma “akanyuuu amosti player”. Que significa, me rindo. Por hoy.

Compartir el artículo

stats