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Fuera de compás

Charlie, su seguro servidor

Charlie Watts. EFE

No dijo «mi batería». Cuando Mick exigió despóticamente a deshoras la presencia de Charlie en medio de una rabieta, borracho perdido, utilizó, hasta donde yo sé y cuenta la leyenda, el término «little drummer boy». El Tamborilero del villancico de Raphael, el pobrecito pastor que no tenía más que un viejo tambor, ropopompom. Ojo. Y sí, Watts se duchó, se afeitó, se vistió con un traje cruzado y una corbata, salió al encuentro de la insufrible Brenda, como le apodaban Keith y Ronnie, y le soltó un puñetazo delante de todos. Pum, mecazo. Yo no soy tu tamborilero, payaso, tú eres mi puto cantante. Es curioso que la única salida de tono de este señor aparezca en todos sus panegíricos. Serio, elegante, parco en gestos, escueto en sonrisas, un poco adicto al caballo, enamorado del jazz, pasará a la historia como el batería de los Rolling Stones y el único de todos ellos que, al menos una vez en la vida, puso a Jagger en su lugar de manera tan contundente y sencilla como su manera de tocar. Se hartó de mediar entre los dos genios del grupo mientras duró aquella guerra fría en la que no se dirigían la palabra. Charlie fue el que evitó el desastre.

Dicen que no era el mejor del mundo, pero que desarrolló un estilo propio. Bebió de Kruppa y Rich, cogía la baqueta como una cuchara y no tocaba el charles y la caja al mismo tiempo, aislándola con un característico sonido limpio y seco marca de la casa. Que no era técnico y que para el jazz iba justito. No fue tan influyente como Moon, Bonham, Baker, Miles o Starr, pero Charlie tenía swing, groove, duende, una manera de entender el ritmo intuitiva, mágica y molona. Poniéndose siempre al servicio de las canciones. Y eso era estupendo para los Stones, recuerden, un grupo de blues londinense, incómodo y disfuncional, que acabó siendo la leyenda más grande de la música popular moderna. Sencillo pero efectivo, como un adoquín contra un escaparate, Watts formaba junto a Wyman una pareja perfecta. El latido de la única banda del mundo que seguía a su guitarrista en lugar de a su batería. Que tenía por claqueta a un yonqui con una Telecaster. Agüita.

Preciso, infalible y aburrido como un reloj suizo, su trabajo, basado en el «menos es más», deja detalles inolvidables dignos de estudio en canciones como «She’s so cold», «Can’t you hear me knocking» o «Start me up». Imposible no prestarle atención en «Get off of my cloud», «Paint it black», «Under my thumb», «Gimme shelter» o «Rocks off». Tuvo una vida tranquila, de inglés cabal, sin escándalos, pero con alguna excentricidad. Fue el único Stone que se dejó bigote. No componía y usaba un pequeño kit de Gretsch al que raramente cambiaba los parches. Práctico y poco romántico, dicen que llevó durante lustros confeti del mítico concierto de Hyde Park dentro de sus tambores sin darle ninguna importancia. La salud le dio algún disgusto con el nuevo siglo y hace unos días se había apartado del grupo temporalmente, renunciando a su última gira. Ya dijo Mick que la única manera de abandonar a los Rolling era dentro de una caja de madera. Brian Jones lo hizo a su manera, un empastre; Bill se rajó, a Taylor lo echaron, pero Charlie ha cumplido hasta el final. Sirviendo a sus compañeros con sobriedad, profesionalidad y modestia. Como siempre hizo.

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